He buscado en Google la frase “si quieres, puedes”, y el buscador me devuelve nada menos que 474 millones de resultados, lo que demuestra que están muy de moda esas frases de autoayuda que te empujan a superar todas las limitaciones que te pone la vida solo con la fuerza de tu inquebrantable voluntad. Es lo que los psicólogos llaman “pensamiento mágico”, en contraposición al pensamiento científico: Estar convencidos de que seremos capaces de resolver cualquier problema, sea el que sea, que se nos cruce en el camino.
Pues yo no estoy de acuerdo, al menos no totalmente de acuerdo. Por más que quiera, que me esfuerce y que ponga todos los medios a mi alcance, no voy a ganar la medalla de oro en la carrera de 100 metros en los próximos Juegos Olímpicos, con total seguridad. Sin embargo, ha ido calando en la sociedad el mensaje de “si quieres puedes” hasta el punto de que, si no lo consigues, será porque has sido un vago y además un inútil sin fuerza de voluntad, con el correspondiente sentimiento de culpa asociado.
La cuestión es que por más herramientas que tengamos a nuestro alcance hoy en día, aun no somos capaces de controlar nuestro destino porque hay infinitas cosas incontrolables en nuestra vida personal y en la laboral. La clave está en lograr tener una percepción certera de la realidad, sin errores ni sesgos, y de manejar las expectativas correctas para centrarse en ellas y conseguir que se cumplan.
Es muy importante tomar las riendas de nuestra vida profesional. No debemos quedarnos sentados viendo pasar jefes o compañeros por nuestro lado mientras seguimos haciendo exactamente las mismas cosas desde hace años si esas cosas no nos satisfacen plenamente. Hay que ponerse objetivos profesionales e intentar cumplirlos, pero es importante ser conscientes de que los cambios no son fáciles y de que habrá posibilidades de fracasar por el camino porque el “si quieres, puedes” depende mucho de quienes sean tus competidores o en ocasiones, del simple azar. A veces, aunque tengas todo muy bien planeado y te hayas preparado perfectamente, no se puede conseguir lo que se pretende.
Ser optimistas está bien, pero hasta un cierto punto, porque tomar decisiones profesionales basadas en un optimismo excesivo lleva con frecuencia al fracaso. Los expertos aconsejan tener siempre preparado un plan B, analizando cual sería el peor escenario en el que nos encontraríamos si nuestro plan A fracasa. Porque como dice la Ley de Murphy de la “no reciprocidad de las expectativas”, las expectativas pesimistas producirán resultados negativos, y las expectativas optimistas también. Es decir, que nuestro plan puede terminar mal, pero si podemos sobrevivir en ese escenario pesimista, vayamos a por el escenario optimista, porque si va mal, tampoco será para tanto.
Vivimos en una sociedad donde manda lo inmediato, donde si quiero algo, lo quiero ya. Ahora todo el mundo quiere ser capitán antes de haber sido marinero y no se lleva bien lo de fracasar, ni se valora el hecho de esforzarse para conseguir nuestros objetivos. Sean cuales sean tus expectativas profesionales, no sirven de nada si se quedan en eso, en expectativas. Así que hay que trazar un plan para ejecutarlas analizando fríamente los riesgos que conllevan, sin ponerse un tiempo excesivamente corto para ello. Especificar una horquilla temporal amplia ayuda a reducir el desánimo, y nos inquietaremos menos si somos conscientes de que el plazo necesario para conseguir los objetivos puede ser amplio.
Por tanto, seamos optimistas… pero con moderación.