Envío mensajes por el pasillo para demostrar que estoy online, entro por audio en todas las reuniones para que «me vean» aunque físicamente no esté, mando mails a las 11 de la noche o en vacaciones para que se vea mi compromiso total… ¿Son las nuevas tecnologías las que nos están agobiando o somos nosotros mismos quienes las estamos utilizando para subir la apuesta del “quién da más” al jefe?
Más plastas que una mosca cojonera
Admiro profundamente a quien aporta valor en base a las ideas que comparte, a la visión global con que gestiona y que hace que todo funcione como un reloj, o a la exquisita mano izquierda conque desbloquea temas. Y nunca necesito que estas personas valiosas me recuerden lo que hacen ni lo que aportan, porque se nota su mano en cada guiso. Ni a mí, ni a nadie, porque todos tenemos claro de que pie cojea cada uno.
Sin embargo, me cuesta lidiar con quienes hacen del presentismo su valor. Esos cuya aportación es tan borrosa que necesitan hacerse notar por tierra, mar y aire. Realmente ese “querer estar en todos los caldos” no es nuevo en el mundo laboral. Pero se eleva a su máxima potencia cuando entran en el baile herramientas para realizar actividades en remoto, ya sea desde casa, desde las instalaciones de un cliente o desde otra sede distinta a la que habita el jefe. Porque, al no estar de cuerpo presente, se les multiplica esa necesidad de “salir en la foto”. Y no falla, son quienes menos valor aportan quienes más necesitan recordarnos a todos cada hora lo conectadísismos que están.
Deberíamos tratar de responder con la mayor eficacia posible a la flexibilidad y a la confianza que en nosotros deposita nuestra empresa. Y hacerlo no es mandar emails a troche y moche, ni hablando por hablar vía audioconferencia desde Atocha sólo para demostrar que estás en el ajo y en las tajadas. Si has tenido que viajar a visitar a un cliente, has salido a recibir una formación, o estás trabajando en casa, también estás trabajando. Y los resultados de esas horas de trabajo fuera hablarán por sí solos. no hace falta que los hagas tú visibles. De hecho, quien está seguro de su aportación, jamás lo hace. Y siempre que no haya nada urgente, deja el correo para mañana y, en el viaje de vuelta del AVE, se echa una siesta sin remordimientos porque se ha implicado tanto en esa reunión a la que ha asistido que está muerto.
No sólo irritan, es que sientan precedentes de dudosa eficacia
Pues no sólo es irritante recibir constantemente emails sin esencia que denotan existencia. Es que, encima, nos estamos cargando sin pretenderlo el prefecto de los demás a no hacerlo.
Porque nuestros comportamientos crean cultura. No vivimos en islas desiertas. Y resulta que, trasladar al plano de lo normal nuestros miedos y agobios, tiene consecuencias para los demás. Alargar tu horario en la oficina sólo para que te vea el jefe no sólo no es productivo sino que es, hasta cierto punto, insolidario para quienes tratamos de encajar nuestras tareas dentro del contexto previamente establecido. Porque tensiona a quien no se atreve a elegir un modelo diferente, por miedo a ser catalogado de poco comprometido o poco cargado de trabajo. Pues en online, igual pero más.
Los mandos tienen la capacidad de hacernos ver que este tipo de prácticas no tienen ningún sentido
- Demostrando sin fisuras su confianza en esa persona del equipo que vive en Valencia, aunque ninguno de nosotros la vea sentada en su silla currando. Haciendo que no le haga falta entrar por audio a todo lo que se convoca para que nos creamos que no está en la playa tostándose al sol.
- Llamando cariñosamente la atención a quien contesta mensajes no urgentes durante sus vacaciones. Porque a desconectar se aprende. Y un buen estímulo para hacerlo es que sea tu propio jefe quien te anime a ello.
- Animando al descanso y a la desconexión al salir de la oficina. Y haciendo lo propio, para que todos aprendamos a distinguir y a responder a la excepción de lo urgente.
- Y, por supuesto, apostando por el ejemplo. Está demostrado que los equipos tienden a imitar a sus jefes. Y cuando promueven conductas razonables, toda la organización palpita en la misma onda.
Los curritos tenemos que aportar nuestro grano de arena
Tratando de analizar el impacto de lo que hacemos, muchas veces sin pensar, movidos por esa necesidad de aprobación, totalmente natural y lógica, que rige nuestra vida laboral.
Nos irá mucho mejor si aprendemos a gestionar con madurez las barreras espaciotemporales. Porque el trabajo en remoto está aquí para quedarse. Y saber incorporarte al equipo desde una posición de distancia física sin dar la brasa es un aprendizaje que sin duda nos reportará beneficios laborales en el futuro.
Y ello pasa por asumir, que contestar online no siempre es posible. Que a veces (sólo a veces), estamos en el baño. Que el tiempo de descanso no es un capricho, que es una necesidad y que no saber desconectar no es de empleado eficiente y comprometido sino de mal organizado.
Una cosa es estar al tanto y otra muy distinta necesitar demostrarlo a todas horas
Reflexionando porque más de las veces la presión viene de nosotros mismos. Que a veces, es nuestra propia inseguridad la que nos lleva a tener comportamientos que rayan lo caricaturesco. Casa persona tiene, por supuesto, absoluta libertad para tomar sus decisiones, pero asumiendo que si sus conductas no van bien encaminadas, alguien lo pagará y probablemente, quien lo haga sea el eslabón más débil de la empresa.
No puedo evitar pensar hasta dónde nos lleva tanto comportamiento individual que responde sólo a lo que me pide el cuerpo, sin tener en cuenta nada más. Y tal vez sea a un profundo cambio de las relaciones en la empresa, donde límites y derechos se conviertan en un lastre del pasado. Cuando el Foro Económico Mundial, sugiere que los nacidos en 2018 no conocerán el concepto de jornada laboral porque lo importante será «que se haga el trabajo», dando igual cuándo o cómo, no puedo evitar plantearme qué modelo laboral queremos dejar a nuestros hijos y cómo son nuestras conductas quienes lo están definiendo.
Y que cuando el trabajo remoto sea una realidad habitual, quienes no hayamos aprendido a aplicar el protocolo digital, estaremos fuera del tiesto.
¿No nos convendría una visita al rincón de pensar? Yo me apunto.