Dice José Antonio Marina, filósofo y pedagogo español, que no vivimos en la sociedad del conocimiento ni en la era de la tecnología sino que donde hemos entrado realmente es en la sociedad del aprendizaje, en la cual si una persona o empresa quiere sobrevivir debe aprender por lo menos a la misma velocidad a la que cambia su entorno. Y si además quiere progresar, debe aprender aun a más velocidad. Y eso, cuando el entorno cambia tan deprisa, supone todo un reto. Ya apenas se ve aquello de que un oficio pase de padres a hijos como ocurría en siglos anteriores. En el siglo XXI, el trabajo del padre no tiene nada que ver con el trabajo del hijo, incluso aunque ambos permanezcan en la misma empresa desempeñando el mismo oficio.
Es verdad que la tecnología nos puede ayudar a evolucionar y a adaptarnos a ese entorno que la propia tecnología hace tan volátil. Nuestros padres tenían en casa una enciclopedia con muchos tomos donde podía consultarse cualquier duda y aprender un montón de cosas. Pero era un contenido estático, que no cambiaba y que cuando entraba en casa ya estaba anticuada por incluir algún dato obsoleto. La cuestión es que la enciclopedia servía para buscar información pero no para contribuir activamente al aprendizaje, que no es lo mismo ni mucho menos. Sin embargo, hoy en día la tecnología nos permite adaptar los contenidos a las necesidades de cada alumno mediante lo que se llama adaptive learning (aprendizaje adaptativo) que puede definirse también como el procedimiento que utiliza algoritmos informáticos para ofrecer recursos personalizados y actividades de aprendizaje específicas a cada alumno. O mirando más allá, es necesario desaprender y volver a aprender continuamente porque lo que valía ayer hoy puede no valer ya. Cada uno a su ritmo y con sus herramientas, pero siempre hacia delante.
A veces percibo la idea tanto en la empresa como fuera de ella de que tampoco es tan necesario aprender cosas si todo está en internet. Sin embargo, la cuestión está en saber entender todo eso que está en internet. Por ejemplo, puedes encontrar en Google en menos de un minuto cuales son las leyes de Maxwell del electromagnetismo igual que años atrás las podías encontrar en la enciclopedia, pero de ahí a entenderlas hay un abismo. Es decir, hoy en día estamos inundados de información, pero nuestro verdadero valor está en saber combinar la inteligencia humana con todas esas toneladas de información para sacarle el máximo partido. Se trata de aprender a tomar mejores decisiones, basadas en datos y no solamente en intuiciones.
Hoy en día, lo digital constituye una parte fundamental en la estrategia de muchas empresas por lo que cada vez se demandan más perfiles digitales. Y como “lo digital” evoluciona tan deprisa, es imprescindible que las empresas definan planes de formación continua como elemento que les otorgará una ventaja competitiva fundamental. Se buscan perfiles de gente con capacidad de adaptación que puedan encajar en los entornos cada vez más cambiantes en los que deberán trabajar. Por eso es tan necesario tener habilidades de comunicación y trabajo colaborativo para poder participar en equipos cada vez más heterogéneos y diversos y desarrollar el pensamiento crítico como forma de interpretar todo lo que vemos en internet. Es decir, es fundamental que desarrollemos actitudes y aptitudes digitales para poder crecer en nuestro ámbito profesional.
Es verdad que la formación en las empresas tiene un coste pero como decía Henry Ford “solo hay una cosa más cara que formar a un trabajador y que se vaya: no formarlo y que se quede”. La frase resume la evidencia de que cualquier empresa quiere contar con los mejores en su plantilla y para ello es fundamental la formación continua y el desarrollo de una actitudes digitales que nos permitan evolucionar igual o más deprisa que el entorno digital que nos rodea.