Sonrisa incrédulo-cínica se me quedó ayer cuando mi muy apreciada y jovencísima sobrina Marta vino a contarme lo machista que es su jefe, que la selecciona para presentar el proyecto al Director, con el prosaico argumento de que está muy buena.

No he podido evitar recordar mis años mozos, cuando los operarios de la fábrica en la que ejercía de ingeniera me silbaban al pasar. A mí, ¡qué nunca fui ni la mitad de guapa!. Y la indignación que me recorría el cuerpo cuando era presentada  con un sencillo Virginia mientras que mi compañero era el señor Gil.

Al hilo, me ha dado por reflexionar sobre si aún existe el machismo en nuestro ámbito laboral. Y aunque honestamente no calificaría hoy el tono de compis y jef@s como machista, afirmo sin paliativos que esto tiene margen de mejora. Porque nos han venido que somos iguales y lo cierto es que ni pasando de siglo hemos conseguido pasar de curso en esta asignatura.

Reconozco que algunas barreras han caído. Puede que ya no te confundan con la secretaria, ni que te pidan el café. Pero las mujeres seguimos sintiendo situaciones blandas de menosprecio. Que no por blandas no dejar de resultarnos injustas o cuando menos incómodas.

Si nadie habla de lo bueno que está el becario o de lo gordo que se ha puesto el jefe desde que se ha casado, ¿por qué tantos comentarios sobre el aspecto físico de las féminas? ¿Por qué se tiran los colegas o clientes a darte besos cuando tú les tiendes la mano? ¿Por qué no admitimos que se puede ser mona y lista, o madre y comprometida profesional?

Pues, malas noticias chic@as, tenemos que apechugar con una visión del mundo, que no olvidemos que muchas mujeres son las primeras en adoptar. Pero lejos de cabrearnos tenemos que aprender a lidiar con ella.

Seguro que te quedaste de piedra la primera vez que algo así te sucedió pero que ahora, ¡te has acostumbrado!  Pues mira, no te disculpes por ser quien eres. Ni por estar cañon, ni por ser madre, ni siquiera por estar de uñas el día que tienes la regla.

Pero tampoco te resignes. Hazte respetar y educa a tu entorno, que más vale una vez colorada que ciento amarilla. Y no me preguntes cómo porque no tengo una receta mágica. Sino miles de pequeñas iniciativas que muchas de mis queridas compis han ido generosamente poniendo en mis manos

  •  Con el látigo de tu indiferencia, que ya decía mi abuela que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio.
  •  Con tu comentario en respuesta dura el día que te salga del alma. Educada, pero sin cortarte un pelo.
  • Con tu eficaz mano izquierda, que ni disculpa ni saca las cosas de quicio.
  • Con tu empatía, que da a conocer tu realidad y los retos a los que te enfrentas.
  • Con tu ejemplo, que no participa en corrillos que juzgan a las personas por su aspecto o por lo que lleva puesto.
  • Con tu inteligencia que no generaliza, que pondera el comentario por quien lo dice, y que sabe esperar el mejor momento para meter tu cuña.
  •  Con tu sentido común que te impedirá abusar de las diferencias, ser sensata vistiendo y razonable en tus ausencias cuando los niños estén malos.
  • Y con mucho humor, que te pagan por tu trabajo, no por el derecho a decirte quién eres.

Posiciónate. Sin estridencias pero con toda la firmeza de que seas capaz. La desigualdad laboral aún acompaña a las mujeres durante toda su vida laboral. Y aunque en las empresas grandes ya empiezan a estar superados ciertos temas y ser mujer no es ni una barrera a la contratación ni una excusa para que te paguen menos, es igualmente cierto que tod@s tenemos una responsabilidad en mejorar la educación del mundo en que vivimos.

Marta, linda, no te cabrees, no sirve de nada. Pero tacita a tacita no permitas que nadie te chafe la que debe ser la máxima de tu vida profesional: “Nena, tú vales mucho”

@vcnocito

P:D: Y otro día hablamos de cómo sigue el cuento cuando le añades la variable hijos. Que si lo de ser mujer objeto se te hace bola, no te cuento cómo es lo de ser madre, cuando encima ya no eres ni tan joven ni entras ya en la talla 36 🙂