Se lleva apuntar el éxito de un proyecto al equipo, rebajando el mérito del jefe. Pero su labor marca diferencias, porque hacen falta muchas cualidades para liderar con éxito un proyecto o el día a día de un equipo. A lo largo de mi vida profesional, he participado en varias decenas de proyectos y trabajado en distintos equipos, con jefes de variado pelaje. Y, sin quitar peso ni responsabilidad a la aportación de todos, tengo claro que un buen jefe es clave.

Sin un jefe que ejerza y lo haga bien, cualquier proyecto queda mustio y sin gracia.

Y dará igual que sea de ejecución sencilla, de presupuesto holgado o que participen auténticos cracks. Se cumple, pero jamás se brilla. Porque en la tortilla, hasta las patatas son opcionales, pero los huevos son imprescindibles.

¿Qué cualidades hacen un jefe perfecto? Consciente de lo difícil de ser un jefe diez, si yo tuviera que elegir al mejor líder para un proyecto, estas son las habilidades que le pediría. Y ninguna de ellas es técnica.

  • Proactividad. Creo que sería la primera, porque la prioridad de un jefe de proyecto debe ser “meterse hasta las trancas”. Por aquello de que la aptitud suma y la actitud multiplica. Sólo así puedes mantener un ojo puesto en el largo plazo y otro en los fuegos del hoy. Y es cierto que, cuanto más foco le pones, cuanto más te involucras y anticipas, mejor resuelves los imprevistos que luego siempre aparecen.

 

  • Visión global. Nos va mejor cuando el jefe sabe levantar la vista del marrón de hoy para ver el conjunto. Cuando sabe si, con independencia de cómo vaya eso que hoy tenemos entre manos, el proyecto sigue funcionando. Y cuando va más allá, sin miedo a desdecirse, planteando modificaciones y mejoras si la situación lo requiere.

 

  • Foco en el cliente. No siempre es fácil saber qué necesita de verdad tu cliente, por lo que la capacidad para remangarse y ponerse en la piel de usuario final me parece imprescindible. Saber dejar de lado lo que se nos da bien para hacer lo que la situación de verdad requiere. Para aportar valor hay que interesarse por los KPIs, claro, pero también por proporcionar beneficios tangibles a tu cliente, incluso en contra de ti mismo.

 

  • Injusticia. Gestionar un equipo no repartir tareas sin más. Se trata más bien de asignar áreas de competencia a cada miembro y de ayudarles a encontrar la mejor manera de ejecutarlas, dando a cada uno el mix de autonomía y ayuda que vaya necesitando. Y eso significa que hay que dar aire al personal y asumir que los roles y las cargas de cada uno tienen que ser necesariamente diferentes puesto que, normalmente así serán sus capacidades.

 

  • Saber pedir ayuda. Por mucho que te guste programar y por muy bueno que seas, esta no es la labor de quien lidera un proyecto. El jefe tiene que asumir las que le tocan, dejando que cada uno asuma su trabajo, por mucho que le gusten o se le den mejor las que ahora corresponden al equipo. Hace falta mucha valentía para decir “esto no lo sé” o para pedir que te echen una mano cuando no llegas o cuando algo no te sale. Quienes son capaces de hacerlo, lo ponen todo más fácil.

 

  • Transmitir. Una de las principales funciones de un jefe es aportar información sobre la que tomar decisiones y reportar sobre la marcha del proyecto, así como escalar problemas. Exponer con suficiente claridad y concreción contextos complejos sobre los que se ha de tomar una decisión no es tan fácil. Reportar problemas con la dosis justa de serenidad y prudencia, sin salir corriendo a quejarse o a pedir socorro, tampoco. Saber desgranar las instrucciones de los mayores, o qué contar al mundo y qué callar, menos aún. Pero hacerlo o no marca diferencias.

 

  • Interpretar los números. El control de un proyecto pasa siempre por un seguimiento periódico y profundo de todos sus indicadores, sabiendo extraer lo que subyace en todos ellos. En los fáciles de medir y los que no lo son tanto. En mi experiencia es crítica la capacidad de extrapolar para poder inducir cualitativos y establecer estimaciones de cierre que anticipen acciones correctoras si es preciso. Un lo que se dice “que los árboles no te impidan ver el bosque”.

 

  • Templanza. Es la cara que pone una madre ante la brecha que se ha hecho su hijo, lo que hará que el chaval llore a cántaros o lo solucione con un “aquí no ha pasado nada” aunque la sangre le baje a chorros. Que el jefe mantenga la calma ante el cabreo del cliente o salga cabreado pegando gritos y buscando culpables determina el espíritu con que el equipo afronta los contratiempos. El jefe que maneja la presión y sabe evitar a su equipo el ruido innecesario tiene la mitad del camino al éxito asegurado.

 

  • Escucha. Me dijeron una vez que la eficacia estaba reñida con la relación y cierto es que muchas veces el poner foco en que las cosas salgan provoca chispas. Pero el éxito tiene mucho que ver con la compañía de los demás. Y nadie te acompaña del todo si no estás dispuesto a escuchar con la oreja grande sus opiniones o incluso sus críticas al modo en el que estás haciendo las cosas. Un jefe que pide feedback sobre su gestión y lo escucha con sincero interés es rara avis. Pero es un auténtico tesoro.

 

  • Buen humor. Termino con la que para mí es la madre de todas las cualidades. No podemos elegir lo que nos pasa, pero sí cómo lo afrontamos. Si relativizamos los problemas y vemos en cada crisis una oportunidad para la reflexión o un complot judeomasónico. Si aspiramos a la mejora o si nos conformamos asumiendo que todo es un desastre. La actitud con que enfrentamos los problemas y el lenguaje que usamos en el trabajo es lo que nos hace ser profesionales brillantes o simplemente, oficinistas del montón. Y esto nos aplica a todos.

 

Nadie es perfecto, tampoco quienes nos dirigen. No podemos pedirles que nos traigan la luna, pero ¡qué gusto da trabajar con quien aspira a hacerlo! Porque muchas veces, sólo con ponerle foco a algo, sólo con que te parezca importante hacerlo, es más que suficiente.

Y tú, ¿Qué le pides a quien te lidera?

@vcnocito