Han pasado ya dos años desde el inicio de la pandemia y por lo que veo a mi alrededor, son muy pocas las empresas que dan libertad total a sus empleados para trabajar desde donde quieran. Se impone un modelo híbrido de trabajo en el que tenemos que ir algún porcentaje de tiempo a la oficina obligatoriamente, modelo que adoptan hasta las tecnológicas más importantes del mundo como Google o Apple. Es curioso como, a pesar de estar comprobado que la productividad no se vio mermada durante los meses de teletrabajo masivo, las empresas de todos los sectores y tamaños apuesten mayoritariamente por promover la vuelta a la oficina de sus empleados.

¿Por qué las empresas toman esta decisión? Para explicarlo, traigo a colación los resultados de un estudio llevado a cabo por Microsoft durante los primeros meses de la pandemia, cuando analizaron los datos de más de 61.000 empleados de la compañía que trabajaron exclusivamente desde casa. Según dicho estudio, los empleados “se mantuvieron más aislados en la forma en que se comunicaban” y eso provocó que “fuera más difícil que los empleados de todos los departamentos compartieran información” lo que podría implicar que “se resintiera la productividad e innovación” de la empresa porque se reduce el número de “colisiones fortuitas” es decir, encuentros aleatorios pero naturales que se dan en la oficina y que a veces pueden provocar grandes avances en temas que estaban atascados.

Por otra parte, trabajar desde casa aumentó el número de correos y mensajes instantáneos enviados, así como la cantidad media de horas trabajadas por semana. Es decir, se cuantificó algo que siempre he pensado: el teletrabajo hace que trabajes mucho más. En general, los creadores del estudio hallaron que el teletrabajo provoca que se cambie la comunicación en tiempo real, como una llamada de teléfono o una reunión improvisada, por comunicaciones diferidas, como correos o mensajes instantáneos. Y por lo que parece, esa nueva forma de comunicación reduce la generación de ideas.  

La cuestión es que cuando te reúnes virtualmente, o bien no prestas mucha atención a la reunión (quien no ha aprovechado una reunión virtual para, amparado por una cámara apagada, aprovechar para terminar ese correo urgente que tenías que enviar) o bien ponemos demasiado foco en la pantalla cuando resulta que el enfoque visual y el cognitivo están vinculados. Es decir, si me fijo mucho en la pantalla, es menos probable que divague mentalmente y que por tanto me salga del guion preestablecido de la reunión.

En remoto también es más complicado la coordinación de las conversaciones porque nunca sabes cuando es el momento más adecuado para intervenir y tampoco acabas de saber si tu mensaje está calando o no en los asistentes y eso hace que no puedas modularlo correctamente. De hecho, en las conversaciones virtuales hay menos cambios de orador y menos conversaciones cruzadas que en las reuniones reales. Todo esto favorece el pensamiento grupal (el que todos acaben pensando lo mismo) y dificulta el desacuerdo productivo, que es la base de la innovación.

Sin embargo, cuando se hacer correctamente, el teletrabajo no tiene por qué afectar a la creatividad, porque permite que todo el mundo colabore con sus ideas y que tenga acceso a nuevas herramientas de colaboración. También es un hecho que el teletrabajo favorece uno de los principales motores de la innovación: la diversidad. Al desaparecer las fronteras, ahora es mucho más sencillo contratar a personas de distintos orígenes o nacionalidades, lo que ya se ha llamado “adición de cultura” y también atraer talento, dado que si estamos en la época en la que el talento elige donde trabajar, elegirá un lugar donde tenga la máxima flexibilidad laboral.

Así que unas cosas por las otras. Yo no creo que el teletrabajo afecte especialmente a la innovación en las organizaciones, aunque estaré encantado de debatir contigo querido lector si no estás de acuerdo con esta afirmación…