Me pregunto a menudo como sería la empresa ideal para trabajar, un great place to work. Uno tiende a imaginarse una oficina con toboganes y futbolines, comida gratis, sofás para echarse alguna siesta y donde, por supuesto, se trabaje poco, se gane mucho dinero y se esté siempre rodeado de gente divertida, dinámica e inspiradora.
Pensándolo una segunda vez, llegas a la conclusión de que también se puede ser feliz sin
toboganes porque subir unas pocas escaleras de vez en cuando te viene hasta bien para la salud. Que casi todos los días te llevas el tupper con la comida que tú mismo te cocinas a tu gusto, que lo del sueldo por supuesto que es importante pero que, llegado a un cierto nivel, tampoco es tan, tan importante. Luego echas la vista atrás y recuerdas momentos en tu vida laboral donde trabajabas como un bestia a la vez que, sorprendentemente, eras feliz. Y sobre la gente divertida e inspiradora… pues hombre, igual uno mismo tampoco es que sea unas castañuelas precisamente.
Así que, ¿cómo es una empresa perfecta? Pues estoy totalmente de acuerdo con la respuesta que da Xavier Marcet en este artículo : Una empresa perfecta es una empresa donde impere el respeto. Respeto por los clientes, por los proveedores, y por supuesto, respeto por el trabajo que haces tú y tus compañeros. Un lugar donde exista un equilibrio entre presión e incentivos, entre méritos y reconocimientos, entre carreras personales de cada uno y beneficios de la empresa.
Y para conseguirlo, un punto de partida importante es el de tener una cierta autoexigencia. Creo que lo ideal es trabajar con gente que sea autoexigente, que realmente se esfuerce por hacer las cosas bien y no por salir del paso de cualquier manera. Esas personas son de las que realmente se aprende y son las que te llevan a mejorar tú mismo. Es cierto que muchas veces demasiada autoexigencia es un problema porque puede llevar a bloquearte ante cualquier mínima adversidad o a agobiarte en exceso. Pero en su justa medida, es lo que lleva al éxito a una organización y por consiguiente, a que sea un buen lugar para trabajar, porque todos queremos trabajar en empresas exitosas.
Dicen que uno de los recursos más utilizados en las entrevistas de trabajo cuando te preguntan por tus defectos es decir que eres demasiado perfeccionista, porque quedas como un tío serio, responsable y en el que se puede confiar. No hay que confundir ser perfeccionista (que según la RAE es la “tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”) con tener un cierto nivel de autoexigencia en tu trabajo, es decir, ser ordenados, buscar la solución a los problemas y poner los medios para cometer los menos errores posibles.
Aunque también va en la naturaleza de las personas, el ser un poco autoexigente es una decisión que está en cada uno de nosotros. Va de salir de la zona de confort y tratar de hacer algo más que lo estrictamente necesario, de preocuparse por estar siempre bien formado, de mejorar tus habilidades sociales, de buscarse nuevos retos intelectuales que te hagan salir de tus automatismos habituales, de entender el trabajo de los demás como una potencial fuente de aprendizaje para tí, de intentar poner remedio a los problemas incluso antes de que aparezcan (cuantas empresas y sectores enteros caminan con paso firme hacia la desaparición como consecuencia de la digitalización y sin embargo la gente no hace absolutamente nada por cambiar el rumbo del barco que se hunde). En la autoexigencia está el atractivo de las empresas donde merece la pena trabajar porque te encuentras ante pequeños desafíos que no te permiten aburrirte.
Ahí está también el origen de todo cambio. Y ya sabemos que en la época que vivimos, si no somos capaces de cambiar y adaptarnos a los nuevos tiempos estamos perdidos.