Quizá has empezado a leer este artículo movido por la curiosidad que te ha despertado su título o la fotografía que lo encabeza, y has decidido dedicar unos minutillos (o en los tiempos en los que estamos, unos segundillos) a ver de qué va. Si es así, gracias en primer lugar y en segundo lugar, enhorabuena. Eres una persona curiosa y eso es una buena cualidad. La curiosidad en el ser humano es algo instintivo e innato. Es ese impulso que nos lleva a explorar y a interactuar con el ambiente y las personas que nos rodean, siendo un motor fundamental en la evolución humana. Y en el mundo de la empresa actual es si cabe más importante, porque ese mundo es tan complejo que para detectar todos los cambios, amenazas y oportunidades que aparecen por todas partes las empresas necesitan de la curiosidad de las personas que trabajan en ellas para dar con ideas innovadoras que les permitan adaptarse a todos esos cambios.

Desde el punto de vista de las personas que trabajamos en una empresa, la curiosidad nos ayuda a mantenernos al día de las últimas novedades de nuestra profesión o a ampliar nuestros conocimientos en otras áreas distintas a las que trabajamos habitualmente. En definitiva, nos hace ser más útiles y por consiguiente, potencia nuestra empleabilidad, algo fundamental en un entorno como el actual en el que aquello de un trabajo para toda la vida prácticamente ha pasado a la historia. Las personas curiosas tienden a aprender más, mejor y más rápido, muestran una mayor apertura de ideas y por tanto comprenden mejor los problemas con los que se enfrentan en su día a día. Así que no es de extrañar que el Foro Económico Mundial considere la curiosidad como una de las habilidades fundamentales que deben poseer los estudiantes para poder tener éxito en el mercado laboral del siglo  XXI.

Sin embargo, tengo la sensación de que es frecuente perder la curiosidad con el tiempo. Cuando llevas mucho tiempo haciendo lo mismo en el trabajo, acabas pensando que lo tienes todo perfectamente controlado y que no hay nada que mejorar porque las cosas ya van lo suficientemente bien así, sin cambiar nada. Y probablemente sea así en gran medida. Pero de todas formas seguimos necesitando esa curiosidad que todos teníamos cuando éramos niños y que nos llevaba subirnos donde fuera para enterarnos de qué había al otro lado de una valla o qué se podía ver desde lo alto de un árbol. Llevado a la edad adulta, tenemos que seguir tratando de averiguar cómo hacen las cosas en otro sitio o en qué consiste esa nueva técnica para hacer lo mismo que hacemos nosotros pero más automáticamente. Es la mejor manera de seguir desarrollándonos como profesionales y no quedarnos obsoletos.

¿Y qué debemos hacer para recuperar nuestra curiosidad innata? Lo primero y más importante es permitirnos el error, para lo que necesitamos naturalmente de cierta complicidad en nuestra empresa. La palabra error debería abandonar toda connotación negativa y por el contrario debería ser visto como parte inevitable de un proceso de aprendizaje. Es decir, debemos dejar de considerar el error como una cuestión personal sino como parte inevitable de cualquier proceso de cambio o adaptación.

Debemos abandonar también el lenguaje victimista y desterrar expresiones como “eso no es para mí”, “eso yo no lo llevo” o “eso es para jóvenes, a mí me pilla mayor”. No nos bloqueemos antes de arrancar una nueva tarea. Debemos ser conscientes de que el mundo cambia a nuestro alrededor y que la forma en la que siempre hemos hecho las cosas puede que no sea la mejor para afrontar esas situaciones nuevas.

Seguimos avanzando, abriendo nuevas puertas y haciendo cosas nuevas, porque somos curiosos y la curiosidad sigue llevándonos por caminos nuevos.” Es una frase de Walt Disney que sintetiza la importancia de mantener la curiosidad en nuestro día a día laboral. En definitiva, tengamos la mente abierta hacia todo lo que es nuevo: una pregunta, una tarea o cualquier otra situación a la cual te estés enfrentando. Nos ayudará a mejorar.