El título de este artículo es una frase que le escuché a Victor Küppers, un conferenciante a quien ya he hecho referencia en algún post anterior porque siempre dice cosas realmente muy interesantes. Pues bien, el señor Küppers dice que la inteligencia en el trabajo es una cualidad sobrevalorada, juicio que comparto absolutamente. Por supuesto que en el trabajo es importante tener experiencia, conocimientos y habilidades técnicas, y como ya he escrito anteriormente, no hay nada peor que un tonto motivado que quiera entrometerse torpemente en multitud de proyectos. Pero hay otras muchas cualidades mucho más importantes que la inteligencia para tener éxito en el terreno laboral.

Y no me refiero a cualidades muy elevadas solo al alcance de unos pocos santos,  sino de cosas que todo el mundo puede conseguir como ser optimista, amable, generoso, trabajador y en general, ser buena persona. Porque ser inteligente al final es un don que te viene dado, se tiene o no se tiene, y puede decirse que no hay ningún mérito en ser inteligente de nacimiento. Pero ser buena persona sí es algo al alcance de todo el mundo, es una elección de vida, y conseguirlo hará sin duda que te sientas feliz.

Y como casi siempre, podemos encontrar un estudio científico de alguna “prestigiosa universidad americana” que corrobore esta teoría. Así, un equipo de investigación que incluyó al ganador del premio Nobel James Heckman estudió la escasa vinculación que hay entre éxito laboral y coeficiente intelectual, llegando a la conclusión de que las personas con verdadero éxito son aquellas que tienen una personalidad diferencial, normalmente ligada al liderazgo y a la motivación personal. Las conclusiones se explican en este artículo  donde se comparan pruebas de evaluación de personalidad y de coeficiente intelectual de varios miles de personas y se relacionan con su posición social y sus ingresos. La conclusión final es que el carácter y las actitudes personales tienen más importancia que la inteligencia a la hora de lograr tus objetivos profesionales, y que además, son mucho más maleables que la inteligencia a lo largo de tu vida.

Y es que muchas veces demasiada inteligencia provoca demasiada propensión a divagar y a excederse en buscar la excelencia en asuntos laborales cotidianos y sin importancia, lo que acaba llevando a que se pierda el tiempo en tareas con muy poco impacto en los resultados finales y a una baja capacidad de adaptación a los cambios de entorno. Esto se resume en una frase que escuché en un capítulo de una de mis series favoritas, “The Good Wife” cuando estaban entrevistando a jóvenes candidatos para entrar en el bufete de abogados de los protagonistas: “Los alumnos de sobresaliente serán buenos profesores, los alumnos de notable serán buenos jueces, pero los alumnos de suficiente son los que llegarán a ser socios del bufete”.

Vivimos en un mundo de prisas y de stress, donde vamos corriendo a todas partes bajo mucha presión. En esas condiciones, es normal adoptar una actitud de pasotismo, de que te dé todo igual y de dejarte llevar a donde te empujen los acontecimientos, echando siempre la culpa de nuestros problemas al político de turno, al jefe, a un malvado cliente o a un proveedor incompetente. Pero nosotros siempre tenemos algo de responsabilidad. No es necesario tener una gran inteligencia ni fabulosas capacidades para salir de esa espiral, sino que sobre todo, es una cuestión de actitud.