Yo no me cansaré de defender que el hecho de estar ocupado no es sinónimo de ser productivo. Que estar a todas horas pendiente del móvil y del correo, no es sinónimo de profesional responsable. Que estamos entendiendo mal esta “consecuencia colateral” del trabajo remoto que hemos dado en llamar hiperconexión.

Estar atento a devolver todas las bolas, incluso cuando no haces falta, no es garantía de nada… salvo de acabar generando problemas a tus compañeros.

Ya hemos escrito en este blog sobre cómo lidiar con el pelota y el trepa, lo que aportan los tipos grises en una compañía (¡más de lo que podría parecer!), y lo que molestan los vagos.

Hoy quiero hablar sobre la nueva especie de moda “el hiperconectado hiperocupado”. Ese que está omnipresente en todo y a todas horas.  

Los problemas de tener un “compañero 24×7” son variados

Se me ocurren algunos que todos tenemos en la cabeza

  • Te hacen perder mucho el tiempo. Porque la mayoría carecen de foco y disparan a todo lo que se mueve metiéndose en jardines que no llevan a ningún lado, pero que marean a todos, bombardeando sin control a mensajes y correos.
  • Cuesta convencerles de que no siempre la solución es echar más horas. Que cuando algo no sale, más que insistir toda pararse a pensar, hablar con gente con una visión distinta o simplemente hacer algo tan “poco profesional” como descansar y desconectar. Porque no hay nada que moleste más a un obseso del trabajo que sugerirle un camino menos agotador.
  • Te tensionan obligándote a “imitarles”. Porque, curiosamente, esta hiperconexión no suele ser un problema para casi ningún jefe. Más bien al contrario, se toma como algo positivo y ejemplar.

La adicción al trabajo tiene varias causas

¿Por qué nos sentimos obligados a estar todo el día pendientes del trabajo?

  • Una mal entendida cultura del esfuerzo. El exceso de trabajo da imagen de ser un buen currante y eso, creemos, siempre suma a la hora de conseguir méritos.
  • La asincronía inherente al trabajo remoto. Si algo tiene el medio digital es que es asincrónico, porque ya no necesitamos compartir las cosas en tiempo real. Podemos trabajar en cualquier parte del mundo… y, en teoría, tenemos flexibilidad de hacerlo a cualquier hora.
  • Demasiado perfeccionismo en la era de la rapidez. Hay también quien sigue manteniendo estándares “de acabado” muy desligados del contexto en el que está y por ello se  ve obligado a quedarse terminando su trabajo (o el de otros) fuera de las horas de oficina.
  • La inseguridad que da el hecho de que “no nos vean” y que nos hace querer demostrar que seguimos ahí, conectados y a la espera.
  • El creerse imprescindible. Porque hay quien es incapaz de delegar en los demás, ya que no soporta la sensación de perder el control de las situaciones.
  • El no saber disfrutar de tu vida personal, de tus vacaciones o de tus ratos libres.

Y seguro de 1.280 causas más.

La adicción al trabajo puede ser contagiosa

En lo que hoy querría llamar tu atención no es en el por qué sentimos la necesidad de estar hiperconectados, sino en cómo el hecho de hacerlo afecta a quienes nos rodean.

A nuestra familia y amigos por descontado. Por que quien no sabe desconectar del trabajo, se lleva el estrés a su casa, y allí no solo empobrecerá sus relaciones, sino que lo complicará todo con mal humor, incapacidad para descansar y alguna otra cosa aún peor.

Pero también, y, sobre todo, a nuestros compañeros. Porque un hiperconectado, le guste reconocerlo o no, vive estresado.

Y el estrés, tarde o temprano, se convierte en una modificación funcional del comportamiento. El estrés no solo se transforma en agotamiento físico, mental y emocional de quien lo sufre. En seguida se manifiesta con roces con los compañeros que devienen a la corta en un mal ambiente en el equipo. Y muy a continuación, en peores resultados para el proyecto o la empresa.

Toda empresa debería protegerse contra el trabajador hiperconectado. Y no sólo con manifiestos y comunicaciones corporativas a favor de la desconexión digital.  Muy necesarias, pero a mi juicio insuficientes mientras no se “eduque” también a quienes alientan y premian, incluso diría que exigen, esas malas prácticas.

Ningún exceso es sostenible en el tiempo aunque nos cueste verlo. No sólo porque todo tiene un límite y quien vive agotado se acaba siempre quemando. Sino porque, premiando estos comportamientos les estamos dando más funciones y poder, haciendo mayor el riesgo de agujero cuando exploten o se vayan porque no aguantan más.

¿Se les puede educar?

Las empresas pueden ayudar, claro. Pero más allá de la cultura, tenemos que reconocer que las empresas no son otra cosa que las personas que en ellas trabajan.

Los mandos pueden ayudar estableciendo prioridades, valorando el trabajo realizado en tiempo, definiendo mejor los roles y balanceando con más equilibrio las cargas de trabajo, planificando más y mejor para reducir “las urgencias” a la mínima expresión.

Y los compañeros también podemos hacerlo.

  • Si eres de su cuerda, reflexiona y trata de controlar tus comportamientos para no añadir más leña al fuego ni alimentar culturas tóxicas. Si quieres seguir fuera de jornada, que estás en tu perfecto derecho, hazlo en silencio. Programa tus mensajes para el siguiente tramo del horario laboral. Y, si estando enfermo decides no cogerte una baja, piensa antes en si este comportamiento de hoy afectará esto a tus futuras enfermedades o a las de tus compañeros y si no sería mejor cogerla, aunque luego “sigas apoyando” en lo que puedas al equipo desde tu casa.
  • Si estás en las antípodas, plantéate el hacer alguna excepción más en casos de verdadera emergencia y necesidad, aprovechando para “educarles” en lo que es norma y lo que podría ser excepción. Alimentando con hechos la convivencia de más flexibilidad y también de límites.

Sé que los seres humanos podemos disfrutar con nuestras tareas, pero no trabajando de sol a sol. Que necesitamos descansar y pensar, que, es curiosamente es más difícil y meritorio que seguir agachando el lomo.

@vcnocito