Trabajo híbrido es la palabra de moda. Emerge como la solución definitiva para combinar esos beneficios del trabajo remoto que hemos ganado a pulso manteniendo la productividad durante los confinamientos, con la “curación” de esos puntos de dolor que aún vemos en el teletrabajo.
Porque hemos creído que soledad, desconexión, desapego, falta de visibilidad y motivación, aburrimiento, cansancio y hasta falta de límites se curan volviendo a ratos a la oficina.
Virtualizar la oficina no ha sido suficiente
Durante el teletrabajo, la obsesión ha sido seguir como en la ofi, con más videoreuniones que compensaran la falta de interacción social y con nuevos mecanismos de supervisión que controlaran que la gente hacía sus horas.
Sin embargo, ambas estrategias han sido contraproducentes. La gente ha acabado tan harta, que ha pedido a gritos volver, al menos en parte, a la oficina.
Porque lo que ha sucedido es que el personal se ha sentido obligado a demostrar que trabajaba, estando constantemente pegado al PC. Nunca habíamos trabajado con tan pocas pausas. Y casi todos hemos pasado más tiempo en videoreuniones en casa que en sus equivalentes físicas cuando tenían lugar en la oficina.
Y tampoco lo será añadirle unas “gotas de presencialidad”
Ante este panorama, lo hibrido llega como un caramelito para el amargor, como una tirita para la herida que aún no ha cicatrizado.
Pero, cubrir la herida ralentiza la aparición de la costra, y con ella, la posterior curación.
No dudo de que la vuelta a los cafés, a contarnos el fin de semana en los desayunos del lunes y a las comidas con los compañeros haya sido un bálsamo a tantos meses metidos en casa. Pero no es la solución a los aspectos aun sin resolver del teletrabajo.
Quien no haya podido o sabido desarrollar técnicas de trabajo digital para automotivarse, para autoorganizarse, para desarrollar valor en sus relaciones virtuales, seguirá sin hacerlo. Quien no haya aprendido a trabajar de modo social y asíncrono, a hacer visible su trabajo sin enfadar a nadie o a incorporar nuevas formas de aprendizaje a su día a día, va a seguir estando en desventaja por mucho que vuelva a la oficina. Y lo peor de todo es que habrá anestesiado su necesidad de hacerlo, aunque ésta siga ahí, igual de real y más urgente que antes.
Permíteme que te pregunte cómo afectaría a tu rendimiento y a tus sentimientos el no poder volver esos días-bálsamo a la oficina. Porque en la respuesta que te des, sabrás si estás confundiendo tu necesidad de socializar en espacios físicos después de un largo periodo de confinamiento (la cual es natural), con tu necesidad de socializar para hacer bien tus tareas (la cual sería, creo, el peligro potencial).
¿Dónde está el verdadero debate sobre el futuro del trabajo?
Yo creo que es una pena poner el foco en adaptarse a unas unas herramientas cuando de lo que se trata es de evolucionar apalancándonos en ellas.
Y ello pasa por plantearse la ecuación en otros términos. Por cambiar la discusión:
- Desde el cuándo y dónde al qué. Porque llevamos muchos años sin plantearnos cuál es el valor real de nuestras tareas. ¿Nos pagan por estar en un lugar determinado unas horas determinadas o por hacer que nuestras empresas crezcan? Porque si es la segundo, ¿no es hora de revisar el impacto de nuestro trabajo con el negocio para organizar un modelo basado en mejorarlo?
- Desde el cómo al para quién: Porque tal vez hemos perdido un poco el norte con relación a quién es el destinatario de nuestro esfuerzo, a quien es nuestro verdadero cliente. En la era digital, quien no aporta no importa. Y es difícil aportar si no tenemos muy claro a quién deberíamos hacerlo. Por tanto ¿no es buen momento para analizar el valor que realmente aportan nuestra tareas y organizar un modelo donde podamos medirlo?
- Desde el cuánto al para qué: Porque, tras años obsesionados con la eficiencia, llega la era del propósito. De cambiar a mejor la vida de la gente. Y con ello ¿no deberíamos incluir garantías de cumplimiento de nuestros propósitos y promesas en lugar de garantías de cantidad?
Si replicamos el modelo actual en una combinación mixta de espacios no habremos avanzado nada. Y, sobre todo, habremos desaprovechado una oportunidad única para evolucionar de verdad.
Rediseñemos el modelo, contando de verdad con las personas.
Ahora que está tan de moda el design thinking y las metodologías ágiles, ¿por qué no aplicarlas para contar con la gente a la hora de rediseñar el modelo laboral, haciéndolo en iteraciones sucesivas de probar y ver?
En primer lugar, ¿por qué nos empeñamos en el “café para todos»? Estamos definiendo modelos para que todos los empleados hagan lo mismo, cuando sus capacidades de trabajo remoto, su necesidad de volver y sus circunstancias personales no son en absoluto las mismas. Parece que hay muchos encantado con la idea de no volver jamás.
En segundo lugar, ¿qué nos impide preguntar para arbitrar modelos «one-to-one»? ¿Por qué no les dejamos elegir? Seguramente porque aún queda margen de mejora en temas de confianza o de mal entendida igualdad. O porque emerge el miedo a no saber qué hacer con los que elijan lo que resulta más inadecuado. Pero podemos al menos hacer preguntas no vinculantes, ¿no?
Y eso me lleva al tercer lugar, ¿por qué no establecemos modelos basados en la responsabilidad demostrada con el nivel de resultados alcanzado? Ahora que casi todo se puede medir, ¿no es momento de premiar dando “más bola” a quien más se lo merece? Establecer un premio para quienes se hallen más cerca del “empleado ideal” puede ser el mejor de los estímulos para acercarnos a esa cultura que tanto decimos desear.
Centrarse en los resultados productivos y no en las tareas per se. Olvidar el modo rebaño para abrazar modelos más personalizados. Quitar valor a ese estar atados a la pata de la silla (ya sea en la oficina o en casa) durante periodos ridículamente largos para dar la impresión de ser productivos cuando en realidad, muchas más veces de las que reconocemos, sucede lo contrario.
Eso sería centrarse de verdad en el bienestar de la gente.
Ojalá lo veamos todos. Porque muchos ya lo han visto.
Y esos, se llevarán lo mejor de quienes no sean capaces de verlo.