Dejemos algo claro: No odio el móvil, ni pretendo que vivamos sin él. Soy de las que piensa que las herramientas no son ni buenas ni malas per se, que todo depende del uso que les demos. Lo que nadie puede negar es que los dispositivos portátiles, llámense móviles, PCs o tablets, están imponiendo como normales una serie de comportamientos en la empresa que demuestran una profunda falta de respeto a quien tienes a tu lado.
Sólo han pasado 10 años desde que el iphone llegó a nuestras vidas. A mí en lo personal y en lo profesional me encanta poder hacerlo casi todo desde el móvil, pero no hace falta ser un lince para darnos cuenta de que esos “cacharritos” que llevamos en el bolsillo, nos están haciendo perder las formas y la buena educación.
Porque ir contestando un WhatApp no es excusa para no dar los buenos días al entrar a un ascensor. Porque es feo no levantar la vista cuando te hablan por mucho que estés mensajeando a la chica cual es la dosis de dalsy. Porque no cuela que eso que tecleas tan a ritmo en tu portátil no sean notas de la reunión sino correos que contestar para ir quitándote tarea mientras pasas el trago.
El problema no son los smartphones. Yo al menos estoy encantada de tener internet y google maps en mi bolsillo. No quiero volver al heraldo, ni siquiera a los tiempos donde el móvil solo servía para hablar. El problema tal vez sea que nunca me he parado a pensar como los móviles están modifican mis relaciones con mis compañeros. Ni la capacidad que tienen estos chismes para volvernos, incluso sin pretenderlo, unos perfectos maleducados.
Cuesta ver la paja en el ojo ajeno. Reconozcámoslo. ¿Cuántos de estos comportamientos, odiosos a primera vista, no tienes tú todos los días? Yo, como no estoy libre de culpa, no tiraré la primera piedra. Que cada uno se haga su examen, se puntúe y establezca su propia reflexión. Si es que quiere convertirse en un ser un poco más atento con los demás.
Revisemos la lista de esos comportamientos tan groseros pero tan habituales que ya ni consideramos feos
1. Metemos el móvil hasta en la sopa.
Cada uno es libre de sacarlo para ponerlo encima de la mesa cuando guste, sin pensar siquiera un segundo la reacción que hacerlo produce en el otro. Hay que reconocer que no procede en situaciones de las que esperamos toda la atención del otro: te cuento mi divorcio, te pido un ascenso, te doy un feedback, me echas una bronca… Parece, y tal vez no solo parece, que tienes el tiempo limitado o que no prestas toda la atención que la situación requiere, ¿no?.
Tal vez sea una buena praxis no sacar el móvil sin pensar dos veces si hoy da igual hacerlo o por esta vez está mejor en tu bolsillo. Y no te preocupes, que si alguien te requiere, ya te sonará. Entonces podrás decidir si procede cogerlo o ignorarlo según vaya el curso de la conversación.
2.- Nos permitimos todo tipo de interrupciones
Nos pasa a todos. Nos salta un pitido y a correr como si se tu hijo se hubiera caído por la escalera. Excusas podemos darnos mil, pero lo cierto es que todos sabemos que de nada realmente urgente te enterarás por WhatApp, por email o por el twitter. Si alguien te requiere ya, no te preocupes que te llamará por teléfono. Si no desactivas tus notificaciones es porque en el fondo no sólo no te importa, sino que tal vez estés deseando que te interrumpan.
Curioso es, y merece reflexión aparte, cómo permitimos a cualquiera que nos interrumpa en cualquier momento. Jamás usamos el “no molesten” y casi todos descolgamos llamadas a deshoras o en situaciones poco adecuadas que no somos capaces de cortar en tiempo y forma.
Tal vez merezca la pena, y eso es más por nosotros que por los demás, revisar la configuración de notificaciones. Liberándonos a priori de la “culpa” por no responder en tiempo real a comunicaciones totalmente insulsas, a chistes sin gracia y a interminables cadenas de “gracias”. Nos ayudará seguro a concentrarnos amén de asegurarnos que ningún WhatsApp interrumpirá esa confesión inesperada o esa peticíon de ayuda.
3. Lo toquiteamos a todas horas, demostrando a las claras que nos estamos aburriendo o que nos importa un bledo lo que nos cuentan
Asúmelo, cuando miras constantemente el chisme no suele ser porque tienes algo importantísimo entre manos, que no eres el presidente del gobierno, es simple y llanamente porque te aburres. Yo también voy a un millar de aburridas reuniones donde apenas se decide nada. Y me escondo con descaro detrás de mi móvil o de mi PC fingiendo tomar notas cuando realmente estoy tratando de adelantar trabajo. Pero reconozco que no está ni medio bien hacerlo. Que a quien habla le jode tango o más que no la hagas ni caso, el hecho de que no te importe mostrarlo a las claras.
Si no podemos aguantar, ¿qué tal tratar de abrir “ventanas de respeto” donde nos obliguemos a escuchar mirando a quien habla a la cara, mostrando el respeto que los otros merecen? Incluso aunque no lo sintamos, aunque nos dé igual lo que está contando, será un buen ejercicio de educación digital. Para mantenernos cerca de esos buenos modales que a todos nos enseñaron nuestras madres cuando éramos pequeños.
Sentir respeto es mostrar respeto. Del mismo modo que tenemos sin pretenderlo estos gestos tan feos, supongo que si todos nos proponemos acabar con ellos con la vista puesta en mostrarnos más amables y respetuosos con los demás, acabaremos creando un clima mejor.
Las formas son importantes porque acaban influyendo en los fondos. Seguro que no somos conscientes de cuánto, pero otro día prometo hablar de ello. Del famoso “Fake it till you make it”.