Nunca le digas a alguien que se acaba de tropezar “te lo dije”. Te odiará para toda la vida. Da igual si trataste de alertarle por su bien o simplemente porque tu ego necesitaba destacar, te la jurará eternamente. Curioso, a pesar de ser tan peligroso para nuestra salud mental y para nuestras relaciones, a todos nos encante eso de llevar razón.
Me inspira este post una excelente columna del gran Juan José Millás, de la que no me resisto a entresacar algunas ideas.
Como que “hay otros rasgos del carácter que se pueden corregir pero quitarse de llevar razón es como quitarse de la heroína, exige mucho sacrificio”. O que “jamás discutas con personas que necesitan llevar la razón. No conduce a nada, sólo a la infelicidad” porque “la necesidad de llevar razón constituye un modo de tapar heridas ancestrales, abandonos remotos”. O su reflexión final de que “me quité de llevar razón porque, como el tabaco, me hacía daño a la salud. Aunque a veces recaigo. Y me digo que no pasa nada por no llevarla”.
Muerta de envidia por no ser capaz de escribir ni la mitad de bonito, me sobrepongo al disgusto para afirmar que no puedo estar más de acuerdo: no es bueno llevar razón. Y menos aún creer que la llevas siempre.
Aunque yo misma me aplique tan poco este cuento…
Porque a mí me gusta tener razón
Me da seguridad. Aunque me cueste reconocerlo, me da esa sensación de poderío y dominio de la situación que tan útil es para seguir adelante. Supongo que mola creerse listo porque, aunque todos expresamos sin temor inseguridades y complejos en cuanto a nuestro aspecto físico, a ninguno nos gusta la más mínima duda sobre nuestra inteligencia o nuestra capacidad.
Pero si somos sinceros, esta sensación, aunque útil y protectora no es más que una coraza. Una coraza que a veces también es un lastre… Porque te hace más pesada, te obliga a mantener la posición ganada, te hace en cierta medida, esclava de tus certezas.
Pero resulta que “tu razón” no deja espacio
Ni para las razones de otros, ni, lo que es igual de importante, para tus propias dudas. Siempre fue mala cosa no tener visión global, pero un mundo donde la digitalización impone diversidad, no ser capaz de aceptar como buenas razones diferentes a la tuya es empezar con muy mal pie.
Así que hago propósito de enmienda. Y me pongo como primer objetivo algo un poco más fácil de dejar de tener razón. Me propongo callar mis razones para dar espacio a la escucha, dejando así que las razones de otros, junto con los huecos que surgen del silencio, vayan alimentando mi cerebro. Retirando poco a poco “mi razón” una habitación más pequeña.
Seguro que mis perspectivas se amplían y que aprendo a afianzarme en mi manejo de la inteligencia colectiva por encima de mi propia -poca o mucha- inteligencia individual. Porque, es lo que toca.
El mundo 2.0 va de ceder el control, de perder protagonismo
No tengo ninguna duda de que los procesos que se hacen entre varios aumentan exponencialmente lo que puedes llegar a aprender. Tomar decisiones en grupo es diferente a sumar las decisiones de cada uno por separado, aunque luego trates de sumar los efectos. Se crea más valor conectando que sumando las partes.
Que el 2.0 trae consigo el emponderamiento de la inteligencia colectiva es un hecho. Y eso, te digan lo que te digan, siempre es una pérdida de control. Ceder “tu razón”, vayámonos preparando, necesariamente incomoda. Pero en el mundo digital que ya ha está aquí, todos tenemos que estar dispuestos a ceder protagonismo permitiendo que más gente salga en la foto.
Tomo prestada de Amalio Rey la idea de que la CO-laboración es CO-mplejidad. Coincido con él en que no es fácil encontrar el justo equilibrio entre las motivaciones individuales y las del grupo, gestionar el tira y afloja entre el yo y los otros. Nos queda mucho camino en el desarrollo de nuestra generosidad personal.
Y a las empresas, que tendrán que asumir su parte alícuota y apoyar las marcas personales de sus empleados, replanteándose esa obsesión que tienen algunas de anular la identidad de las personas. Pero de esto, hablaremos otro día. Hoy toca descubrir que “perder la razón” no es necesariamente malo. Que puede ser muy positivo, e incluso rentable.
Soy consciente de los muchos que jamás entenderán los beneficios de “quitarse la razón”. Y de lo muchísimo que nos costará desprendernos de nuestra coraza protectora a los que veamos los beneficios de hacerlo. Yo me atrevería comparar a quienes hacen el esfuerzo de callar sus razones para escuchar las de otros, con esos héroes que se enfrentan al enemigo a pecho descubierto. Quienes ceden espacio a las posturas de otros, son, sin duda, los verdaderos protagonistas el 2.0.
Buena idea es por tanto, tratar de parecerse a ellos. Por mucho que cueste.