Dice la leyenda que Pigmalión, antiguo rey de Chipre, pasaba toda su vida buscando a la mujer perfecta para convertirla en su esposa. Sin embargo, no conseguía encontrar a nadie. También era un gran escultor, así que un buen día Pigmalión se inspiró en la bella Galatea para crear una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de ella. Rogó con tanta intensidad a los dioses que la estatua cobrara vida para así poder amarla como a una mujer real que sus ruegos conmovieron a la diosa Afrodita, quien accedió a ellos y convirtió a la escultura en una mujer de carne y hueso que fue finalmente la amante y esposa de Pigmalión. Es decir, que su expectativa se hizo realidad.

A partir de ahí, se conoce como Efecto Pigmalión al fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el rendimiento de otra hasta un punto que resulta asombroso. En una investigación llevada a cabo en 1965 se informó a un grupo de profesores de que sus alumnos habían pasado una prueba para evaluar sus capacidades intelectuales. Se les comunicó también cuales habían sido los veinte alumnos que habían demostrado tener más capacidad, anticipando que serían esos los que obtendrían mejores calificaciones. Y efectivamente así fue. Los alumnos más brillantes fueron los que obtuvieron mejores notas al final de curso… nada extraño si no fuera porque la prueba de evaluación nunca se realizó sino que se seleccionaron a 20 alumnos totalmente al azar. Fue una profecía autocumplida.

¿Por qué entonces unos chicos seleccionados al azar pero marcados como los “mejores” llegaron a convertirse efectivamente en los mejores? Porque los profesores se crearon unas expectativas muy altas sobre ellos, y trabajaron para que esas expectativas se cumplieran. La predisposición de los profesores y su actitud hacia ellos eran especiales, y así se consiguieron los mejores resultados.

En el mundo laboral, el efecto Pigmalión se nos manifiesta todos los días. Si una persona recibe la continua aceptación de su entorno (su jefe, sus compañeros, sus clientes…) lo más probable es que su rendimiento mejore y sea superior a la media. Y si por el contrario no hace más que recibir reprimendas, la desmotivación y la falta de confianza irá en aumento lo que traerá como consecuencia falta de calidad en el trabajo y menor productividad. Es decir, la creencia y la opinión que tenga una persona sobre otra pueden influir muchísimo en el rendimiento de esta última.

Un ejemplo concreto del efecto Pigmalión aplicado a la empresa lo cuenta Alex Rovira en este estupendo artículo. En él se refleja el caso de una gran empresa multinacional de tecnología que convocó a una persona del servicio de limpieza, con una formación muy básica, para decirle que entre los miles de empleados de la empresa, él era el elegido para desempeñar un alto cargo de responsabilidad técnica en un plazo de dos años porque tenía unas aptitudes especiales. Para lograrlo, la empresa pondría a su disposición todos los medios de soporte necesarios. Y fue tal cual, esta persona alcanzó el cargo en menos tiempo del previsto y no solo eso, sino que siguió prosperando en la empresa, alcanzando una alta consideración en ella.

Todos tenemos la manía de etiquetar a otras personas. Cuando además es el jefe el que pone etiquetas, el efecto Pigmalión puede condicionar totalmente el rendimiento del equipo, para bien o para mal. La cuestión es que en el ámbito profesional es muy importante confiar en el trabajo de los demás, saber delegar en ellos y crear un clima de confianza mutua. Si eres el jefe del grupo, esa actitud es fundamental pero aunque no lo seas, contribuir a crear un buen ambiente basado en la confianza, ahorrándose críticas gratuitas y transmitiendo positividad, es fundamental para obtener buenos resultados.