Tomar una decisión siempre es difícil, en cualquier ámbito de la vida. Las decisiones que tomamos en el trabajo no son quizá las más significativas de nuestras vidas, pero desde luego tienen su impacto no solo sobre nosotros sino a veces también sobre terceras personas (compañeros, jefes, clientes…) así que muchas veces cuesta tomar un camino u otro. Es normal bloquearse al enfrentarnos a disyuntivas que pueden marcar un antes y un después en nuestra vida laboral. El motivo del bloqueo es principalmente el miedo a equivocarnos, y es entonces cuando nos asaltan las dudas y podemos caer en la parálisis por el análisis: Tanto darle vueltas a las cosas conduce a que al final no hagamos nada.

Existen decisiones trascendentales en nuestras vidas laborales que implican una bifurcación en nuestra carrera profesional, donde no hay manera de saber a priori cual es la mejor opción. Son decisiones como dejar una empresa y dedicarse a emprender en solitario o reciclarse por completo y cambiar de profesión porque ves que la tuya ya no tiene futuro. No sabremos si acertamos o no con la decisión hasta mucho después de haberla tomado porque no es posible saber a priori si ese nuevo negocio que vamos a arrancar o la nueva compañía en la que vamos a trabajar será exitosa o no. No hay una manera racional de anticipar el resultado de esa decisión, por lo que lo primero de todo es empezar por preguntarnos si queremos o no asumir el riesgo.

Dicen que Charles Darwin, cuando estaba a punto de cumplir los 30 años (por aquel entonces, año 1838, cumplir 30 años era prácticamente la mitad de la vida) se enfrentó con la gran decisión de casarse o no casarse. Para ayudarse en ese trance, Darwin elaboró una lista con las ventajas de estar o no estar casado. En la columna de la izquierda escribió los beneficios de contraer matrimonio (“tener compañía constante” o “disponer de un objeto para el amor y el juego – en cierto modo mejor que un perro”, agregó). En la columna de la derecha, anotó los beneficios de la soltería (“no estar obligado a visitar parientes”, “no tener que doblegarme ante cualquier nimiedad” y especialmente, “disponer de más tiempo para el investigar”). Parece ser que la columna de ventajas de la soltería para Darwin era mucho más larga que las ventajas del matrimonio por lo que decidió permanecer soltero…hasta que menos de un año después se casó con Emma Wedgwood, con quien tendría 10 hijos, y por supuesto, pudo seguir investigando sin problema.

La conclusión es que, ante esas decisiones trascendentales, hay que escuchar más al corazón que a la razón. Igual que Darwin se enamoró de Emma y saltaron por los aires todas sus reticencias al matrimonio, cuando un proyecto de verdad nos ilusiona debemos ir a por él porque esa ilusión compensa el riesgo de que finalmente no funcione del todo bien, así que merece la pena asumir ese riesgo.

Pero si la decisión sigue sin estar clara, hay una serie de claves prácticas para salir del bloqueo. Una es probar a preguntarse cuál sería la razón para no tomar esa decisión porque si no encuentras al menos una buena razón, significa que la idea es sólida. Otras veces el mejor camino es uno intermedio entre la opción A y la B, y finalmente, tenemos que atrevernos a equivocarnos. Un antiguo jefe me dijo una frase que me ha ayudado mucho en mi carrera: “¿Tú sabes la cagada tan grande que tendrías que hacer para que se notara significativamente en los resultados de la empresa?”. Y es verdad, sobre todo para los que trabajamos en grandes compañías. A veces dudas entre hacer algo o no hacerlo por miedo a meter la pata cuando bien pensado, la decisión no va a tener ninguna transcendencia ni para la empresa no para tu carrera profesional. Si ese es el caso, mi humilde consejo es que te atrevas a dar un paso adelante y tomes la decisión más valiente, porque a la larga te sentirás mejor contigo mismo.