¿Tú tambien eres de los que a veces, sin venir a cuento, te conviertes en arma de destrucción masiva? ¿Eres capaz de explotar y provocas daños irreversibles? ¿Te asemejas al caballo de Atila, y no vuelve a crecer la hierba tras uno de tus cabreos?

Pues piénsatelo, porque para nada es lo más recomendable: ni en tu vida en general, ni mucho menos en tu faceta profesional.

Yo también soy de las que casi nunca dice nada…pero, ¡¡ay, cuando lo digo!! Que tiemblen los pobres afectados. Pero sin duda, eso no está bien. Los que somos de explosión descontrolada debemos moderarlo y tratar de reconvertirnos. El carácter de cada uno es como es, cierto. Y aunque creo que es imposible cambiarlo del todo (porque la cabra tira al monte), merece la pena intentar mejorar en algunos aspectos, y este es uno de ellos.

Si me paro a pensar, creo que los cabreos con explosión se dan básicamente por un motivo: NO SABEMOS EXPRESAR LO QUE NO NOS GUSTA A TIEMPO. Sí; así de simple. Cuando explotamos, en la mayoría de los casos no se trata de el último comentario o la última acción de la persona a la que nos enfrentamos. Se trata de un cúmulo de hechos que hemos ido dejando pasar durante mucho tiempo y que nos pinchan poco a poco hasta hacernos saltar. El vaso está lleno o llenísimo, y la última gota, aunque sea pequeñita es la que causa la explosión, como un terrón de azúcar en una gaseosa. Y la explosión nos desautoriza, porque si llegamos al extremo de perder los papeles, ya no hay nada más que decir, por más razón que tengamos.

Y es que las explosiones causan daños colaterales, y lo peor, irreversibles:

  • Lo más probable es que el que se encuentra al otro lado ni siquiera entienda el motivo que te ha encendido. Su último comentario, o lo que sea que haya hecho seguro que no merecían esa reacción.
  • Y además, aunque la persona pueda haber cometido un error e incluso lo admita, el hecho de que tú explotes así cambiará vuestra relación en el futuro. Desconfiará de tí, y se encargará muy bien de medir lo que te puede aportar. Eso, si además no decide tomarse la revancha y jugarte alguna mala pasada. Nadie tiene por qué aguantar nuestras pataletas.¡¡Faltaría más!!

Y es que cuando sacamos la pasta de dientes del tubo, ya no hay forma de volver a meterla… No basta que luego nos disculpemos, aunque lo hagamos con toda la sinceridad y comprendiendo que nos hemos pasado. Disculparse está bien y es necesario, pero en cualquier caso y por mucho que se acepten nuestras disculpas el que tenemos delante no volverá a ser el mismo con nosotros.

Y, ¿no sería mejor si aprendemos a poner coto a nuestros cabreos y atajamos la situación? ¿Qué tal si aprendemos a decir lo que pensamos, con tacto, sí, pero en cada ocasión, sin dejar que llegue la sangre al río?

  • Si no te ha gustado lo que te ha entregado un compañero, coméntalo con él en el primer momento, y ofrécele comentarios positivos sobre cómo lo podría mejorar. Posiblemente el ni sea consciente de que lo que está entregando a tí te dificulta tu trabajo, y hasta agradecerá tus comentarios si le sirven para aprender.
  • Si no estás de acuerdo con la opinión de alguien, plantea y defiende la tuya con argumentos. Pídele que argumente la suya también, y probablemente podáis llegar a un entendimiento o un punto de encuentro. Pero no te calles tu opinión en lo posible. El proceso de discusión seguro que es enriquecedor para ambos cuando se hace con respeto e inteligencia.
  • Si lo que no te gusta es la actitud de alguien ante una tarea, coméntaselo. Explícale la importancia que tiene y por qué debería cambiar. Quizá esa persona no sea consciente, o simplemente ve las cosas de otra forma y te lo puede explicar… A lo mejor hasta te convence.

No es sano acumular el enfado por pequeños detalles que, de forma aislada, no tienen mucha importancia. Y no es tolerable que explotemos en un momento dado por ninguno de ellos. Por más que nos cueste, debemos saber expresar nuestra opinión en tiempo y forma. Nos ahorrará muchos disgustos.