Siempre me ha gustado confrontar diferentes puntos de vista de las cosas, aunque no tengan que ver con mis opiniones. Por eso me llamó mucho la atención este artículo que apareció en mi linkedin sobre los peligros de ser demasiado optimista en el trabajo y por qué los mejores líderes no son optimistas, sino todo lo contrario.

Todos tenemos claro los beneficios de ser optimistas tanto en lo profesional como en la vida en general. De hecho, ya hemos hablado sobre ello en algún otro post de este blog. Sin embargo, lo que se decía en el artículo que mencionaba antes es que si eres demasiado optimista es muy probable que te marques retos que no vas a poder conseguir, lo que te llevará a quedarte a medio camino de tu objetivo y a acabar frustrado por no haber logrado esos retos que te marcaste.

Se decía también que un jefe demasiado optimista es, con perdón del palabro,  un “depreciador accidental” frente a otros que son “multiplicadores”. Una persona multiplicadora es aquella que hace que los que trabajan alrededor de él crezcan profesionalmente y acaben siendo mejores. Un “depreciador” es el que consigue el efecto opuesto, a veces de forma consciente eliminando competencia de su alrededor para lucir más y a veces de forma inconsciente, solo por seguir unos hábitos extendidos en la empresa que no hacen más que minar las capacidades de todo el equipo.

Una persona demasiado optimista, más aun si es un jefe, cree que él y su equipo es capaz de hacer cualquier cosa hasta el punto de que a veces, no se dan cuenta del esfuerzo y sacrificio que puede suponer llegar a ese objetivo. Ese optimismo les lleva a ver que cualquier cosa es posible y por tanto, no valoran en su justa medida el esfuerzo que supone conseguirlo porque “todo es factible”. Entonces, inconscientemente eliminan de su mente la posibilidad de que algo pueda salir mal y el resultado final es que su equipo de trabajo deja de tomar decisiones y de asumir riesgos por miedo a no poder cumplir con esas altas expectativas de su jefe.

Un punto de vista interesante con el que de hecho estoy bastante de acuerdo. Un exceso de optimismo te lleva a acometer empresas condenadas de antemano al fracaso, y al final solo consigues frustración, pérdida de confianza, y la sensación de haber perdido tiempo y esfuerzo. Todos hemos pecado de exceso de optimismo en algún momento (quien no ha intentado alguna vez ligar con el más guapo o la más guapa del bar llevándose como resultado de tal empeño unas buenas calabazas…) y creo que tan negativo es ser optimista en exceso como redomado pesimista.

Ya Aristóteles sabía que la virtud está en el punto medio. Con los años y la experiencia aprendes a valorar mejor las dificultades de un proyecto y a medir donde te metes. Un principio básico de estrategia empresarial es comenzar por analizar tus recursos y capacidades, es decir, saber en qué eres bueno, y luego adaptar la estrategia de la empresa a los resultados de ese análisis. Aunque muchas veces te colocan en un proyecto, simplemente te piden que hagas algo y tienes poco análisis que hacer, siempre hay margen para evaluar un poco qué y donde te metes. En el caso de los jefes o responsables de equipo la clave está en que hablen mucho con los miembros de su equipo para entender bien el trabajo que hacen y la dificultad que conlleva, y que analicen en detalle con ellos qué es lo que puede salir mal en un proyecto y dejar de hacer aquello que sea excesivamente arriesgado.

El día a día en el trabajo está lleno de dificultades, desde tratar con un cliente demasiado exigente hasta llegar a desesperarse porque tu ordenador funciona lentísimo. Cosas que te provocan frustración, miedo o ira. A veces hasta te sientes mal por tener esos sentimientos porque parece que hay que ser por felices por obligación, estar muy motivados y que todo va a ir siempre fenomenal. En realidad, un poco de pesimismo (unas gotas, tampoco nos pasemos) vienen bien. La cuestión es que todos necesitamos que nos escuchen, entiendan y valoren, y como consecuencia final, tengamos objetivos retadores pero realizables.