Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo solo a medias con ese Del saber hacer al hacer saber de mi querido Roberto la semana pasada.
Reflexionaba en él Roberto, y con cierta razón como digo, sobre la cantidad de tiempo que dedicamos a trabajar para contar a los demás (tanto en informes y reuniones dentro de la empresa, como en las redes sociales) lo mucho que trabajamos. Coincido en lo obvio: que esto resta de un tiempo que bien podría dedicarse a otras tareas.
Sin embargo, no estoy de acuerdo con esa idea que “sin autobombo no hay paraíso”. Ni con esa otra de que “el contarlo” se haya convertido en la parte más importante de cualquier proyecto, pasando por encima de todas las demás. Ni, por supuesto, con que el relato de una venta tenga que pasar por la semificción, buscando donde no hay o construyendo realidades que no existen, pero que “venden” bien.
Porque, nos guste o no, lo cierto es que hay más venta en tu día a día de la que te gusta reconocer.
¿Qué es “venderse”?
La realidad es que muchas de las actividades cotidianas que como profesionales realizamos son una venta, aunque no seamos conscientes de ello. Las entrevistas de trabajo o de proyecto, las reuniones para conseguir apoyo para tu idea, las acumulaciones de méritos para conseguir un ascenso o que te encarguen una tarea que te apetece… todas estas acciones son ventas.
Avanzamos “vendiendo”.
En cada trato con una persona, está implícita una venta. Porque lo que tú buscas es que las cosas pasen de una determinada manera y conseguirlo depende de tu capacidad para influir y persuadir.
Así las cosas, de siempre el éxito profesional ha tenido una gran relación con la capacidad de convencer. Y para convencer hay que comunicarte, hay que “saber contarlo” de manera efectiva.
De hecho, no saber hacerlo sale bien caro.
La verdadera venta es servicio
Un profesional valioso es aquel que está dispuesto a servir.
La única razón que mantiene abierta una empresa es su capacidad para mejorar la vida de los demás. Y frente a eso, no valen trucos ni engaños. Si las personas que en ellas trabajan no están dispuestas a ayudar, la cosa no funciona. Y el negocio acaba en quiebra.
La venta tiene que ver con el servicio. Vender no es inventar, ni camelar. Vender es resolver problemas, aportar valor a los demás con mejores productos, mejores precios, mayor rapidez, más atención personalizada o cualquier otra cosa.
Vender es pensar en los demás antes que en ti. Porque solo consigues la atención (y, eventualmente, la acción del otro) si le haces ver cómo vas a mejorar su vida.
Así las cosas, lo siento, pero no es lo mismo contar para figurar que contar para que otros sepan más, y gracias a eso, puedan trabajar o vivir mejor.
La gestión de la visiblidad es una habilidad profesional clave en la era digital
Como decía, la relación entre “habilidad de venta” y negocio o éxito profesional no es nueva. Ya Erasmo de Rotterdam nos decía hace unos 5 siglos que “el talento escondido no produce reputación”.
Solo que hoy, en un contexto de hiperestímulos, ruidos y atención escasa, la diferencia entre quien es capaz de contar, ergo de influir, es más importante que nunca.
Sé que asumir el impacto en tu trabajo de “venderte”, y el coste de no hacerlo es, probablemente, uno de los “cambios de rol” inherentes a la era digital que más nos cuesta. Pero, por favor, olvida eso de que “es función de mi jefe saber lo que hago”, “ si soy bueno basta” y “no me gusta venderme”.
Porque esto va más de mostrarte que de venderte.
Y, te guste o no, para avanzar tienes que es captar un hueco en la atención de personas que ya no te miran a los ojos.
Pero es que además cuando eliges contarte creces como profesional.
Cuando comunicas con la mente puesta en ofrecer servicio estás eligiendo ser mejor. Estás eligiendo formarte, estás eligiendo conversar y colaborar, estás eligiendo escuchar a otros. Y eso es crecer.
Evidentemente la gestión de la visibilidad tiene que venir apoyada en un “buen producto”. En un trabajo de calidad y en una comunicación efectiva, que busque servicio y no mera propaganda, de ese trabajo.
Trabaja para mejorarlos sin olvidar que, en una relación digital, es tu responsabilidad que los demás sepan quién eres, qué haces y, sobre todo, cómo les puede ayudar eso que haces.
Todos somos comunicadores en la era digital
Esfuérzate por mejorar tus escritos. Lee en voz alta los que envías, lee con espíritu crítico los que recibes. Busca que te entiendan, pero también que sientan lo que quieres que sientan y que actúen como les pides que lo hagan.
Y para eso, escucha a las personas. Observa, pregunta, lee entre líneas para saber más de sus expectativas y necesidades. A la gente no le importas tú, por mucho halago y aplauso que te den. Lo que le importa es lo que recibe de ti.
Si mejoras su vida, confiarán en ti. Y no olvides que, en una era donde la confianza es el valor que mueve el negocio, la capacidad de generar confianza en los demás es el activo más valioso que pueda tener un profesional.
Empieza a gestionar tu visibilidad sin autobombo. Asumiendo que, el tiempo que dedicas a “trabajar en voz alta” no es un tiempo banal ni perdido, es una inversión en conocimiento del cliente y en desarrollo de relaciones de confianza.
Tu comparte sin faltar a la verdad, sin “pistoseo”, sin traicionar jamás tu integridad.
Y no te preocupes de postureros y vendehúmos. El mercado percibe (y sabe descartar rápido) a quien miente, a quien engaña, a quien no es coherente… o lo que es lo mismo, a quien no es de fiar.
Siempre se pilló antes a un mentiroso que a un cojo… y se hace más pronto que tarde también en la era de la “máscara digital”.
PD. Para saber cómo dar tus primeros pasos puedes leer
El cada vez más difícil arte de destacar: 10 Claves para potenciar tu influencia en la era digital
Cómo hacerte visible cuando teletrabajas… sin que te acusen de «venderte»