Me resulta curioso observar como hablamos cuando estamos en un ambiente de trabajo: en la oficina, ante un cliente, en una presentación… hablamos de una manera totalmente diferente de como lo hacemos cuando estamos en casa con la familia o con los amigos. No es que hablemos de temas distintos, lo cual es lógico, sino que para decir lo mismo utilizamos palabras que nunca utilizaríamos fuera de la oficina. Y también es curioso fijarse en lo diferente que nos expresamos si nos dirigimos al Director General de la compañía que si estamos charlando con el que se sienta en la mesa de al lado.
Es una especie de argot, de lenguaje propio con sus propias reglas. Hay una serie de palabras prohibidas. Un ejemplo: “No sé hacerlo”. Si dices “no sé” estás transmitiendo que no tienes las habilidades para realizar lo que te han encargado o que tienes miedo a hacerlo, lo que es pecado mortal. O decir “No puedo”, aunque verdaderamente te sea imposible abordar esa tarea. Está muy mal visto. Pero sin embargo, decir, “estoy hasta arriba de trabajo” es algo muy positivo. Significa que eres alguien importante y que cuentan contigo para todo.
Normalmente en el trabajo utilizamos una pléyade de muletillas y frases hechas que, además, se contagian, de manera que los miembros de un departamento al acabo de un tiempo acaban todos utilizando los mismos dejes. Imagino que detrás de ello hay un esfuerzo inconsciente por hacer grupo.
Por ejemplo, está esa gente que no pierde ocasión de meter en el discurso alguna palabra en inglés. Es cierto que si trabajas en un ambiente técnico, o tus interlocutores habituales son angloparlantes, algo se te acaba pegando, pero me parece que muchas veces hay detrás un cierto deseo de hacerse el guay y de quedar un poco por encima de tu interlocutor. Eso de “hacer un break” en lugar de hacer un descanso, o preparar un “report” en vez de un informe queda muy cool ¿verdad?… aunque por otra parte, también está el que alardea de cultura literaria castellana y te manda “una hoja de cálculo” en lugar de un Excel, o se niega a hacer un brainstorming y sigue con su tormenta de ideas.
Luego está el uso hasta la extenuación de la palabra “Gracias”, lo que está muy bien porque es fundamental agradecer cualquier ayuda y colaboración que te brinda un compañero, pero se llega al punto de mandar el típico mail incendiario poniendo a parir a todo el mundo que acaba con un “gracias”… ¿Me das las gracias, si me acabas de poner a caer de un burro?. O las despedidas que se emplean en los correos electrónicos. Predomina el sobrio “Saludos” pero, ¿en qué momento saltas a “Un abrazo” o a un “Besos” si tu interlocutor es una chica? Esas fórmulas denotan un grado de confianza que no todo el mundo se ha ganado ¿verdad? De vez en cuando recibes abrazos o besos por correo y te quedas un poco sorprendido, ¿no? El exceso de efusividad en un entorno corporativo no suele ser muy adecuado.
Pero qué difícil es expresarse bien, y no me refiero a gramaticalmente bien, sino a decir exactamente lo que quieres decir, y disimular tus debilidades o inseguridades. Porque a mucha gente se le nota enseguida: El uso abusivo del condicional por ejemplo “yo diría que lo mejor sería que si fuera posible se intentara hacer…” Inseguridad por todos lados. O lo contrario “Debemos hacer urgentemente no sé qué cosa”. Taxativo, autoritario, sin dar pie a la más mínima sugerencia o alternativa. Ni tanto ni tan calvo…
Las palabras que utilizamos y cómo las utilizamos dicen mucho más sobre nosotros que lo que realmente estamos diciendo, por más que solamos recurrir a una lista interminable de frases hechas. Siempre he pensado que el mejor curso que podría impartirse en las empresas es uno de expresión oral y escrita. Es fundamental saber comunicar bien lo que queremos decir y debería ser una habilidad básica para todos, sea lo que sea a lo que te dedicas.