No he encontrado quien es el padre de la frase que da título a este post, aunque parece que lo más probable es que fuera William Randolph Hearst, un magnate de la prensa estadounidense que nació hace más de 150 años. Sea quien fuera el autor, es un genio porque no se puede definir mejor con menos palabras como funciona la sociedad actual en general y muchas empresas en particular.

Hoy en día prevalecen las apariencias frente a la realidad (otra frase que viene a cuento: no hay nadie tan indignado como parece en Twitter, ni tan importante como parece en LinkedIn ni tan feliz como parece en Instagram) pero es un tema que da para muchos otros artículos. En este blog nos quedamos como siempre en el mundo empresarial, territorio donde imperan los famosos KPIs (Key Performance Indicators) que son aquellas métricas relevantes para la estrategia de la empresa que determinan su éxito o no, que se acaban trasladando a nuestro trabajo del día y que hay que cumplir ante los jefes como sea.

Es evidente que debemos tener unos objetivos en el trabajo y que hay que vigilar y cumplir. El problema viene cuando nos preocupa tanto el cumplimiento del KPI que si es preciso, deformamos la realidad para conseguir ese tic verde en la plantilla de turno de evaluación de objetivos y luego, cuando rascas un poco, te das cuenta de que todo es humo. Algo así le debió pasar a Nokia, empresa que lideraba el mercado mundial de móviles en los primeros años de este siglo y que acabó prácticamente desapareciendo solo unos años después porque al parecer se extendió la cultura de no querer dar malas noticias y de sobrevalorar los logros propios para destacar en un entorno en el que todo iba, aparentemente, fenomenalmente bien.

Manipular la realidad para que parezca que se ha cumplido un objetivo es doblemente contraproducente. Por una parte, es obvio que es una manera de esconder los problemas y por tanto, aplazar su resolución, quien sabe si hasta que sean irresolubles (ejemplo de Nokia de nuevo). Y por otra parte, es relativamente fácil de detectar desde fuera, lo que desde luego acaba dando una mala imagen y trae como consecuencia una pérdida en el interés en trabajar con nosotros. Pan para hoy y hambre para mañana, vamos.

Otras veces no se trata tanto de deformar la realidad para salvar el culo sino que sucede lo de la fábula del traje del emperador, aquella en la que nadie se atrevía a decirle al emperador que desfilaba desnudo. Si un líder transmite prepotencia y soberbia, probablemente nadie se atreverá a hablarle con franqueza y escogerá los mensajes con mucho cuidado para estar seguros de no ofender al jefe/emperador soberbio. Conclusión, que de nuevo se esconde la realidad para no estropear un buen titular.

En un entorno cada vez más cambiante, tener una foto clara de lo que pasa dentro de la empresa es fundamenta y sin embargo, muchas veces se difumina esa realidad, normalmente para reforzar el mensaje de que “todo va bien” y así no haya que tomar decisiones difíciles, se siga siendo transigente con comportamientos establecidos y el status de cada uno dentro de la empresa no se vea amenazado. Se debería también mirar hacia la competencia y seguir en detalle lo que pasa fuera de nuestra empresa como manera de no infravalorar a los competidores y evitar caer en la autocomplacencia. En resumen, es fundamental no caer en el autoengaño porque siempre acaba dándose de bruces con la realidad que además, puede ser una dura realidad.