Me encontré por casualidad hace unos días este vídeo de la intervención de Victor Küppers en el TEDEx de Andorra donde explica su fórmula matemática para determinar el valor de una persona en su trabajo y me pareció tan sumamente bueno que decidí comentarlo aquí en el blog. Decía Víctor que el valor de un profesional puede cuantificarse mediante esta fórmula:
V= (C+H) x A
donde V es el Valor de ese profesional, C sus conocimientos, H sus habilidades y A, la Actitud.
Nada demasiado especial a primera vista. Es lógico que un profesional sea más valioso cuantos más conocimientos tenga, conocimientos que se adquieren con la experiencia o con una formación específica. En muchos empleos, estos conocimientos son absolutamente fundamentales. Nadie puede imaginar a alguien sin conocimientos previos que actúe de neurocirujano y se ponga a operar por las buenas a un paciente. Evidentemente, tener conocimientos de tu trabajo te añade valor como profesional.
Lo mismo se puede decir de las habilidades. No hace falta tener grandes conocimientos para ser camarero, pero ese excelente neurocirujano del ejemplo anterior seguro que fracasará estrepitosamente como camarero porque carece de la habilidad suficiente para tirar bien una caña o para transportar una bandeja llena de platos. Cuantas más habilidades tengamos en nuestro trabajo, sin duda tendremos más valor como profesionales.
Y por último, la actitud. Está claro que tener un actitud positiva ante los problemas y los retos del día a día es fundamental, no solo en el trabajo sino en la vida en general. Todos damos más valor a una persona que tenga una buena actitud hacia el trabajo en la oficina que a otro que sea un sieso o que ande siempre quejándose y protestando por todo. Pero la verdadera clave de la fórmula del señor Kuippers V=(C+H) x A es que mientras las primeras variables se suman, la actitud MULTIPLICA. Es decir, el efecto en nuestra valor como profesionales de tener una buena actitud en el día a día del trabajo es mucho más importante que cualquier otra consideración, hasta el punto de que no tengo dudas de que, como decía en otro post, lo más importante en el trabajo es ser buena persona.
Todo el mundo preferirá trabajar con una persona amable, que no se rinda ante una dificultad sino que trate de sortearla con los recursos a su alcance, y que esté siempre deseosa de aprender y de colaborar con los demás. Es un poco como la vida en pareja, en la que él o ella no te quiere por tus 20 años de experiencia profesional en el mundo de la ventas o el marketing ni tampoco porque seas capaz de rellenar exceles de cuatro en cuatro, sino por tu actitud hacia él o ella, por los apoyos que le brindas en cualquier situación y por la confianza que le generas.
Y ojo, que ese efecto multiplicador también aplica si los conocimientos y habilidades son insuficientes, o digamos que son negativos en términos matemáticos. En ese caso, nos encontramos ante el terror de la oficina, el torpe proactivo, o el tonto motivado como decía mi compañera Elena, que no duda en acometer cualquier tarea sin ser consciente de que no va a ser capaz de llevarla a buen término, con lo que no solo hace que otro tenga que encargarse de esa tarea, sino que además hay que gastar una energía extra en arreglar el desaguisado.
Y lo verdaderamente importante es que cuando las cosas van mal, la actitud es lo que más fácilmente se pierde. Al neurocirujano no se le va a olvidar cuales son las partes del cerebro si un día tiene un problema con su jefe, ni el camarero va a tirar las bandejas por el suelo si alguna vez discute con el compañero. Sin embargo, la actitud o la motivación sí que es voluble, y depende de muchos factores que además normalmente no podemos controlar porque nos son ajenos. Y cuando perdemos la buena actitud, perdemos lo mejor que tenemos como profesionales. Conviene tenerlo siempre en cuenta.