Todos parecemos tener claro que ser feliz en el trabajo es deseable. Algunos estamos convencidos de que además es posible. Lo que llama la atención es que cuando nos ponemos a ello, pensamos enseguida en pedirle a los Reyes Magos, ergo a la empresa, que suceda.  Porque lo vemos como su business, habida cuenta de que está científicamente probado que los empleados felices son más productivos. Vale, no digo que no. Pero echo en falta que reflexionemos sobre qué es lo que podemos hacer nosotros para que sea así.

Cierto es aquello de que las emociones son pensamientos y que cambiando pensamientos cambiamos lo que sentimos. Genial como comienzo, pero ¿por qué quedarnos en mejorar nuestra percepción de una realidad mediocre? ¿Por qué no intentar cambiarla para que realmente sea mejor?

Nos declaramos hastiados de vacías frases de autoayuda tipo “si esperas resultados diferentes, hazlo diferente”. La hemos oído muchas veces, pero que levante la mano, o dicho en 2.0 que haga un comentario al pie de este post, quien se plantee abordar una mejora en su trabajo a partir de una lista de acciones en primera persona. Y que me diga cómo hacerlo 🙂

¿Sabéis por qué me lo planteo? Cuestión de eficiencia. Cuesta tanto que el mundo cambie, que he llegado a la conclusión de que igual me cuesta menos cambiar yo. ¿Quién se anima con estos 3 pequeños pasos?

1.- Ni una queja más. Vale que el power point lo aguanta todo, y que gracias a él vendemos humo en los comités de Dirección. Vale que cambiamos de opinión buscando el sol que más calienta. Vale que no es oro casi nada de lo que reluce y que al rascar con la uña dejaríamos al descubierto mil vergüenzas…

¿Qué tal si lo asumimos? Vivimos en la era de la imagen, importa más la foto que el texto, los datos se ponen al servicio del discurso… No te quejes tanto, no seas el enano gruñón. No mola a nadie, resbala a los causantes, pero sobre todo cada queja te amplifica que no te mola a ti.

2.- Olés al trabajo bien hecho. Si repaso las valoraciones que escucho, vengan de otros o de mí misma, la crítica gana por goleada. En un mundo donde algunos jefes han olvidado que serlo consiste en dar referencias mostrando lo que está bien y lo que mejorar, un comentario elogioso de un compañero se agradece como un faro en mitad de una tormenta. El reconocimiento público hacia quienes lo hacen bien es gratis, genera buen ambiente y pronto se olvida que no partió de donde en teoría debía. Es más a veces, hasta “casualmente”, el del jefe llega justo a continuación 🙂

Y si no puedes hacerlo, no hagas nada. Respira y calla. A veces el mejor comentario es el que no se ha pronunciado. Si como yo, eres de los que rajas en la máquina del café, nos va costar. Dejemos los «yo flipo» y probemos a callar cuando no tengamos nada bueno que aportar. Apartemos del papel de juez porque, cuando eres parte interesada, tu veredicto no suma. Si lo hiciera, no estarías leyendo este post :-).

3.- Sonrisas, sonrisas y más sonrisas. Sonríe todo lo que puedas. A tod@s. Por cualquier cosa. Parece fácil, pero sonreír aunque a veces es difícil. ¿Qué tienes que hacer para sonreír más? Proponértelo, cambiando tu actitud ante la vida. No te estoy animando a no ver la realidad. No soy del “dont worry, be happy” porque creo que para ocuparse hay primero que preocuparse. Yo misma me niego a mirar para otro lado, pero me invito a aceptar lo que hay, tomándolo con un punto menos de seriedad.

Ah, y prueba a invitar a tus compañeros a hacerlo. Creo ya haber contado lo mucho que creo en el efecto espejo. Igual que los bebés imitan a los adultos, o movemos los pies al ritmo de la música que tocan otros, los humanos siempre sonreímos cuando nos sonríen…

Por eso, ponte al tajo. No importa lo que hagan los demás, tú a lo tuyo. Recuerda lo que siempre te decía tu madre. Que las madres saben mucho, mucho 🙂

@vcnocito