Se acerca el final de año, momento en el que se organizan en muchas empresas sesiones de feedback, evaluaciones de desempeño, y en definitiva, se repasa de manera más o menos formal lo que ha sucedido durante el año en busca de puntos de mejora y de reconocimientos por los éxitos conseguidos. Normalmente, todos los jefes dicen aquello de “la puerta de mi despacho siempre está abierta” para expresar que no hace falta esperar a esas sesiones de feedback si tienes cualquier cosa que comentar con ellos sobre el día a día de tu trabajo. No obstante, los jefes con los que he tenido mejor relación a lo largo de mi carrera fueron precisamente aquellos que nunca dijeron esa frase… simplemente porque no era necesario. Es decir, porque resultaba evidente que eran personas que sabían escuchar y que querían escuchar a sus colaboradores en cualquier momento.

Por el contrario, también hubo otros que reaccionaron mal ante cualquier crítica, discrepancia o sugerencia de cambio. Esas personas te encasillan en el grupo de “los stoppers”, de los que no se integran en el equipo y de los que tienen falta de compromiso con la empresa. Es decir, aunque sea difícil que alguien lo reconozca, es evidente que hay gente a los que no les gusta recibir un honesto y sincero feedback. Tienen inseguridad en sí mismos y por tanto, lo mejor para no dudar es no tener quien te plantee dudas. Para ellos, mucho mejor no escuchar a nadie. Hay equipos en los que se valora especialmente una lealtad mal entendida que acaba convirtiéndose en  servilismo. Es lo que algunos llaman “la cultura del sí”. Si dices que sí a todo y haces lo que te dicen no encontrarás problemas y tendrás una existencia feliz en el trabajo. Pero si criticas y te sales del redil, prepárate para las consecuencias.

La escucha es la habilidad más potente que debe tener cualquier persona en el trabajo, más aun si se es un jefe o un líder de un equipo. Pero para saber escuchar se requiere tener amplitud de miras. Si es así, las palabras de los demás serán interpretadas como consejos o propuestas de mejora. Si no, serán críticas feroces en tus oídos.

Y sobre todo, para saber escuchar hay que tener humildad. Para mucha gente, la humildad es un signo de debilidad, pero yo creo que en realidad es todo lo contrario, porque te hace ser abordable por los demás. Si eres humilde, la demás gente se verá motivada a acercarse a ti con todo tipo de sugerencias o consejos y eso seguro que te hará replantearte las cosas y probablemente te hará ver algunos errores en tus planteamientos. Es decir, dudarás. Pero la duda enriquece, porque como dicen los filósofos, la duda presupone la búsqueda de la verdad. Si por el contrario construyes un muro de prepotencia y autocomplacencia entre los demás y tú, vivirás tranquilo al otro lado de ese muro porque nadie se atreverá a criticarte, pero con seguridad el resultado final del proyecto será peor.

Y si eres el líder de un equipo, la habilidad de escuchar es aun más importante. Es muy fácil caer en la tentación de creerse el más listo y el que lo sabe todo, también porque tienes acceso a más y mejor información que la gente de abajo. Sin embargo, los verdaderos líderes reconocen que tienen que seguir aprendiendo continuamente, y buscan nuevas ideas tanto dentro como fuera de la organización (para lo cual son muy valiosas las sesiones de feedback que comentaba al principio). Saber escuchar es fundamental para ellos porque les permitirá comprender perfectamente las situaciones. Sin esa comprensión de los detalles, es fácil desperdiciar tiempo y dinero resolviendo el problema equivocado o atacando uno de los síntomas del problema en lugar de la causa raíz que lo provoca. Cuanto más alta sea tu posición en la empresa, más necesario es estar en contacto con las opiniones de la gente que está cerca de los problemas cotidianos.

Así que escuchemos más, con humildad y con amplitud de miras. Nos hará ser mejores en aquello que hagamos.