—Maestro, daría la vida por tocar como usted.
El guitarrista Andrés Segovia replicó:
—Ése es el precio que pagué.

Traigo esta anécdota a colación para escenificar lo difícil que es llegar a ser extraordinario en el desempeño de tu profesión. A unas cualidades innatas se les debe acompañar de horas y horas de esfuerzo y dedicación a lo largo de toda una vida, sin desfallecer ante los inevitables problemas o fracasos parciales que surgen. Y sin embargo, internet está lleno de tutoriales sobre cómo alcanzar la excelencia a la vez que las empresas dicen buscar únicamente profesionales top y todas presumen de tener “auténticos equipazos” trabajando para ellos.

Esto contribuye a poner una presión innecesaria sobre nosotros porque parece que si no somos excepcionales en nuestro trabajo, no valemos para nada y seremos despedidos de inmediato. Pero no es así. Como dice el conferenciante Alfonso Alcántara, ser excepcional en algo es algo excepcional. Si todos somos cracks en algo, entonces nadie lo es. La distribución del talento sigue una curva de Gauss como prácticamente todo en la vida. Efectivamente, existe gente con un talento o unos dones especiales que destacan por encima de la multitud, pero la mayoría tenemos capacidades normales, algo mejor en unos aspectos que en otros probablemente, pero no llegamos a ser extraordinarios en nada. Afirmar lo contrario suele perseguir únicamente el objetivo de venderte algún libro o curso de formación.

Esta presión lleva a que todos pequemos de exagerar nuestras capacidades para no parecer los más torpes del pueblo, con el efecto perverso de que como todo el mundo lo hace, debemos exagerar aún más nuestras capacidades para destacar en un mundo en el que todos exageran las suyas. Así, LinkedIn está lleno de “Senior managers”, “Directors”, o “Chief no se qué Officers”, de manera que resulta difícil distinguir quienes son gigantes y quienes son molinos hasta para el más sensato Sancho Panza. Por supuesto que es muy importante saber venderse y poner en valor nuestra experiencia adquirida y nuestros logros profesionales, pero sin caer en el ridículo. Está bien poner en el escaparate lo mejor que tienes en tu tienda, pero no todos los escaparates pueden ser los de Louis Vuitton. Hay que asumirlo y no pasa nada porque también las tiendas de ropa del barrio tienen sus clientes fieles que compran habitualmente en ellas.

Como dice el mencionado Alfonso Alcántara, es mejor hablar simplemente de competencias, sin etiquetas ni alaracas rimbombantes. Al final un equipo de trabajo debe estar compuesto por personas con las competencias necesarias para realizar su puesto de trabajo, competencias que mezclen bien unas con otras, con el punto de diversidad adecuado para que se vayan compensando los defectos de unos con las virtudes de otros. Como ocurre en los equipos de fútbol, un equipo compuesto por once estrellas mundiales no suele ganar un título, a menos que en el equipo se cuelen otros jugadores no tan virtuosos, pero sí con otras habilidades menos vistosas pero igual de necesarias que los grandes regates.

Por supuesto, se puede trabajar para llegar a ser un virtuoso en tu trabajo, y de hecho hay gente que lo consigue. Pero hay que ser consciente del esfuerzo que ello va a conllevar, toda una vida como decía Andrés Segovia, esfuerzo que será proporcional al nivel de virtuosismo buscado. Y no es lo mismo llegar a un nivel máximo de excelencia que trabajar para mejorar un poco día a día, aun sabiendo que probablemente no lleguemos nunca a esa excelencia suprema. Seamos conscientes de que no hace falta ser un virtuoso para hacer bien tu trabajo, para ser una buena persona y para aportar tu grano de arena a la consecución del objetivo de tu equipo de trabajo.