Cuenta la leyenda que allá por el año 250 a. C en la China antigua, un joven príncipe fue coronado emperador y como obligaba la ley, debía casarse. Así que decidió organizar una gran fiesta en su palacio a la que acudirían todas las muchachas del reino y en la que elegiría a la futura emperatriz.

Una anciana que servía en palacio escuchó los comentarios. Ella sabía que su joven hija estaba enamorada del príncipe, pero que no tenía ninguna posibilidad de llegar a ser su esposa porque el príncipe sin duda elegiría a alguna joven de otra familia más rica. Sin embargo, al llegar a casa y contar lo sucedido, la joven decidió acudir a la fiesta, aunque solo fuera por pasar unos minutos junto a su amado príncipe.

Llegó el día de la fiesta y allí estaban todas las más bellas jóvenes de la corte engalanadas con sus mejores joyas y vestidos. El príncipe se acercó a ellas y solo dijo una cosa:

  • “Les daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que dentro de seis meses me traiga la flor más bella, será mi esposa y la futura emperatriz de China”.

Pasaban las semanas y los meses y la joven hija de la criada no conseguía que nada brotara de esa semilla. Por más que aireaba y regaba la tierra, no germinaba ninguna planta. Pero el día de la fiesta en la que el príncipe elegiría definitivamente a su futura esposa la joven hija de la criada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, a cada cual más bella. El príncipe examinó atentamente todas las flores y anunció su resultado: aquella bella joven con el vaso vacío sería su esposa. Hubo un gran revuelo porque nadie entendía tan arbitraria decisión. Entonces, el príncipe explicó: “La elegí porque fue la única que cultivó la flor que le hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas eran estériles”.

Como ocurre en la leyenda, la honestidad es una de las cualidades más valoradas en el trabajo. Así lo indica el informe Randstad Employer Branding, que revela que el 66% de los trabajadores de 23 países diferentes valoran especialmente la confianza y la honestidad en el ámbito laboral, especialmente en su jefe.

Se suele pensar que la honestidad en el ámbito laboral corresponde con cuidar del patrimonio de la organización a la que pertenecemos, o dicho de otra manera, que ser honesto se trata de «no delinquir». Solemos dejar de lado el verdadero significado de la honestidad, reduciéndolo a un tema de códigos de conducta y comportamientos públicos. Sin embargo, la honestidad va más allá de no aceptar jugosos regalos de un proveedor en Navidad. Es un valor humano que implica ser sincero, no engañar ni ocultar información, reconocer los errores propios y tener como primer objetivo el bien común antes que el individual.

Se trata de una cualidad que escasea en algunos ámbitos pero que es esencial para que cualquier relación entre personas funcione. Y qué es una empresa si no muchas relaciones entre muchas personas. Es fundamental ser honesto para ganarte la confianza de compañeros, jefes o clientes. Si demuestras que eres una persona en la que se puede confiar, se perdonará los posibles errores que cometas y se valorará sin duda los éxitos.

Así que en estos tiempos en los que es tan habitual difundir una mentira hasta convertirla en verdad (las famosas “fake news”…) es fácil que los vendedores de humo se terminen imponiendo. Pero cuando la situación se aclara y el tiempo coloca las cosas en su sitio, las personas honestas acaban destacando especialmente y logrando sus objetivos, como la joven de la leyenda que acabó casándose con el príncipe. Debemos ser honestos, en el ámbito personal y profesional dentro de nuestras organizaciones. Porque la palabra adecuada es honestidad, no verdad. No existe la verdad absoluta y aquella persona que se la adjudique es peligrosa.