En un mundo como este dominado por el exceso de información no es nada fácil destacar. Cualquier idea o comentario tiende a pasar desapercibida entre la maraña de contenidos que nos rodea así que, si se quiere destacar, hay que salirse de lo normal. Y como plantear una idea de excelente calidad que se salga de lo normal no es nada fácil con frecuencia se recurre a lo exagerado, a lo histriónico o a la provocación. Si quieres que la gente se fije en ti, lo mejor es provocar a un colectivo, sea el que sea. Verás como te haces famoso.
Creo que cada día somos menos empáticos como sociedad, lo que lleva a una pérdida de educación y de civismo. Eso se acaba trasladando a todos los ámbitos de la vida, también al laboral. Hay gente que parece pensar que ser malencarado, un poco borde o muy radical en sus planteamientos le va a convertir en una persona popular en la oficina, le va a hacer ganar puntos delante de sus jefes, y en cierta manera, le va a convertir en un personaje más respetado, como los antiguos padres e familia a los que nadie se atrevía a rechistar. Es un poco lo mismo que decía al principio de buscar destacar a base de provocaciones.
Recuerdo ese día en el que un antiguo jefe mío, en una sesión de feedback, destacó como uno de mis puntos positivos “mi educación y amabilidad”. Es verdad que me sale ser amable simplemente porque me siento más cómodo dentro de un ambiente cordial que en una trifulca permanente, pero tampoco es que lo piense mucho. Lo que me extrañó es que aquel jefe lo considerara como un punto destacable, en lugar de asumir que la amabilidad debería ser un “must” para cualquiera. Denota que la amabilidad es cada vez un rasgo más infrecuente y que el civismo va camino de escasear, también en la oficina. De hecho, hasta hay empresas que elevan la amabilidad a la categoría de ventaja competitiva, como “Los Fernández” y su famosa cuña de radio…
Yo creo que ser amable y cuidar las formas te hace sobre todo bien a ti mismo, no solo a los demás. Te da paz mental por decirlo de alguna manera. Precisamente por eso, si alguien no es amable contigo, es mejor abandonar el diálogo con esa persona y alejarse de él o de ella. Y por otra parte, ser amable no significa dejar de llamar a las cosas por su nombre ni olvidarse de emplear un pensamiento crítico con lo que te rodea.
Nuestro estilo de vida es cada vez más rápido y parece que tiene como fin únicamente la consecución del éxito, sea lo que sea lo que cada uno entiende por éxito, pero normalmente es un concepto ligado a la satisfacción personal. Parece que ser cortante, demasiado explícito o un poco borde forma parte del individualismo actual, donde hacemos poco esfuerzo por ponernos en los zapatos del otro y donde anteponemos descaradamente nuestro bienestar al de los demás, como lo demuestra las cosas que se hacen a cambio solamente de un puñado de likes en las redes sociales. Por eso lo amable parece un poco anacrónico, como de siglos pasados. Pero todo bien escaso se convierte en valioso, precisamente por su escasez.
No obstante, es verdad también que este deterioro no es tan brusco como podríamos pensar. Aun te encuentras a mucha gente que te agradece de veras tu ayuda, que te responde con una sonrisa cuando eres tú quien recurre a ellos y quien simplemente te saluda con un “hola” o un “buenos días” al llegar por la mañana a la oficina. Aun hay esperanza