Se me escapan de todo punto los motivos por los que en este país hablar en público nos pone tan nerviosos. Nos ponemos histéricos sólo de pensarlo, sea cual sea el tema, el público y el objetivo. Reuniones, formaciones a compañeros, presentaciones a Directores…. Da igual.

Entiendo, porque me pasa, ese cosquilleo traidor que surge en la barriga sin esperarlo cuando ya pensábamos que lo teníamos todo controlado. Pero, señores, que salvo que nos estemos examinando de notaría, en la mayoría de las ocasiones en las que nos toca, hablar en público no es para tanto.

Porque hacerlo sin mucho despeinarse, y como consecuencia, hacerlo medianamente bien es, además de una cuestión de pura práctica, es cuestión de tener un par de cosas claras

Tú eres el experto. Si te ha tocado es porque puedes hacerlo (o porque a nadie le importa que lo hagas mal, pero dejemos ese enfoque para otro día). Y seguramente porque, si no eres el que más sabe del tema, al menos sabes lo suficiente. Para más inri, la mayoría de las veces son tus compañeros o jefes directos. O sea, que les conoces de sobra. ¿por qué te tiembla la voz y empiezas a utilizar frases y vocablos que nunca jamás usarías si estuvieras contando lo mismo en la máquina del café?

Eres tu peor enemigo. Cómo nos gusta el diseño en el caso peor. “¿Qué pasa si me olvido de algo?» «¿Y si me equivoco?» «¿Y si alguien me hace una pregunta que no sé responder?” La respuesta es NADA. No pasa nada, porque la respuesta a las dos primeras preguntas es que nadie o casi nadie va a darse cuenta. Y en cuanto a las “pilladas”, la mayoría de la gente admite bien que confieses que no tienes ese dato a mano o simple y llanamente que no lo sabes. Te comprometes a averiguarlo y a responder en un plazo y ya está.
Nunca puedes controlar al milímetro ningún discurso. Salvo que seas un actor consumado con una memoria de elefante o un grandísimo oficio. Lo que siempre puedes controlar que lo que filtra tu subconsciente. Sólo cuando te crees que puedes hacerlo razonablemente bien, es cuando empiezas a proyectar esa imagen. Y es cuando consigues hacerlo.

Algún pequeño consejillo

No te pases ensayando. Prepara las cosas. Tanto la presentación como el discurso. Sobre todo las primeras frases. Pero no te tires horas ensayando ante el espejo. Ni pidas a tu pareja que “te lo pregunte” como cuando estabas en el cole. Preparado, por descontado. Ensayado, lo justo. Si ensayas demasiado y te obsesionas por recitar un guion, te quedarás en blanco a la mínima que algo se te vaya de la cabeza.

Céntrate en el mensaje. Lo importante es transmitir y que tus oyentes entiendan lo que has venido a contarles. Punto. Si además quedas bien, mejor. Pero ese no es el objetivo. Mensaje, mensaje y más mensaje.

Y tranquilo. Relájate que no pasa nada. Cuando la actitud es buena, los resultados de la “performance” siempre lo son. Recuerda que si te han elegido para que lo hagas, será por algo. Alguien ha depositado confianza en ti. Si te apoyas en esa misma confianza y te crees tu papel, te aseguro que los astros tendrán que conjugarse en línea para que sea un desastre.

Sea cual sea tu auditorio, una presentación sencilla y clara, aderezada con una brizna de naturalidad y grandes dosis de humildad solo puede salir bien. Responde lo que sepas y comprométe con la búsqueda de las respuestas que no tengas. Eso es suficiente para salir airoso, ya verás.

Y cuenta siempre con lo traidores que son los nervios, que siempre aparecen cuando menos los esperas. Incluso después de haberlo hecho una y mil veces. No les des bola. Tú sabes de lo que hablas, ten eso en la cabeza y olvídate del resto.

@vcnocito