Mensajes a deshoras, reuniones canceladas en el último minuto, mutis total al tus propuestas y mensajes… Cada vez me topo con comportamientos más alejados de lo que siempre entendí eran unos “buenos modales profesionales”.
Y resulta que no es solo cosa mía.
Los estudios demuestran que los comportamientos rudos y las “salidas del tiesto” son cada vez más frecuentes y que no son exclusivas del entorno profesional. Valga el ejemplo del estudio realizado por una aerolínea americana que dice registrar más de 5.000 incidentes entre pasajeros con consecuencia de retrasos importantes o lesiones graves.
En otra encuesta reciente entre 9.000 gerentes y empleados en los Estados Unidos, el 80% informó haber perdido tiempo en el trabajo preocupándose por un incidente hostil, mientras que casi la mitad reconoce que, el mal ambiente, les ha hecho intencionalmente dejar de esforzarse tanto.
No sé cuánto tendrá que ver lo de no tener al otro delante o el estrés del cambio de vida que a todos nos está marcando el covid.
No digo yo que no tengamos motivos para estar de los nervios
El contexto es cada día más acelerado, y puede que más complejo tecnológicamente y más diverso en cuanto a generaciones y culturas.
Pero no deberíamos permitirnos el acabar viendo como normales situaciones que, años atrás, hubiéramos considerado absolutas e intolerables faltas de civismo y de respeto.
El lenguaje descuidado y las interrupciones sin tacto nos afectan, debilitan las relaciones con los clientes y aumentar el queme y las ganas de mandarlo todo a la mierda. Nos hacen ir al trabajo arrastrando los pies.
Es en los momentos de crisis cuando demostramos quienes somos de verdad.
Normalizar lo que no rema ni a favor de la confianza, ni del respeto mutuo nos hace un flaco favor a todos. Y, desde luego, no ayuda a nuestras empresas a navegar entre la incertidumbre y la volatilidad.
Precisamente por ello, el civismo y las buenas maneras importan más que nunca
Porque necesitamos un amortiguador para todas esas tensiones que no podemos evitar.
Te invito hoy a pararte y reflexionar sobre ello. Sobre lo que tú haces y también sobre lo que dejas pasar sin decir ni mu.
Si eres jefe, predica con el ejemplo. Todos nos mimetizamos con el tono, y también con las formas y maneras del nuestro. Y si eres soldado raso, también. Imitar o dejar pasar lo grosero no lleva más que a volverte grosero. Y a quemarte, a sentirte a disgusto con todo.
Ya sabes que tus sentimientos influyen en tu rendimiento
Porque influyen en cómo tratas a compañeros y clientes, en cómo colaboras y cómo recelas, en tus ganas (o no) de mejorar el proceso que te traes entre manos. Y cómo fallar en esto será, a la corta, malo para ti.
La acumulación de acciones irreflexivas, mientras sigues encerrado en tu corre-corre, hace que los demás se sientan irrespetados, ignorados, socavados o menospreciados, aun cuando no sea tu intención hacerles sentirse así.
Y ello puede causar un daño duradero que debería preocupar a todas las organizaciones.
Si preguntaras a tu alrededor, más de la mitad de la gente te diría que se ha sentido maltratada al menos una vez al mes. Y que esa sensación ha sido mayor durante momentos de trabajo a distancia. Algo lógico si asumimos que, en el medio digital, los mensajes son propensos a las brechas de comunicación y los malentendidos, y desafortunadamente las descalificaciones son más fáciles cuando no se entregan cara a cara.
Y, visto así, ¿podemos dejar que la productividad, la motivación, la colaboración o la satisfacción de nuestros clientes se resientan?.
Supongo que no.
Si todos hacemos por ser más considerados, todos nos sentiremos mejor. Y, sin ninguna duda, todos cumpliremos mejor.
Creo que es buen momento para plantearnos:
- La exquisitez con nuestras palabras y nuestros actos.
- El aislamiento o la minimización de las relaciones tóxicas.
- El relleno de nuestra gasolina emocional sin mucho mirar qué hace el resto.
- El acercamiento y una mayor colaboración con personas positivas, amables y educadas.
- Y también, el ir pensando cómo “educar” a los que no miran, a los que empujan, a los que avasallan. Con sutileza, con asertividad, con firmeza. Como harías con tu hijo, buscando con cariño, y en la medida de tus posibilidades, que sufran las consecuencias de sus actos.
Todos tenemos una responsabilidad personal y también “educativa” con el mundo que nos rodea. Tal vez no podamos esperar que se den cuenta solos.
«Respétate a ti mismo si quieres que otros te respeten a ti». (Baltasar Gracián)
#vamos