Aduladores, halagadores, lameculos o simplemente, pelotas. Se trata de un fenómeno universal, tanto que estoy seguro de que en todos los idiomas existen varias palabras para designar a estos personajes. ¿Quién no se ha encontrado alguna vez en la oficina con un pelota? aquel que ríe todas las gracias del jefe, al que le parece bien todo lo que dice o hace el que manda, el que se deshace en halagos hacia cualquiera que tenga un cierto cargo…

Solía decir John Fitzgerald Kennedy una frase que es aplicable a cualquier líder: “Decidas lo que decidas, el 20% de las personas estará en contra”. Y es verdad. El consenso de todo el mundo es imposible. Cualquiera que tenga que tomar una decisión tiene que saber que no va a contentar a todos. Y si tiene la impresión de que ha sido así, debe sospechar de que al menos un 20% de las personas afectadas por esa decisión le están ocultando lo que realmente piensan.

Sin embargo, para un jefe es fácil ceder a la tentación de olvidar la frase de JFK y centrarse demasiado en aquellos que le doran la píldora y acatan sin rechistar sus directrices a la vez que aparta de su lado a los que le critican y muestran su desacuerdo con sus decisiones. Es decir, es entendible que un jefe se rodee de colaboradores pelotas. Además, leí hace poco un estudio de no sé qué prestigiosa universidad americana (inciso: estoy aun esperando el día en el que lea algo escrito “por el becario de una empresilla de poca monta”) que decía que había una correlación entre el narcisismo y los altos cargos directivos porque las personas que toman habitualmente decisiones trascendentes tienen que estar muy seguras de sí mismas y no pueden permitirse dudar mucho, de manera que suelen creerse a sí mismos mejores de lo que realmente son. Y para ello, qué mejor que una cohorte de halagadores a tu alrededor diciéndote lo bueno que eres en todo lo que haces. Es decir, hay un tipo de líder para el que es fundamental trabajar con un equipo de colaboradores pelotas.

Por otra parte, todos sin excepción somos en mayor o menos medida unos pelotas. Siempre destacamos las virtudes y los puntos fuertes de los demás y minimizamos u ocultamos lo que no nos gusta del otro. Forma parte de las más elementales normas de convivencia en sociedad. Entonces, cuando hay una relación de poder o de dependencia de por medio, el halago indiscriminado y el aceptar cualquier opinión de la persona que manda sin importar si es una locura se convierte en una táctica que muchos emplean para contentar al poderoso. Así, el adulador profesional entra en una situación muy cómoda para él en la que no necesita pensar ni desarrollar sus capacidades, ni adaptarse a nuevos entornos. Mientras goce del favor del que manda, todo irá bien para el pelota, pase lo que pase en el mundo exterior.

Así que para el jefe, el pelota es útil porque le hace que le suba su autoestima y su ego y porque le aporte confianza en sí mismo para tomar decisiones difíciles. Y para el pelota vivir bajo el manto protector del jefe es muy cómodo, le aporta protección y le evita tener que pensar mucho o cuestionarse lo que hace en el día a día. Por tanto, se crea un ecosistema perfecto donde el halagador y el halagado viven felices en perfecta armonía. También he visto muchas veces que se forman grupos muy cerrados, donde el que critica las decisiones del jefe es un elemento extraño, que probablemente recibe siempre el mismo apelativo (se le llama “stopper”, subversivo, protestón…) y acaba siendo expulsado del grupo de una u otra forma. Esto es muy típico en los grupos en los que hay un jefe Dios que comentaba en un post anterior.

Ese ecosistema en principio tan perfecto funciona si todo va bien y si se van obteniendo resultados. Pero lo normal es que al poco tiempo el grupo acabe fracasando, porque el que no haya nadie que diga que estamos tomando el camino que no lleva el éxito sino al precipicio suele acabar con los huesos de todos en el barranco. Cuando el grupo de pelotas fracasa, suele ocurrir que el jefe se deshace de ellos sin muchos miramientos y al contrario, si es el jefe el que cae en desgracia los aduladores desaparecen como por arte de magia. Era una simbiosis perfecta, sí, pero cogida con pinzas.

A mí personalmente el típico pelota de oficina me resulta bastante indiferente, casi diría que me resulta hasta simpático. Pero creo que es un perfil peligroso para una organización porque impide que ésta se desarrolle. La falta de autocrítica interna es a mi juicio el principal lastre para el crecimiento de una empresa. La autocomplacencia, el pensar que todo está muy bien así y que la culpa de un mal resultado es siempre de otros impide ver la necesidad de cambiar y de evolucionar. Por tanto, cuidado con los halagadores profesionales dentro de cualquier organización… y cuidado con los que se dejan halagar en exceso.