Olvida todo ese rollo de que el pensamiento crítico es un valor profesional. El mejor hábito que puedes desarrollar para progresar en tu trabajo es el de dejar de juzgarlo todo. Tener opinión sobre las cosas es estupendo. Pero es buena cosa aprender a callarla, sobre todo cuanto nadie te la ha preguntado 🙂
No vivimos precisamente en la era de la calidad suprema, ni del trabajo concienzudo y bien hecho. Por Dios, mira a tu alrededor, ¿Qué hubiera pensando mi abuela sobre esas costuras sin sobrehilar o esas faldas sin forro que encuentras en muchas tiendas, incluidas algunas “de firma”? ¿Cuánto plástico tienen las botellas de agua, que se escachan solo con acercarte a ellas?
Asúmelo, el hito es el rey. Hoy lo que toca es cumplir sin muchos aspavientos con lo que te mandan y pasar sin sobresaltos a la siguiente fase. Este modo de gestión no es ni mejor ni peor que el que aprendimos de nuestros primeros jefes. Es simplemente diferente. Y aprender a lidiar con esta nueva realidad es fundamental. Porque el mundo cambia y nosotros debemos hacerlo con él.
Puede que sepas hacerlo mucho mejor, que añores las actas y que aborrezcas los comités y las reuniones multitudinarias donde prima la opinión sobre la decisión. Que no concibas el mundo sin informes de actividad, sin sesudas estimaciones de cierre o sin prolijos cuadros de mando. Pues toca aguantarse un poco y no jugar al abuelo cebolleta.
Sacar a relucir sin piedad las carencias del personal te dejará seguro al margen. Algo que, aunque te apetezca, no te puedes permitir. Puede que muchos a tu alrededor no hagan otra cosa que reenviar correos o cut&pastear presentaciones. Pero aun así, fastidiarse por ello es muy poco inteligente. Y encima hacerlo notar es, además de desagradablemente prepotente, un auténtico fastidio para todos y para ti mismo.
Puede que pienses que su presentación es una mierda, y no digo que no vayas a tener razón, pero antes de dar a tu cerebro la orden de análisis, ergo de calificación, dedica dos segundos a pensar por qué y para qué te la enseña y qué puede aportarle tu opinión sincera.
Pocas veces te la están preguntando de veras. Muchas veces buscan cumplir un hito o simplemente quedarse más tranquilos. Nada que tú mismo no pretendas en el fondo muchas de las veces en las que pides ayuda o consejo al hacer un trabajo.
Y como rara vez aplica la sinceridad constructiva, te confieso que a mí me va mejor cuando
- Me obligo a encerrar a mi “yo opinativo”, y quienes me conocéis sabéis lo mucho que me cuesta. Confieso que cierro un poco ojos y oídos, sonrío y digo que está muy bien. Y si no puedo, no digo nada… Porque he aprendido que la sinceridad inconveniente me perjudica. Así que antes, callo.
- Utilizo todos los canales de comunicación. Si me cuesta controlar la mirada, o creo que mi tono me va a delatar, utilizo el mail
- Me doy un espacio para la reflexión. La velocidad de análisis ya no es un valor. Tal vez lo fuera en el pasado, pero hoy créeme que no lo es. Un “lo miro y te digo” que dilate el mal trago, o que incluso lo acabe diluyendo, es mucho más efectivo.
Para cada viaje hacen falta unas alforjas y creo que éste requiere que quienes ya tenemos unos años, nos replanteemos nuestra actitud. Exígete a ti mismo cuando desees, pero no esperes demasiado del mundo, así no te llevarás disgustos. Si lo dice Confucio, ¿qué puedo añadir yo?