Muchos nos sentimos sobrecargados por “microjefes” que se enredan en los detalles y hacen un mundo de cada tarea, dedicando su atención y su tiempo a poner peros a los matices para no llegar nunca al concepto o al fondo de la cuestión. Sin embargo, ¿somos capaces de reconocer que nosotros también perdemos el tiempo microgestionando?

¿Cuántas mañanas te dan las 11 mariposeando por tu bandeja de entrada? ¿Cuántas veces has dejado una vez más para otro día la elaboración de esa ficha de producto solo porque no sabes cómo enfocarla? ¿Nunca has generado más ruido y urgencia innecesaria entre propios y extraños solo porque no leíste bien un mail y te has liado a contestar con los hígados copiando a medio mundo?

Así que al hilo un estupendo post de Elena sobre cómo convivir con los microjefes tóxicos que empantanan nuestro desempeño, propongo que todos nos tomemos unos minutos para pensar en cómo gestionamos nuestro propio trabajo y qué porcentaje empleado tóxico llevamos dentro.

¿Te cuesta mantener tu visión a raya, asumiendo que es otro y no tú el responsable de la tarea y opinas más de lo que debes? ¿O lo que te cuesta es enfrentarte a la hoja en blanco? ¿Sabes que no aportas ningún valor diferencial a la tarea que te ocupa y no sabes cómo ocultarlo? ¿O simplemente prefieres figurar a hacer y eres de esos que aspiran que se note que están respondiendo y apostillando sobre cada correo?

Jamás de los jamases nos reconoceríamos como malos gestores. Pero si nos ponemos serios creo que todos contestaríamos afirmativamente  a alguna de las preguntas anteriores. Porque todos llevamos a un microgestor oculto en nuestro interior. Y como somos incapaces de reconocerlo, nos definimos como “minuciosos”, “perfeccionistas” o tan excesivamente “responsables” de nuestro trabajo que necesitamos ir “al fondo”. Pero, me temo, que muchas veces no estamos haciendo otra cosa que excusarnos justo por hacer eso de lo que tanto nos quejamos.

Supongo que, cuando microgestionamos es porque algún motivo que nos tensione habrá. Cada uno tendrá el suyo y  ni siquiera tienes que confesarlo. Pero siempre se cumple la máxima de que cuando nos sentimos estresados comenzamos a dar vueltas en círculo… Como cuando removías el colacao que te ponía tu madre en el desayuno aumentando en cada vuelta la pereza de tomarlo.

Quizás el primer paso para aflojar tensiones y reducir nuestro propio estrés sea simple y llanamente reconocer el impacto que está teniendo en nuestro trabajo y nuestros compañeros esta microadministración. Me gusta pensar que, de vez en cuando, somos cpaces de preguntarnos cosas cómo

  • Si estoy bajando mi nivel de rendimiento. Porque cuando tú no tiras con foco y te enredas por el camino, no sólo baja la calidad de tu trabajo sino que inevitablemente baja la de quienes te rodean. Y es lógico ¿por qué iban a molestarse ellos si tú no lo haces? Si tal vez tú seas capaz de reconozcas tu bajada de nivel, mirar o preguntar al de al lado sea una buena idea de saber.
  • Si me estoy cargando mi valor. La visión global y el foco son fundamentales para desarrollar con éxito cualquier proyecto que trate de dar respuestas eficientes e innovadoras. La falta de cualquiera de ellos conduce a proyectos grises, cut&pasteados de situaciones anteriores que, tal vez se ejecuten con corrección, pero que sólo portan más de lo mismo. Si te sorprendes copiando en exceso o buscando en demasía que te validen lo que haces, algo no va bien…
  • Si estoy comenzando a ser un tóxico para los demás. Porque no es exagerado pensar que la falta de autonomía y de foco genera estrés no sólo en quien la sufre sino entre quienes le rodean. Los opinadores profesionales que nunca ponen los dedos en el teclado, los ruidosos del email que cargan las bandejas de entradas de intrascendencias a deshoras y los ultrainseguros que siempre necesitan que les “pasen algo para empezar” acaban cargando…

Así que, si somos honestos, al buscar la racionalidad y la eficiencia en la gestión deberíamos empezar por ordenarnos a nosotros mismos. Nos creemos perfectos, eso sí en manos de jefes infumables, pero tendríamos que reconocer que muchas veces trabajamos poco y mal, arrastrados por la inercia y sin fuerzas para establecer prioridades. Identificar las emociones que nos llevan a ello – pereza, miedo, ego, envidia… – es el primer paso para mejorar nuestro rendimiento.

Así que pongámonos las pilas y no hagamos cierto eso de que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

@vcnocito