Lo confieso: me distraigo en el trabajo. Reconozco que en horario de oficina respondo whatsapps, correos y en ocasiones, hasta atiendo mis redes sociales. Es más, hay días que bajo a la cafetería a tomar un café con alguien en mitad de la jornada laboral aunque sin duda, el peor día es el lunes cuando a todas esas faltas, añado los cinco o diez minutos de sesudo análisis de la jornada futbolística (primera y segunda división) con mi compañero de al lado. Al menos no fumo, así que de dejar el ordenador para salir a fumar un cigarrillo sí que soy inocente.
Tengo mi parte alícuota de culpa en los resultados de Eurostat que destapan que España tiene una productividad del 31,5% por hora trabajada, menos de la mitad que Noruega (79,9%) y muy lejos de Suiza (57,9%) y Dinamarca (55,3%).
Pero no me arrepiento de ello, nada, ni un pelín. Primero, porque dudo que haya ningún ser humano, sea del país que sea, capaz de aguantar ocho horas sentado al máximo nivel de concentración. Y segundo, y más importante, porque esas “distracciones” para mí también son trabajo. Construir una buena relación con un compañero, aunque se inicie por los comentarios del futbol, lleva sin duda a un mejor ambiente de trabajo y a que el día que surja algún conflicto o sea necesario una ayuda para resolver un tema, lo arreglaremos en cinco minutos. Lo mismo pasa con las redes sociales, que al menos en mi caso son, aparte por supuesto de una distracción, una fuente de inspiración y de aprendizaje constante que aprovecho en muchos aspectos de mi trabajo diario. Un café con un compañero o con un proveedor se convierte normalmente en una reunión de trabajo en la que salimos de la cafetería con un par de puntos de acción cada uno para resolver ese tema que lleva varios días pendiente.
Y sobre todo, esas distracciones contribuyen a que esté contento en el trabajo y por consiguiente, a que sea más productivo, porque para lograr productividad tan importante como tener competencias técnicas en lo tuyo es tener un ambiente que te motive y una flexibilidad en el trabajo que te permita tener aunque solo sea “microdesconexiones”. Porque no me cabe duda de que una persona que ha estado ocho horas delante de un ordenador puede ser menos productiva que otro que ha salido una hora a comer fuera y a charlar con los compañeros.
Aunque también hay que reconocer que tenemos un océano de tentaciones para distraerse, especialmente en aquellos trabajos con más carga intelectual que manual: el correo electrónico (según la empresa australiana Atlassian, un trabajado recibe de media 304 correos a la semana…pocos me parecen), el whatsapp o la mensajería instantánea, que suele utilizarse para “una duda rápida” que desemboca en 15 minutos de conversaciones cruzadas son solo algunos ejemplos de distracciones que nos acechan. Es así. Lo que hay que hacer es reservarse periodos en la jornada laboral para aislarse de esas tentaciones y concentrarse de verdad, y el resto del tiempo es hasta positivo para tu trabajo dedicarse un poco a la vida social.
Hace unos meses leí la noticia de que en Francia habían prohibido el uso de smartphones en los colegios porque distraían mucho a los alumnos. Para mí, un error. El colegio debe ser un entrenamiento de lo que los niños se van a encontrar en su vida adulta, y en esa vida adulta encontrarán smartphones y muchas otras cosas que reclamarán su atención. Cuanto antes aprendan a convivir con esa realidad y a discernir en qué momentos hay que poner el smartphone boca abajo en la mesa y escuchar al profesor, en qué momento puede usarse para una consulta rápida en google y en qué momento se puede chatear con el compañero, mejor. Eso forma parte también de su formación como personas.
Así pues, distráete en el trabajo…pero con moderación.