De todos los muchos pecados que nos rodean a diario en la trabajo, yo creo que éste es el más extendido y habitual. Todos lo hemos cometido alguna vez: la pereza. Hay que estar hecho de acero inoxidable para evitarla, porque en 8 horas al día durante 11 meses al año te encuentras en la oficina taaaaaaantas cosas que nos aburren y nos dan pereza: esa reunión en la que sabes que el cliente te va a echar la bronca por algo de lo que no tienes ninguna culpa, ese compañero al que tienes en la agenda del móvil como Manolo Plómez porque te tiene una hora al teléfono aunque solo le estés preguntando un dato, ese informe de 57 páginas que tienes que hacer todos los meses lleno de datos que no cuadran por ningún lado…
Y muchas otras cosas. Por más cómodos y motivados que estemos en nuestro trabajo, siempre habrá cosas que no nos guste hacer pero que a pesar de todo, tengamos que hacer, igual que hay cosas de tu pareja o de tus propios hijos que odias por más que les quieras. Aparece entonces de forma inevitable la pereza ante la perspectiva de enfrentarnos con eso que tanto nos aburre o nos incomoda, pero que no tenemos más remedio que hacer. Y tratamos de retrasarlo o posponerlo con la esperanza de que se difumine y desaparezca por sí solo… aunque sepamos que eso no va a ocurrir.
¿Qué cosas son las que nos dan más pereza? Por un lado, están las personas que nos dan pereza. Se trata de esa gente que probablemente fuera de la oficina son encantadores, pero que no puedes con ellos a la hora de trabajar. Porque te da una pereza enorme tratar con fulanito, ese que si le pides algo te va a exigir cien justificaciones de por qué o para qué necesitas ese algo, o ese menganito que sabes seguro que va a corregir o puntualizar cualquier correo que le envíes, o simplemente ese tipo de persona que repite sus mensajes infinitas veces dando lugar a conversaciones de más de una hora…
Y por otra parte, están las tareas que nos dan pereza. Tu trabajo mola mucho, pero hacer el informe mensual es aburridísimo y siempre te lías con las cifras porque eso de los números no es lo tuyo. O preparar esa presentación para ese director maniático de los formatos del power point, donde más que el contenido se va a preocupar del tamaño de la letra o de si que hayas utilizado la plantilla del 2016 y no del 2017…
Que pereza enfrentarse a todo eso, ¿verdad? Pero hay hacerlo, no hay más tu tía. Te pones y se te cierran los ojos, te cuesta concentrarte, miras el periódico para desconectar pero te das cuenta de que la última vez que entraste fue hace 15 minutos, luego las noticias son exactamente las mismas. ¿Cómo superar entonces esa pereza? Yo me digo a mí mismo lo que me decía mi madre a mí cuando era pequeño o lo que les digo yo ahora a mis hijos cuando no quieren ponerse a hacer los deberes: “cuando antes empieces, antes terminarás”. Si de todas maneras tienes que enfrentarte a esa situación que tanto de aburre, hazlo cuanto antes y quítatelo de encima. No tiene sentido posponerlo más. Al menos tu cerebro descansará cuando hayas acabado. También es útil concentrarse en los beneficios que te traerá esa tarea. El tío con el que vas a estar una hora al teléfono es un pesado, pero al menos habrá algún asunto pendiente que hayas cerrado después de esa hora. O preparar el informe será un rollo, pero es la manera de que los jefes se enteren de lo que haces y valoren tu trabajo.
El problema viene cuando te das cuenta de que todo en tu trabajo diario te da pereza y que esa es la palabra que más repites en la oficina. Entonces, ha llegado el momento de cambiar, de pedir un traslado o quizá de buscar otra empresa. La pereza y el aburrimiento acaban oxidándote y te llevan a convertirte en un ficus sin más pretensión que sobrevivir al paso del tiempo. La pereza es una compañera inevitable de vez en cuando en nuestro trabajo, pero no dejes que se convierta en una compañera habitual en él.