La inteligencia artificial viene para quedarse. Primero fueron los smartphones y los Siris, pero otros vendrán que por tonto te dejarán. Los algoritmos, esos programas que procesan cantidades ingentes de datos, que son capaces de aprender de la experiencia y hasta de tomar decisiones por ti, ya están aquí.

Y dan cierto miedo. Miedo a que nos controlen, miedo a que nos superen, pero sobre todo, miedo a que nos dejen de patitas en la calle. Cuando pienso en convivir con ellos, sé que hay algunas capacidades que me harán ganar la batalla de la empleabilidad.

Mi capacidad de transmitir, de llegar y de emocionar con el mensaje.

Con una media de 12 horas al día bajo el bombardeo de los medios de comunicación (internet y redes sociales incluidos) es obvio que, quien consiga captar la atención de un humano, valdrá su peso en oro. Sin duda, la capacidad de comunicarse de forma vibrante y convincente es uno de los activos más difíciles automatizar.

La buena noticia es que, corta&pega y power point emiten un ruido tan coñazo que, quien sea capaz de contar su “para qué te sirve eso que yo sé hacer” de manera organizada, fresca y coherente (y sin una presentación de 60 páginas como muleta), se llevará el gato al agua. Quien sea capaz de entrelazar historias y hechos, retórica y datos, humor y trascendencia, estará siempre por encima de un robot, por muchos esfuerzos que hagan sus creadores.

Mi capacidad para las relaciones “laterales”

Dominar un tema es una base imprescindible sobre la que empezar a construir. Pero no es suficiente con saber mucho y ya. Compites, te guste o no, contra Google, así que ya puedes ir pensando en cómo salir en la foto de quien busca resolver una necesidad donde tú puedes entrar a jugar.

Quien cuenta y comparte en las redes, cultivando su reputación online (llámalo marca personal si te place) tiene mucho ganado. La buena imagen “analógica” debe ensancharse en las redes para tener acceso a nuevos conocimientos y a personas que te ayuden a actualizarla y mejorarla. Y debe hacerlo en todos los ámbitos, no sólo en el profesional, porque nunca sabes dónde puede saltar la chispa que provoca la conexión.

El networking, como lo llaman ahora, tiene efectos insospechados que no hay que desdeñar. Porque es la combinación de experiencia y de capacidad de extrapolación desde otros contextos lo que te va a hacer quedar por delante de cualquier algoritmo.

Mi sentido común y mi adaptación al contexto

Los sistemas automatizados aún son relativamente malos reconociendo el contexto. Porque es muy difícil para su programador preverlo todo.  Extender su razonamiento automático con asuntos como la cultura, el momento, la solidaridad y la empatía se antoja tarea titánica.

Dicen que, en los atentados de Nueva Zelanda, la plataforma Uber, detectando pico de demanda, subió automática y exponencialmente los precios. Y fue vilipendiada por ello. Sin embargo, en los ataques de París, fue un tipo de la misma compañía quien, contrariando las recomendaciones del sistema, decidió ofrecerlos gratis. Y claro, la respuesta de la gente y los sentimientos hacia la misma plataforma fueron otros bien distintos.

Y es que pensar con la cabeza aun en contra de las pautas establecidas, es algo que está lejos de poder ser automatizado. Y sigue sin tener precio.

Mi empatía y mi competencia emocional

Incluso con las capacidades avanzadas de los Alexa y compañía, las máquinas están en la edad de piedra para captar sentimientos y estados emocionales. Y como dicen los neurocientíficos, puede que seamos muy racionales analizando opciones, pero a la postre, tomamos decisiones con las tripas, porque es la emoción la que nos une a la acción. El nivel más básico de competencia emocional es ser capaz de reconocer las emociones en juego que condicionan más que ninguna otra cosa el éxito o el fracaso de un proyecto.  Y el más alto, influir y persuadir a las personas evocando emociones.

Y aunque un ejemplo claro de influencia “artificial” sean las fake news, Influir y liderar en positivo es algo que aún tardaremos en ver en los robots.

Mis ganas de enseñar

Las máquinas han hecho grandes aportes a la calidad y accesibilidad de la educación, desde los tutoriales más o menos caseros de youtube hasta los potentes cursos online de las grandes universidades. Sin embargo, aún estamos lejos de este modelo de aprendizaje 100% autodidacta de cada uno frente a la soledad de su ordenador.

Y en un mundo donde los cursos siempre llegan tarde, aprender de tus pares es la mejor manera de incorporar en el día a día todo ese conocimiento nuevo que necesitamos adquirir. Estar dispuesto a ayudar a los compañeros a identificar sus lagunas y trabajar personalmente con ellos para llenar esos vacíos, no sólo es un acto de generosidad altruista. Es un acto de inteligencia, porque hacerlo con toda tu energía y tu mano izquierda es algo que los robots nunca podrán hacer eficazmente.

Mis valores y mi ética

A medida que la inteligencia artificial se vuelve más inteligente, su potencia para aumenta. Lo hacen sus efectos beneficiosos y también los perniciosos.

Apuesto a que el mundo será cada vez mejor. Pero somos las personas quienes, lejos de buscar el prohibir o aceptar indiscriminadamente, debemos ayudar al discernimiento, en cada contexto, entre lo “correcto” y lo “equivocado”, lo “bueno” y lo “malo”. La ética es, por tanto, tan esencial hoy como la creatividad, el conocimiento profesional o las habilidades.

Y el camino es tomar las decisiones con un propósito: contrarrestar cualquier efecto negativo que la innovación pueda originar, sin renunciar a la multiplicidad de sus ventajas.

Así que, si quieres permitirte el lujo de mirar sin miedo a ese «cuatrolatas» que vendrá a sentarse a tu lado en la oficina y quien sabe si a ser tu próximo jefe, ahí las tienes.

6 habilidades que un robot no tiene y no tendrá en el futuro previsible.

Toma buena nota y ponte a trabajar en desarrollarlas.

@vcnocito