Muchos recordamos aquellos tiempos en los que el trabajo bien hecho era motivo de orgullo. Hoy, sin embargo, la calidad con la que completas tu tarea no parece ser suficiente motivo de celebración para casi nadie. ¿Qué más debemos añadir para conseguir que nuestra actividad sea merecedora de orgullo propio y elogios ajenos?
Me esfuerzo por sentirme a gusto con lo que hago. Y tengo cada vez más claro que conseguirlo no es ni casualidad ni suerte, sino una cuestión de elección.
Por ello, no paro de leer sobre propósitos y motivaciones, ni de acercarme a quienes disfrutan trabajando para aprender a hacerlo.
Y ya tengo claras algunas cosas que hoy quiero compartir contigo
El reconocimiento no siempre es suficiente
No nos engañemos, el reconocimiento de otros nos da alas. Nos sube la autoestima tanto o más que el hecho de encontrar nuestro trabajo creativo, absorbente e interesante.
Pero he descubierto dos cosas.
- Que el reconocimiento no siempre depende de ti. ¿O es que nunca te ha pasado que el hacerlo tan requetebién ha generado tanta pelusa en tu jefe o en tus compañeros que no han podido resistir sus ganas de envenenarte el café y las han materializado en un rancio “gracias” ocultando todo lo que han podido elogios y menciones?
- Y que el reconocimiento no siempre es valioso. ¿O es que tampoco has tenido nunca un “jefe majete”, de esos que hacen del buen rollo su varita mágica de gestión y a quien todo, hasta tu trabajo más mierdoso, le parecía tan requetebién que te hace dejar de dar valor a sus flores?
Pues ya sabes que esto no va de depender de otros.
Hay otros ingredientes que siempre suman
Sin tener aún la receta mágica que garantiza el éxito, tengo ya algunas pistas sobre aspectos que siempre suman a tus sentimientos de satisfacción con lo que haces.
- Generar impacto en los demás. Tendemos a valorar más las cosas que dejan huella, esas que importan a los demás más que a nosotros mismos. No por casualidad, Maslow coloca el sentido de trascendencia en el vértice de su pirámide de motivación, más arriba que la seguridad o la autorrealización. Y es que un trabajo que mejora la vida o el trabajo de otras personas es algo cada vez más valioso y reconocido. Animar el ambiente, hacer crecer a los demás, o reunir a una comunidad en torno a un objetivo común son algunos matices que, incorporados a la churrera de tareas diarias, cambia tus sentimientos hacia ellas.
- No rehuir las emociones negativas. Hacer que tu trabajo merezca la pena no va de hacer que todo sea guay ni de que todos te sonrían. Todo trabajo que acaba mereciendo la pena tiene momentos incómodos. o incluso dolorosos. De hecho, el reto (que conlleva inseguridad y miedo), o el contratiempo (casi nunca exento de roces) son imprescindibles para dar significado a tus esfuerzos. No los rehúyas porque lidiar con circunstancias difíciles o situaciones complejas es lo que te lleva a sentir que lo que haces merece la pena. Nada que ver con la tranquilidad insulsa de lidiar con la misma tarea sencilla todos los días.
- Encontrar momentos de euforia. Incluso en los trabajos más excitantes, no es realista aspirar a sentirse pletórico todos los días. Identificar y propiciar esos momentos “pico” que te suben la moral probablemente sea la manera más inteligente de conseguir una sensación sostenida de que lo que haces mola. Cada uno sabrá cuales son los suyos: si presentar ante los grandes jefes, si visitar al cliente importante, si dar una conferencia o si estampar tu firma en un proyecto. Identificarlos es básico para poder propiciarlos. Para, poco a poco y sin forzar, ir añadiendo más de estos momentos a tu agenda.
- La puesta el valor. Rara vez valoramos bien las situaciones justo cuando están sucediendo. Más bien lo hacemos de manera retrospectiva una vez que nos sentamos (y si lo hacemos) a valorar el trabajo completado. Entender que la experiencia va más allá del momento y que en realidad es un saco donde metemos expectativas, hechos y emociones y que precisa una reflexión a posteriories clave, porque casi nadie te dirá lo mucho que subir la montaña le ha merecido la pena cuando aún no se ha limpiado el sudor del esfuerzo ni se ha sentado a admirar las vistas.
- Tus sentimientos sobre el trabajo, A menudo buscamos el sentimiento de trascendencia contando solo con el contexto del trabajo. Sin embargo, abrir la puerta a lo personal y dejar entrar sensaciones que trascienden el “horario de oficina” ayuda a valorar mejor lo que haces. No son marcianos quienes encuentran sentido a sus trabajos incorporando en sus valoraciones los sentimientos de aprecio y orgullo de familiares y amigos. Contar mi día a día y también mis historias o ser capaz de extrapolar el conocimiento específico de mi actividad para ayudar en otros ámbitos, estudios de hijos incluidos, mejora sin duda el sentido de mis madrugones.
A todos nos gustaría llegar a sentir que nuestro trabajo nos merece la pena. Y para que así sea, debemos reflexionar sobre lo que significa para nosotros que algo merezca la pena. Sin olvidar que, sean cuales sean nuestras motivaciones intrínsecas, todo pasa por percibir que nuestras tareas van más allá del “yo”.
Encontrar sentido en su trabajo es una tarea compleja y profunda, que casi nunca, y este es mi gran aprendizaje, tiene que ver con tus jefes.