Me pregunto el por qué de tantas caras sufridas resoplando un “aquí, ya ves” a tu risueño ¿qué tal?

¿Es que no es posible sentirse feliz y pletórico con tu vida y con tu trabajo?

Supongo que no lo es, cuando lo que esperas es que la felicidad sea algo que suceda sin más, como por ciencia infusa.  Porque yo sé de buena tinta que estar bien no es otra cosa que una elección personal.

Lo que pensamos, viene condicionado por lo que hemos elegido pensar. Lo sé desde que un crack me dejó con la boca abierta al invitarme a memorizar los objetos amarillos de la sala. Lo descubrí cuando al invitarme a  enumerar los objetos ¡verdes!… No fui capaz de citar más de tres aun cuando resulto haber el doble que amarillos.

Desde entonces, veo la felicidad como una integral. Y que me perdonen los alérgicos a las matemáticas por el símil. Pero no encuentro mejor concepto para expresar la acumulación de infinitos elementos infinitamente pequeños. Estar bien no tiene que ver ni con el jefe que tienes, ni con lo que te pasa. Creo que tiene que ver con cómo identificas y atesoras tus pequeños momentos de placer.

Y esto tiene que ver contigo. Con lo que piensas de ti. Algunos lo llaman autestima, pero yo lo llamo número de veces que eres generoso y agradecido con tus compañeros y equilibrado en tus juicios, pasándote de benevolente si es que hay que pasarse de algo. Número de veces que dejas a un lado la queja y el terribilismo y estás sosegado, abierto a disfrutar lo pequeño y aceptando lo positivo que hay en cada momento.

Y con los otros. Mirando con otros ojos a esos que te parecen tan vagos, tan trepas o tan cutres. Reconociendo los celos y la envidia cuando surgen en tu interior y dominándolos. Poniendo coto a los quejicas y barreras a los tóxicos. Dejando a cada cual con sus cosas, buscando nuestro propio camino sin necesidad de mirar con el rabillo del ojo qué hace o no hace el otro. Aprendiendo a relacionarnos con todos, te gusten mucho o algo menos. Recordando que en la diversidad está la riqueza y que es una pena perdérsela.

 Y sobre todo, con cómo haces esa suma. Yo intento todos los días identificar mis chispitas de felicidad. Y meterlas al saco antes de que pasen. Porque no son las grandes cosas las que te cambian la vida. De hecho, si alguna vez te llegan, ni las valoras tanto…

Busco lo que me hace sentir bien. Y lo repito tanto como puedo. Dejo para los días más pochos las tareas que más me gustan. Intento relativizar todas las valoraciones. Las propias y las ajenas, poniendo en cuarentena tanto el éxito como el fracaso. Intento dar las gracias, todo lo que puedo. Nunca me olvido de dar los buenos días o del hasta mañana. Y salvo problemas de salud o haya pasado una mala noche, contesto siempre con una sonrisa y un “ muy bien” a los “qué tal?”. Lo curioso es la reacción del resto, parece que hubiera dicho una obscenidad :-).

Estar bien en el trabajo y en la vida no es tener el mejor proyecto, los mejores compañeros y el mejor de los jefes. Esta combinación NUNCA se da. Estar bien es tener ganas de estarlo y de seguir estándolo. Es sentirse agradecido por poder participar. Y repetírselo. Ayuda mucho 🙂

Parafrasendo a mi querida amiga Teresa: «la vida no es ni justa ni injusta. Es. Y sólo depende de ti cómo te la tomes»

@vcnocito