Mi madre, que jamás consiguió meter la cinta en el video y darle al play, hoy llama a sus nietos por videoconferencia. Mi amiga Luisa, fumadora de dos cajetillas al día, hoy abomina de quienes lo hacen. Yo misma, abonada fiel a los espacios libres de niños, hoy de nada disfruto más que viajar con mis hijos. 

Internet y el móvil nos han cambiado

Y lo han hecho de manera exponencial en los últimos 10 años. Hoy, gracias a Google hemos dejado de buscar en las enciclopedias, de viajar con mapas y diccionarios en la mochila, de ir al quiosco o al videoclub y de esperar esa carta del amor de verano o el siguiente capítulo de tu serie favorita.  

La tecnología hace sin duda, que nuestra vida hoy se parezca como un huevo a una castaña a la de nuestra infancia. Ya nadie estudia reaprovechando los libros de texto de sus hermanos mayores, casi nadie espera a casarse para compartir cama y hace un siglo que ni pagamos en pesetas ni vamos al banco a cambiar dinero antes de emprender un viaje.

Pero no sólo han cambiado nuestras costumbres 

Nuestros cuerpos también han cambiado. No hace falta más que ver a tus chavales para constatar que hoy somos más altos, más robustos (algunos más gordos) y más longevos que nuestros abuelos. Los médicos documentan un claro adelanto en el inicio de la pubertad.

De cómo están cambiando nuestros cerebros y nuestras capacidades de memorización y atención, de cómo ha variado nuestra forma de leer y de procesar la información, no me atrevo ni a hablar…

Hoy los cambios suceden más deprisa

¿Cuánto tardamos las personas en adoptar una innovación? Si comparamos algunos de los productos de consumo más comunes en los últimos 250 años, podemos identificar fácilmente una tendencia: cada vez tardamos menos.

En 1874, Alexander Graham Bell entregó el primer teléfono al público. No fue hasta 1877, tres años después, cuando se construyó la primera línea y se puso en funcionamiento la primera central dando el primer servicio efectivo de telefonía a unas 50.000 personas. A un pueblo de hoy, vaya. El teléfono tardó casi un siglo, 75 años para ser más exactos, en alcanzar los 50 millones de usuarios, que es la cifra que los expertos consideran que constituye la adopción masiva de un producto o servicio en el mercado.

A la radio le costó 38 años. A la tele solo 13. Y la web (1989) lo consiguió en menos de un lustro. Desde su dormitorio de Harvard, un chaval de 19 años, Mark Zuckerberg, consiguió tener a medio planeta conectado a su Facebook en un par de años. Youtube y Twitter fueron aún más rápidos, pues lo consiguieron en menos de 12 meses. Los populares juegos de móvil Angry Birds o Candy Crush nos engancharon en menos de un trimestre. Y Pokemon Go en sólo 19 días.

Negar la aceleración de los cambios sociales provocados por la tecnología es como negar la ley de la gravedad.

Las personas también provocamos cambios 

El ciclo de cambio y sus agentes catalizadores se confunden cada vez más y nos cuesta responder si fue antes el huevo o la gallina. La tecnología nos cambia, pero las personas también provocamos cambios en ella.

¿O no fuimos las personas quienes comenzamos a usar los SMS para chatear sustituyendo a esa llamada que no podíamos o no queríamos hacer? Solo los telecos más viejos del lugar recordamos que los SMS eran un canal de mensajería de gestión del propio sistema de telefonía móvil de voz (nada de datos por aquel entonces) que algunos recordamos por su nombre y el resto del mundo como MoviLine.

Fuimos también las personas quienes, al adscribirnos sin freno ni medida al top manta, “inventamos” el pago por uso en música y cine. 

La tecnología siempre nos cambió, esto no es nuevo

Nos guste o no, nuestra relación con el mundo siempre ha estado mediatizada por la tecnología que va cambiando nuestra percepción del espacio, del tiempo, de las relaciones y de todos los aspectos de la realidad.

La televisión y la radio han dado, sin duda, forma a una visón que mezcla lo real, lo ideal y lo inventado. La contribución de la serie “Los ricos también lloran” a la caída del bloque comunista es, para muchos expertos, incuestionable.

Hoy hemos dado otro salto. Los avances redes de comunicaciones, realidad virtual e Inteligencia artificial están desvirtualizando nuestra realidad y cargándose las barreras del espacio y del tiempo.

Da vértigo. Mucho vértigo.

Pero ni siquiera ese vértigo es nuevo.

Con el cambio llegan nuevas oportunidades para las personas

Desde los bifaces de sílex hasta el último de los robots creado anteayer, el ser humano no ha dejado de mejorar las herramientas que le facilitan la vida (o que se la complican). La tecnología siempre nos ha llevado a cambiar nuestros límites y, sin duda, volverá a hacerlo.

Lo veamos genial o monstruoso, los datos no dejan lugar a dudas: el mundo es hoy un lugar mejor.

Gracias a la tecnología, una hectárea de terreno cultivado produce el doble que en 1950 y encima lo hace con menos impacto medioambiental. Ya podemos modificar el ADN para eliminar genes portadores de enfermedades o imprimir prótesis para miembros amputados. Manos biónicas controladas por señales cerebrales permiten a las personas sin dedos recoger y manejar objetos delicados e Internet ha dado acceso a la educación para millones de personas.

De nosotros depende aprovechar estos cambios

Yo animo a asumir el futuro con optimismo, haciendo eso que solo los humanos sabemos hacer: Reflexionar y establecer estrategias. Empezando por racionalizar nuestros miedos a ser reemplazados por robots o deshumanizar nuestras relaciones por el mero hecho de haberlas digitalizado.

Las máquinas son unos asistentes sin igual. Pueden (y lo hacen mucho mejor que nosotros) buscar información, recopilar datos, contrastarlos y analizarlos. Pero nos corresponde a nosotros agarrar las riendas del potro desbocado, sembrando dudas sobre nuestras capacidades actuales y sobre qué competencias deberíamos adquirir para llegar con bien a destino.

Debemos adquirir nuevas capacidades técnicas. Que se entremezclan con nuevas habilidades sociales. Debemos aprender a aprender, debemos repensarnos y reconstruirnos analizando si el valor que siempre aportamos sigue siendo valioso o qué deberíamos cambiar.

Debemos, en suma, construirnos una nueva identidad para un nuevo contexto.

Siendo conscientes de que, en cierta medida, hoy somos lo que Google dice que somos. Para poner reflexión y  gestión en aspectos como nuestra alfabetización digital, nuestras habilidades de comunicación en un universo que es multimedia, el uso y la cesión de nuestros datos personales, la exposición a la que nos sometemos (o permitimos que otros nos sometan) en redes sociales y fragilidad o fortaleza ante el uso indebido o malintencionado de nuestra propiedad digital.

Sólo de nosotros depende ser más libres y más poderosos.

O ser arrastrados por la corriente, hasta acabar desubicados en un mundo donde, una vez más, han cambiado las reglas.

El lo que tiene ser persona. Lo llaman libertad 🙂

Bendita sea. 

@vcnocito