Hemos hablado mucho en este blog de lo rápido que cambia el mundo en el que vivimos, de que todo avanza a velocidad de vértigo y de que lo que hoy es blanco se convierte en negro en cuestión de semanas. Ante este panorama, hay gente que apuesta por sentarse en un butaca tranquilamente a presenciar este aluvión de cambios… sin ser conscientes de que hay muchas posibilidades de que uno de estos cambios se lo lleve por delante, con butaca y todo.

Fue el escritor francés Gustave Flaubert el que dijo que “la vida debe ser una continua educación”, y es verdad. El mundo va a seguir su vertiginoso viaje, con o sin nosotros, así que lo que más nos conviene, no solo a nivel profesional sino también a nivel personal, es apostar por la formación como vacuna para resistir los vaivenes que, sin duda, tendremos en nuestra vida laboral. Porque la formación hoy en día es vital para el desarrollo profesional de cualquiera de nosotros. En un mundo tan competitivo como el actual, las empresas buscan diferenciarse para destacar entre el resto, lo que requiere de personas que sepan reciclarse continuamente y sean capaces de afrontar nuevos retos.

Todo está muy bien, pero es evidente que supone un esfuerzo. Cuesta, y mucho, dedicar tiempo a la formación. Si bien día a día crece el número de empresas que incentivan la formación de sus empleados, muchas veces pretenden hacerlo no en horas laborales sino fuera del horario de trabajo. Y aunque no sea así, todos hemos experimentado el atasco de correo derivado de unos días de curso fuera de la oficina. Se necesita tener un punto de carácter ambicioso y muchas veces resiliente para dedicar tiempo que literalmente no tenemos a la formación, pero aun así, estoy convencido de que es lo que hay que hacer. Y si tienes la desgracia de que tu empresa no apuesta por la formación de sus empleados, harías bien en buscar esa necesaria formación por tu cuenta.

Los beneficios que nos aporta una buena formación continua son bastante obvios. Por una parte, incrementa nuestra competencia profesional  y nos permite tomar decisiones y resolver conflictos de manera más eficaz. Por otra parte, está demostrado que aumenta la satisfacción en el empleo, porque gracias a la formación seremos capaces de afrontar nuevos retos profesionales y tener éxito en nuestras tareas actuales, lo que tendrá un impacto positivo en nuestra motivación y en felicidad en el trabajo. Y por último, potencia la autoestima y nuestra confianza en las relaciones personales. Porque la formación no solo nos da conocimientos sino sobre todo, habilidades sociales como proactividad, empatía, autocrítica o tolerancia. Así lo demuestran informes como éste del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop), que obtiene como conclusión el claro vínculo que existe entre capacitación e incremento de la confianza personal.

Lo que está claro es que han quedado atrás los días en los que uno dejaba  las horas de estudio cuando encontraba el primer trabajo. El mercado laboral exige más que formación continua, una actitud de formación continua con independencia de la edad que tengas porque la formación no es ni mucho menos una cosa solo para jóvenes. No se trata tampoco de acumular conocimientos que probablemente queden obsoletos en pocos años. Se trata de adquirir y luego practicar habilidades nuevas, especialmente las relacionadas con aprender a trabajar en un entorno cada vez más tecnológico. Porque la tecnología ha redefinido lo que es tener “empleabilidad” a la vez que ha multiplicado las vías de acceso al conocimiento, poniendo al alcance de todos desde tutoriales de YouTube hasta cursos gratuitos online. Formarse entonces ya no es sentarse delante de un libro e hincar los codos, sino tener iniciativa, ganas de reciclarse, intentar cosas nuevas y relacionarse mejor con los demás para aprender de ellos. Y esas actitudes son las que serán claves para que nos vaya bien en nuestra vida profesional, porque como dijo en su día Derek Bok, ex-rector de la universidad de Harvard, «si la formación te parece cara, prueba con la ignorancia»