Decía Chumy Chúmez, nuestro sin par humorista gráfico, que si hubiera un sólo hombre inmortal, este sería asesinado por los envidiosos. Tan instalada está la envidia en nuestras vidas que nos hemos acostumbrado a convivir con ella sin preguntar qué hace en nuestra casa. Hemos asumido que viene “de fábrica”, sin mucho cuestionarnos si realmente es tan menor el mal.

La RAE la define, eso sí con palabras más finas, como lo mucho que te jode que otros tengan lo que tu no. Dicen que es un dolor, un sentimiento, un estado mental.. Y un cuerno! Yo estoy más con Napoleón: es una declaración de inferioridad. Y por eso, nunca existe exenta de reacción. Y siempre tiene su impacto.

Siempre me preocupé por no depender más de lo necesario de la aceptación social de cualquier grupo. No porque me dé estrictamente igual, sino por el más práctico motivo de que no siempre puedes influir sobre las etiquetas que, con razón o no, hayan decidido asignarte.

En un post reciente del genial Santiago Moll descubro que hablar del Síndrome de Solomon es hacerlo del miedo a destacar, de la presión que puede llegar a ejercer el grupo sobre las personas que sobresalen por su esfuerzo, sus conocimientos o sus valores. Lectura obligada, que lejos de tranquilizarme, me levanta a ocuparme no sólo de abonar la fortaleza para que no te hunda lo que puedan llegar a decir de ti, sino a ocuparme activamente de entender hasta cuánto el efecto del grupo te puede llegar a cambiar.

Nos cuenta Santiago en su post el curioso experimento que el psicólogo estadounidense Solomon Ash realizó en 1951 con una centena de estudiantes. Les pasó a grupos de 8 un sencillo test de visión. En cada grupo compinchaba a 7 que respondían primero y debían hacerlo de manera incorrecta, pese a que la respuesta era obvia. Alarmantemente sólo una cuarta parte de los no compinchados respondía correctamente. Preguntados por qué, confesaron dar la respuesta errónea sabiendo a ciencia cierta que lo era por miedo al ridículo. Terrible, no?

Comparto con vosotr@s esta “caída del guindo”: Estamos mucho más condicionadas por nuestro entorno de lo que queremos creer. ¿Por qué? ¿Será que nos anestesia encajar en la mayoría? Pues a mi que sea así me preocupa y me pregunto cómo puedo mantenerme moderadamente alerta.

Coincido con Santiago en que la protección es trabajar tu autoestima. La mejor manera de afrontar lo que en el aula puede ser una burla o una amenaza y en el mundo profesional es tarde o temprano una sin par jugadita, es transformar la molestia del martillazo en tu anclaje a la tabla. Conocerte, saber cuáles son tus fortalezas y qué aportas. En un post anterior comentaba lo libre que te vuelves cuando pones todo de ti en cada tarea sin pensar demasiado en el impacto que va a tener.

Doy a menudo grandes disgustos a mis hijos, que siempre quieren hacer “lo que hacen todos”. Quizás la diferencia no mole, pero para mí es un gran valor, aunque su gestión sea más complicada y el riesgo de exclusión más evidente. Un valor al alcance de los pocos que aprenden a gestionarla. Tan rara como un edelweiss, pero enriquecedora como pocas.

Algunas ideas que ayudan:

Destacar es bueno, pero es infinitamente mejor colaborar para que destaque todo el equipo. Quizás no se lleve y a un jefe cómodamente instalado en la rivalidad le siente mal, pero aportar tus habilidades al puzzle del objetivo-del-grupo, poniendo de perfil los tuyos propios, es el mejor escudo protector que conozco. Maximizar la colaboración y aspirar al reconocimiento de la labor del equipo por encima de tus propios logros no tiene precio. Puede que la envidia ajena te deje sólo, pero un enemigo común, créeme, no sólo inspira la fiebre de currar sino que une como el Locktite.

En lo individual, no fomentes la envidia. Procura no dejar de compartir información y resiste la tentación de intentar destapar a aquellos cuyos comportamientos no sean del todo clarinetes. El tiempo pone todo en su sitio. Tú curra y a lo tuyo. No te compares… la comparación es un atentado contra la autoestima. Piensa que la envidia tiene mucho de espejo de tus debilidades 🙂

Fortalécete. Practicando tu empatía. Observa y valora el esfuerzo y las cualidades de tus compañeros. Verbaliza sus logros y tampoco tengas miedo a poner en valor los tuyos. Si el miedo es la base de los celos y la envidia, la confianza es el antídoto. Hay excelentes profesionales que llevan mal lo de que otros lo hagan mejor. ¡Qué le vamos a hacer!

Luchar contra las críticas envidiosas es algo que debemos asumir como parte de nuestro crecimiento. Pero podemos ir más allá cruzando el puente de la molestia para no permitir que te cambien, para no dejar que la presión de “la media” te invite a aportar menos. Aunque otros hayan tomado el atajo de la competitividad que deja muertos en el camino, tú siempre busca el lugar donde mejor encaja el valor que puedes aportar, ayudando a tus compañeros a crecer al tiempo que lo haces tú.

Y recuerda, como decía el gran conocedor ese gran conocedor del alma humana que fué Jacinto Benavente, “El que es celoso, no es nunca lo es por lo que ve, basta con lo que imagina “

@vcnocito