La diversidad es un concepto “de moda”.  Si tecleas esa palabra en Google te aparecen 87 millones de resultados, así que es obvio que se habla de ella con frecuencia. Y eso es porque en un entorno como el actual en el que las empresas compiten en mercados cada vez más globales, la movilidad de personas de diferentes procedencias y culturas es una realidad que deben asumir todas las compañías. Aparte de que esa diversidad, bien gestionada, puede convertirse en una importantísima ventaja competitiva.

Se habla mucho de la importancia de la diversidad de género, pero también de la diversidad de razas o culturas. Sin embargo, yo creo que muchas veces se entiende mal el concepto de diversidad, o al menos yo lo entiendo de una manera quizá un poco diferente. Me explico: yo no tengo claro el valor que aporta a un equipo de trabajo el incluir “por decreto” a una persona nacida en otro continente o que por ejemplo sea gay, porque no creo que tenga la más mínima influencia el hecho de que una persona sea homosexual o heterosexual para que haga bien o mal su trabajo. Igual que en mi opinión, la diversidad no consiste en tener un número de mujeres en el equipo porque sí, y si me falta una para completar el cupo contrato a la primera que pille por el pasillo de la oficina. De hecho, lo que me pregunto es dónde acaba la diversidad. Es decir, me parece curioso que haya equipos que presuman de diversidad porque tienen el mismo número de mujeres que de hombres y porque los conforman personas de diversas nacionalidades…todas menores de 35 años. ¿Y la diversidad de edad? ¿acaso no enriquece a un equipo el tener en sus filas una persona con 25 años de experiencia en un determinado sector, aunque haya ido cambiando ese sector?

La diversidad a mi modo de ver va de juntar en el mismo bando a personas que piensen de manera diferente, que tengan personalidades diferentes, que hayan vivido experiencias anteriores diferentes y que se hayan criado en ambientes diferentes mientras que lo que me da igual es que recen en una iglesia, en una mezquita o no recen nunca. Tengo comprobado que los grupos de trabajo tienden a ser muy homogéneos porque el que confecciona los equipos tiende a elegir a personas igual que él, ya que se congenia mucho mejor con personas que piensan como tú y por tanto es más fácil dirigirlas. Igual que siempre he pensado que, sin querer, en el trabajo acabas pareciéndote a tu jefe porque acabas haciendo las cosas que sabes que a tu jefe le van a gustar y de la forma que a él le van a gustar. Y es que será tu jefe quien al final te va a valorar y te puede ayudar o no en tu carrera, así que es lógico y humano tratar de agradarle.

Y ahí está el problema. Los grupos de trabajo se hacen homogéneos y acaban pensando que todo el mundo es como ellos. Un jefe al que le encante la tecnología probablemente contrate gente a quien le encante la tecnología, aunque solo sea para tener tema de conversación a la hora de la comida. Y entonces se puede llegar a pensar que a todo el mundo, incluidas las venerables ancianitas, le gusta la tecnología y entonces ese equipo puede desarrollar productos que son maravillas tecnológicas…pero que nadie aprecia. Tener personalidades distintas en un equipo de trabajo le da a ese equipo una amplitud de miras y una capacidad de adaptarse a distintos entornos que es, a mi modo de ver, la verdadera clave del éxito. Y esa amplitud de miras puede venir dada por personas de distintos países, o distinto género…o no necesariamente.

Lo que es un hecho es que el mundo cambia vertiginosamente, el mercado de cualquier empresa es cada vez más global, y que o bien estás preparado para vivir situaciones diferentes o no vas a poder sobrevivir. La diversidad es fundamental para poder afrontar todos esos cambios, pero eso sí, debe ser una diversidad bien entendida.