“Fulanito sí que sabe venderse”… es una frase habitual en cualquier empresa para describir a una persona que sin ser especialmente bueno en su trabajo, es excepcional a la hora de poner en valor lo que hace y gracias a eso consigue ir ascendiendo y progresando en el escalafón de la compañía. Por el contrario, siempre hay empleados absolutamente fiables en sus tareas del día a día a los que sus habilidades no sirven prácticamente de nada porque son totalmente invisibles.

Saber venderse es una habilidad más. Hay quien por timidez, por exceso de modestia o simplemente por dejadez no ponen ningún empeño en poner en valor sus méritos, mientras que otras personas logran que el pequeño castillo de arena que han construido parezca El Escorial. A veces se exceden en ello llegando a entrar en la categoría de trepas, pero saber venderse bien es un arte, una virtud que ayuda a quien la posee a progresar y promocionar en la empresa.

¿Y qué es exactamente saber venderse? Es saber moverse por la empresa para conseguir lo que uno quiere e influir en los demás para que tomen decisiones favorables a sus intereses. En definitiva, se trata de hacer política en el trabajo, y para ello, es fundamental controlar muy bien las habilidades de comunicación. No bastará con ser buenos en el trabajo y tener buen desempeño, sino que habrá que saber contarlo muy bien a todo el mundo y en especial a aquellas personas que más puedan ayudar en la promoción interna. Es decir, saber hacer networking y saber venderse bien van totalmente de la mano.

Luego hay personas cuya habilidad principal es saber salir bien en la foto, sin aportar gran cosa fuera de ello. Lo malo es que hay empresas que no solo aceptan eso, sino que lo premian, haciendo que no sean los méritos personales sino el saber moverse bien “entre bambalinas” lo fundamental para conseguir un ascenso.

Sin embargo, pienso que en la vida laboral cada uno acaba obteniendo, a la larga, lo que se merece o mejor dicho, llega a donde realmente quiere llegar. Es cierto que todos conocemos a esa persona que estuvo en el momento justo en el lugar indicado, gracias a lo cual pudo conseguir una promoción. Pero incluso esa persona supo ver la oportunidad que tenía delante y pudo aprovecharla. Otros seguro que la hubieran dejado pasar, no por escasez de méritos acumulados, sino por carecer de ambición y de confianza en sí mismos, por falta de voluntad o quizá, por no haber sabido vender bien sus méritos anteriormente.

Cada uno de nosotros tenemos una marca personal, algo por lo que se nos reconoce en la empresa. Está el “gurú” que es el que sabe mucho de un tema técnico concreto, está el de los números, está al que le encargan todas las presentaciones porque es un maestro del power point, está el innovador, siempre a la última de todo… pero está también “el chungo” que es ese que sabes que te va a ladrar a la mínima que te acerques a él, o el “seta”, que si quieres que haga algo para ti tendrás que recurrir prácticamente a las amenazas. Es decir, debemos considerarnos a nosotros mismos como un objeto a quien hay que poner nombre, precio y un envase atractivo que atraiga la atención de potenciales “compradores”. La gente que sabe venderse bien son los que consiguen ser asociados a un tema importante para su compañía, o logran resaltar una cualidad que pocas personas aparte de ellos poseen. Dicho de otra manera, consiguen ser un “producto” diferencial dentro de la empresa y además, poseen un envase atractivo: son amables, educados, puede que a veces lleguen a ser un poco pelotas, pero siempre son correctos.

Así pues, hay gente que se esfuerza en construirse una marca personal valiosa dentro de la empresa y otros que prefieren pasar más pasar más desapercibidos y, digamos, ser una “marca blanca”. Es la diferencia entre saber venderse o no saber.