Es un hecho: vivimos mucho más acelerados que nuestros padres. Y a la velocidad de la luz en comparación con nuestros abuelos. La impaciencia es el mal crónico de una sociedad completamente intolerante ante cualquier espera y donde 30 segundos van camino de parecer un siglo.
Hoy lo queremos todo al instante y, como consecuencia, el sentido de la prisa nos acompaña a todas partes.
Identificar a los culpables está chupado. Son los grandes “avances” de este siglo XXI, internet y teléfono móvil mediante, quienes nos han vuelto tan alérgicos a esperar, como, si de algún modo, nos estuvieran entrenando para ser impacientes.
¿Quién no se pregunta si habrá perdido la cobertura o la conexión a internet cuando pasa un rato sin que ese pequeño tirano que habita en tu bolsillo tenga una novedad para ti?
Muchos echamos la culpa a
El WhatsApp y las Redes Sociales
Pues los smartphones ya son casi una parte de nuestro cuerpo. Que nos bombardea con cientos de “llamadas” de personas a quienes nos obligamos a responder al instante, ¡solo porque ellas pueden ver nuestra reacción en tiempo real!
Ya no vale solo con responder, tenemos además que gestionar las expectativas de quienes creemos a la espera porque ya saben que les hemos leído. Y, porque resulta que el hecho de que respondas rápido y seas participativo en todas las conversaciones, incluidas las de besugos, les hace calificarte de más sociable y simpático.
Tremendo.
El e-mail
El correo electrónico tampoco es ya lo que era. Si antes lo normal era contestar en la misma semana, hoy aplica lo de “contestar a vuelta de correo” porque quien más y quien menos se obliga a tener el correo en el móvil y a ir respondiendo al pite a lo que entra.
Lo demuestran los estudios: Contestamos al 90% de los correos que recibimos en menos de 24 horas, aunque lo más común es hacerlo entre los dos minutos y una hora posteriores a haberlo recibido, como si trabajar fuera compatible con estar pendiente del teléfono.
Otra esclavitud.
El acceso a Internet de alta velocidad y las nubes
Gracias a la fibra y a las redes móviles 4G, el tiempo que tarda en descargarse un contenido, videos incluidos, ya no se mide en minutos. Hoy todo se diseña pensando en ahorrar segundos, porque si nuestra pantalla no responde de inmediato al clic, la abandonamos sin segundas oportunidades.
Lo fácil que es disponer de libros o de películas o lo inmediato que es hacer y compartir fotos de las vacaciones y sobre todo, lo barato que es guardar esa ingente cantidad de bytes, nos ha hecho voraces de contenido como nunca antes lo fuimos.
Tenemos en nuestros dispositivos o en nuestras nubes más libros de los que podemos leer, más series de las que podemos ver, y más fotos de “acontecimientos sociales” o vacaciones ajenas de las que deseamos cotillear. Incrementando con ese comportamiento de Diógenes digital, nuestro agobio por consumir todo eso que guardamos y abriendo la puerta a la tiranía de las “cosas que tengo pendientes”.
Absurdo.
Las ventanas multitarea
Y esta es mi favorita. Poder tener en el ordenador varias ventanas haciendo cosas diferentes nos da sin duda la falsa ilusión de que nosotros también podemos hacer varias cosas a la vez. Y de que seremos más productivos si atendemos ese correo “urgente” mientras estamos preparado el informe de ventas.
Sin darnos cuenta de que no se puede estar en el ajo y en las tajadas. Y que, en realidad, lo que estamos consiguiendo en dispersar nuestra atención, no hacer del todo bien ninguna de las dos cosas y agobiarnos sin mejorar un ápice nuestro rendimiento.
Sin comentarios.
Está clarísimo, ¿no? Elimina todo esto de tu vida y serás libre.
Y este sería el fin del post, si no fuera porque estos “avances” no son los causantes, aunque algo tengan que ver.
Las herramientas son sólo herramientas. Los responsables de sacarles rendimiento en nuestro beneficio o de dejar que nos esclavicen somos únicamente las personas. Aun cuando el contexto no Y quien no se responsabilice de su comportamiento no está en disposición de mejorar. Así que, por puro interés personal, creo que nos conviene ir más allá de los sospechosos evidentes para identificar a los verdaderos culpables.
Nosotros mismos
Porque, una vez más, somos nosotros y nuestra autoexigencia, nuestras frustraciones e insatisfacciones o nuestro estrés por ser más simpáticos o productivos los verdaderos (y únicos) culpables de la aceleración en que vivimos.
Sin darnos cuenta de que, tratando de ser más rápidos para hacer más, limitamos nuestras opciones de incorporar la lentitud y el pensamiento sosegado. De llevar una vida más lenta y consciente.
Cierto es que estamos sometidos a una sobreestimulación que nos impulsa a ir volando de flor en flor sin prestar demasiada atención a nada, queriendo “resolver rápido” y pasar a otra cosa. Pero pensar poco y resolver rápido es incompatible con comprender, con disfrutar, con exprimir el jugo de las cosas.
Y por supuesto, también con recordarlas. Y ya se sabe que los humanos vivimos en gran medida de aquello que almacenamos en nuestra memoria.
Puede que vivir corriendo no sea siquiera vivir.
Virgina felicidades por la sencillez con que has plasmado esta realidad, que como tantas otras, al menos a mi me cuesta mucho mitigar.
Gracias por enseñármelo desde otra óptica.
Un saludo.
Me gustaMe gusta
Gracias a ti Luis por decírmelo! Tu comentario me ayuda a seguir compartiendo mi manera de ver el mundo. Un abrazo!
Me gustaMe gusta
Super real todo lo que mencionas.
Me gustaMe gusta
Gracias Agustina. A mi me lo parece, por eso lo reflejo. Porque en este Balcon solo hablamos de experiencias personales. Y si las compartimos es pensando que pudieran ser comunes. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo y a neutralizar tiranos!
Me gustaMe gusta