Gustar a todos no es posible. Sólo podemos aspirar a que no nos duela no poder hacerlo.

Egocéntricos y tiranos hay hasta en las mejores familias. Se creen superiores y con capacidad para juzgar todo y a todos. Lidiar con estos especímenes tan tóxicos requiere de respiración profunda, templanza a tope y la mejor de las voluntades. Sobre todo cuando hablamos de gustar a personas de quienes depende tu actividad o tu sueldo.

Seré clara desde el principio: Cuando se la ocasión requiere de gustar a personas que no ven más allá de su ombligo, lo mejor es no intentarlo. Perdonadme queridos por este pedazo de símil machista, pero es tan inútil como tratar de que ese ligón al que todas valen, valore tus encantos.

¿Te suena esta historia? Parece una persona agradable y que hasta quiere llevarse bien contigo. Te sonríe y te bromea haciéndote sentir cómodo cuando necesita tus conocimientos y tus sugerencias. Pero no vacila en dejarte a los pies de los caballos y ponerte a caldo cuando vienen mal dadas. Y tú callas. Te jodes y te callas.

¿Por qué? No sólo por no liarla. Sino porque resulta que eres un profesional y lo que te mueve es ser útil al equipo. Y, porque reconozcámoslo, que levante la mano quien no quiera gustar. Así que te dejas hacer una y otra vez sin sospechar que la ansiedad que provoca el no saber cómo acertar sacará lo peor de ti mismo.

Pero esto tiene sus límites, porque el precio que pagas es bien alto.

¿Cómo te afecta el tratar de gustar a toda costa?

Tú lo pasas mal y tu autoestima se resiente hasta perder el foco y el criterio. Hasta un el punto de no saber ya quién eres. Sacas lo peor de ti mismo y acabas incluso siendo tan tóxico para tu entorno como él. O como ella :-). Y ojito, que puede que te descubras amplificando esos comportamientos que tanto dices odiar. Es el efecto espejo.

Si algo he aprendido con los años es que la necesidad de aprobación unida al afán de controlar solo llevan a un lugar: el miedo. Y el miedo borra la sonrisa trayendo consigo el mal humor. Y ese es el principio del fin de cualquier equipo.

Todos mis intentos de agradar a las personas equivocadas acabaron mal. Sin embargo nunca había pensado hasta qué punto esta energía tirada a la basura estaba obstaculizando mi desarrollo profesional.

  • Porque querer gustar a toda costa, confiando sólo en el criterio de los demás, significa renunciar a todas las oportunidades para brillar, al poner en sus manos tu crecimiento y tu futuro.
  • Porque, incluso sin pretenderlo, te vuelves compatible con comportamientos salidos de tiesto. Porque en tu desconcierto, la opción menos mala es que la coja con otro.
  • Porque renuncias a construir vínculos más fuertes con tus compañeros, para no liarla. Es el “sálvese quien pueda” llevado a su máxima expresión.
  • Porque tu aspiración acaba siendo adoptar el perfil más bajo de que seas capaz y  pasar desapercibido.

 

Si te toca lidiar con algún Calígula… que te quede claro que nunca vas a saber cuándo acertar. Así que toca asumir que, de hacerles mucho caso, esos vaivenes de pulgar te dejarán tan borracho que ya no sabrás ni quien eres. Convivir con ellos no es nada fácil y menos cuando en tu lógica está el tratar de servir y de agradar, no sólo a jefes sino también a compañeros.

Y como está bien que así sea, quizás lo único que te permita seguir adelante sea asumir que su aprobación vale tanto como su condena. Y seguir conviviendo al tiempo de tratas que sean estos especímenes quienes te gusten a ti. Con esa convicción de que tus pensamientos conforman tus sentimientos, con esa dignidad ligera de quien sabe bien quién es y a quien no tiene nada que demostrar.

Recuerda que su ego puede ser mañoso, pero tu cerebro es tuyo. Así que úsalo para cuestionar todas sus certezas.

 

@vcnocito