Sí, señores… se acerca el mes de noviembre, y con el llega la tragedia anual del feedback. Ese momento en el que, sobretodo en las grandes empresas, se pasa revista a cada uno de los empleados de aquella manera para… ¿para qué?
Y es que sé que voy a parecer muy torpe al escribir esto, pero la verdad es que a día de hoy, y mira que ya estoy viejuna, no tengo muy claro para qué sirve el feedback según se plantea en la mayoría de los casos. Se supone que el feedback debería ser una herramienta de mejora personal, digo yo; una charla en la que tú como trabajador consigas reflexionar sobre cómo has realizado el trabajo en un periodo de tiempo y que te ayudara a establecer un plan de mejora, ¿no? Pero la realidad con que me he topado toda mi vida dista bastante de eso, y es que hay varias cosas que fallan:
- ¿Quién te da el feedback? Tu jefe, claro. Y en la mayoría de los casos… ¿qué sabe ese pobre jefe sobre feedback? Pues nada de nada. Como mucho, le habrán dado un cursillo hace mil años en el que le habrán contado la famosa técnica del sandwich. Esa que le dicen que empiece alabándo algo que haces bien, y que continue con un «pero…. en este otro punto tendrías que mejorar», y que acabe también con otra alabanza. Vamos, que la chicha en medio, y el pan blandito en los extremos. Y hasta ahí llega.
- ¿Y qué criterios se aplican? Pues los de tu jefe también claro. Y hay que tener en cuenta, que cuando hablamos de feedback, todo prima menos la objetividad. Porque el feedback no es una medición de objetivos medibles y concretos, si no que es una crítica supuestamente constructiva y atendiendo a los valores de tu jefe, claro. Y esos valores y prioridades son suyos, claro, por más que exista un manual de empresa al que se deba ceñir.
Pero no toda la culpa de que el feedback no funcione es del jefe y su desconocimiento, si no que además cada uno de nosotros somos capaces de encajar esa charla de maneras diferentes:
- Por un lado, están los «hipersensibles», aquellos a los que cualquier comentario negativo sobre su trabajo o actitud les hunde en la miseria, máxime cuando llega de su jefe. Entran en pánico y se quedan dolidos de por vida. Si el jefe sabe esto además es muy probable que trate de suavizar la situación y aligere la conversación hasta el punto de mentir.
- Por otro, tenemos los perfiles de «estoy superseguro de mí mismo y no me equivoco nunca» con lo que por un oído me entra y por otro me sale lo que digas, asique el feedback no va a servir de nada.
- Y las cosas pueden ser incluso más complejas, porque la crítica o los comentarios nos afectan más o menos según quién las haga. Si tienes un jefe que te parede un modelo a seguir o un referente en determinados aspectos, probablemente prestarás más atención a su opinión sobre tí en esos puntos. Si por el contrario tienes un jefe al que consideras un desastre, poco te importará lo que opine de tí, salvo por la parte en que pueda influir en los incentivos que vayas a cobrar ese año.
Y es que esto del feedback es mucho más complejo que una charleta de café con un jefe que no sabe cómo darlo, y con un currito que no sabe tampoco cómo interpretarlo. Lo único que he sacado en claro en el último montón de años es que no debes hacerte mala sangre, ni sentir los comentarios que te hagan o los puntos de mejora que te sugieran como una agresión personal, porque eso no te va a llevar a ningún lado. Puedes interpretar el feedback como una manipulación, porque seguro que tu jefe a fin de cuentas lo que busca con sus comentarios es «que sirvas mejor a la empresa» con sus sugerencias. Pero a fin de cuentas, es por ese servicio por el que te pagan a fin de mes, ¿no?