He leído que una de las claves del éxito profesional de Steve Jobs era la habilidad que tenía para decir “no”. Era la manera que tenía de centrarse en lo realmente importante apartando así lo superfluo. Parece ser que era un hábito en él, y que preguntaba con frecuencia a su equipo “¿cuántas veces has dicho hoy NO?” para asegurarse de que seguían su ejemplo y que todos se centraban únicamente en los objetivos marcados.
Decir que no a alguien es incómodo. Poca gente es capaz de decir que no cuando un conocido les pide algo, quizá por no parecer egoístas o maleducados, sobre todo si no encuentran una buena razón para negarse. Pero acaba siendo esencial, porque cargar con demasiadas cosas sobre nuestras espaldas acaba provocando un estrés excesivo.
Llevado al mundo del trabajo es lo mismo. Hay una frase que dice “Si quieres que se haga algo, pídeselo a una persona ocupada”, pero todo tiene sus límites. Hoy en día muchas empresas esperan que sus empleados hagan más trabajo en menos tiempo. Desde los becarios hasta los puestos directivos, la gente dice que sí a esas solicitudes, ya que quieren colaborar con el equipo, no dar la impresión de no ser eficiente, quieren evitar la bronca del jefe que pudiera tener como última consecuencia perder el trabajo, o simplemente, hay muchas personas que tienen como prioridad en la vida agradar y ser apreciados. También hay un perfil de gente en todas las compañías que lo buscan es salir y figurar en todas las fotos, sea al precio que sea, y hacen lo que sea para aparecer como muy comprometidos con la empresa o con sus jefes.
Pero decir que no puede ser un gran activo para nuestra carrera. No decir que no a nada lleva a una agenda diaria llena de tareas a las que no puedes prestar toda la atención que deberías, lo que acaba redundando en una mala calidad del trabajo. Hay que ser consciente de que hay momentos en los que no le hacemos ningún favor ni a la empresa ni a nosotros mismos aceptando todas las tareas que nos caen. Normalmente todos llevamos unos cuantos años en nuestro trabajo por lo que ya hemos demostrado nuestra valía, nuestras habilidades y como es nuestro carácter. No es probable que la opinión sobre nosotros de nuestros jefes o de nuestros compañeros cambie radicalmente si alguna vez decimos que no.
No se trata de convertirse en un escaqueador profesional. Se trata de ser asertivo, de exponer con claridad la situación, de demostrar que tenemos más trabajo sobre la mesa del que podemos hacer y simplemente, pedir que nos prioricen las tareas. Esto no es poner excusas, es concienciar a los demás (otras áreas, tu jefe…) de las exigencias que nos piden. Y la solución es sencilla: priorizarlas. Por supuesto, todas estas cosas hay que argumentarlas en persona, no por correo electrónico que siempre puede provocar malentendidos.
Se nota la diferencia entre alguien que se niega a hacer un proyecto porque no quiere o no le gusta y alguien que dice que no lo puede hacer porque realmente no iba a poder dedicarle el tiempo necesario en que éste último explica de manera realista sus responsabilidades actuales y plantea alternativas: O reducir el alcance del proyecto, o plantear una reducción en su contribución personal pero participando en parte, o sugerir el nombre de algún sustituto que podría beneficiarse de participar en ese proyecto: por ejemplo, el típico joven que aun lleva poco tiempo en la oficina y para quien podría ser una gran oportunidad de desarrollo en la empresa.
No es fácil decir que no. A mí personalmente me cuesta mucho. Pero tengo claro que en el ámbito laboral es una de las claves para hacer mejor nuestro trabajo y lo que realmente es más importante, ser felices en él.