¿Sabías que los demás solo perciben el 7% de lo que dices a través de las palabras que usas?

Tu lenguaje corporal determina el 55% de la comprensión y tu tono de voz el otro 38%, así que los vocablos que con tanto cuidado eliges para pedir presupuesto o contar a tus jefes éxitos o bloqueos, apenas transmiten nada.

Seguro, que como a mí, estos datos te ayudan a entender muchas cosas. ¿Nunca te has preguntado por qué nadie pilló esa idea que tan claramente expusiste en aquella reunión? ¿O por qué con aquel jefe de proyecto nada sucedió como te aseguraba?

El paralenguaje hace referencia a aquellos elementos no lingüísticos relacionados con nuestra conversación, como el tono de voz, el ritmo, la entonación, la velocidad o el volumen. Hace casi 50 años que el lingüista y académico escocés David Abercrombie advirtió al mundo de que, aunque hablemos sólo con la boca, en realidad, conversamos con todo nuestro cuerpo. Hoy, en lenguaje no verbal es tema de cientos de artículos y está presente de manera muy especial en las actividades de todo coach que se precie.

Yo confieso que sólo me lo he tomado en serio después de comprobar lo perfectamente que nos entendíamos todos con mi hija pequeña, que no dijo jamás ni una palabra hasta cumplir 3 años.

Dicen los expertos que la interpretación de la comunicación no verbal es clara y meridiana, que hay reglas universales. Que los tonos de voz vivos y modulados se prestan a la conversación, que hablar rápido y atropelladamente denota ansiedad y nerviosismo y que, aunque los tonos firmes denotan seguridad, pasarse en el volumen provoca rechazo.  Y que suman otros componentes como la apariencia personal, la higiene, la vestimenta o el cumplimiento de ciertas normas sociales.

Así que como parece que todo nuestro yo nos traiciona y que nuestro cuerpo va por libre gritando lo que nuestras palabras se empeñan en ocultar, parece buena idea tomarse como habilidad profesional el dominio de eso del paralenguaje.

Cómo aprender a transmitir lo que deseas

Será por ignorancia, pero yo confío poco o casi nada en las técnicas “de libro”. Me parecen tan artificiales como todos esos políticos aferrados a su boli Bic en pleno debate electoral. Aprender a modular gestos y tono sin dejar de ser tú no es tan fácil, y mucho menos cuando no cuentas con un asesor de imagen.

Aun así, cada uno podemos encontrar algún truco o anclaje que te ayude a controlar gestos, tono de voz, muletillas y demás signos que te puedan jugar una mala pasada. Todo se entrena y supongo que un pequeño baño no te hace dejar de ser tú mismo. Unas pinceladas en técnicas de asertividad, o unos ejercicios para controlar la respiración y el nerviosísimo previo a todo hito importante, ya sea una entrevista o una reunión, siempre nos vendrán bien.

Por descontado, no debemos olvidar que lo que vale en Madrid no triunfa en Pekín. Que cada ambiente tiene sus reglas no escritas. Así que, si de verdad quieres transmitir, no queda otra que comenzar con una escucha activa que permita la contextualización, para ponernos en sentido literal “frente a frente” a nuestro interlocutor.

Los expertos recomiendan practicar frente a un espejo. Yo reconozco que no sería capaz…

Sin embargo, lo que para mí resulta fundamental es tratar de ponerme en la “situación mental adecuada” antes de abrir ni siquiera la boca. Ponerle un poco de foco al rollo del lenguaje no verbal y “visualizar” en toda su amplitud no sólo el mensaje sino la imagen que quiero transmitir. Creo que ayuda mucho. Casi me atrevería a decir que dos segundos de reflexión hacen el 80% del trabajo.

Lo que yo intento (y me funciona) es algo así como fabricar un modelo que refleja a modo de “espejo mental” ese mensaje 360º, que componen las palabras y las emociones que pretendo transmitir. Porque el cuerpo no es muy sabio, sino muy tonto, y si le das pautas, obedece ciegamente al centro de control.

Luis Galindo, experto en inteligencia emocional con quien tuve el placer de compartir unas jornadas hace años, me habló del enorme poder que tienen las etiquetas que ponemos a las personas. Y que yo añadiría, también a las situaciones. Y cómo, sólo haciendo el esfuerzo mental de cambiarlas, cambian muchas cosas.

Desde entonces, no pasa mucho tiempo sin que tenga ocasión de comprobar cuánta razón tiene Luis. Por eso digo, que muchas veces, basta con pararnos a pensar qué es lo que de verdad queremos (de verdad) transmitir al otro. Basta con configurar en nuestro coco el mensaje en toda su extensión, y dejar que todo nuestro cuerpo, voz incluida, fluyan desde ese sentimiento.

Como en el ajedrez, planifica en tu cabeza, y luego mueve

@vcnocito