Quien más quien menos nos hemos cruzado alguna vez con compañeros de trabajo tóxicos, gente con la que no es fácil no ya trabajar, sino ni siquiera mantener una conversación relajada y normal con ellos. Gente a la que tenemos manía directamente…. ¿cómo lidiar con ellos entonces?
Una buena manera de afrontar esa situación es empezar por mirarse a uno mismo, porque a lo mejor el problema está ahí, en nosotros. Seguro que no hay nadie que se autodefina como tóxico, y ni el más chungo de los compañeros se ve a si mismo como un elemento desestabilizador de la armonía de los grupos. Quien sabe si el problema no nace de nuestro interior, porque todos tenemos perfiles de gente con la que no tenemos ninguna afinidad, o situaciones de estrés o de agotamiento en las que la más pequeña tontería de otra persona nos hace subirnos por las paredes.
Decía Jean Paul Sartre que “el infierno son los otros”, probablemente basándose en la comparativa entre cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo vemos a los demás. La cuestión es que hoy en día, en un mundo globalizado y superconectado como este, es complicado convivir con otros que no piensan como nosotros porque es fácil creerse moralmente superior al vecino simplemente porque sus valores son diferentes a los nuestros. Ellos son los malos, y nosotros los buenos, así de fácil.
Naturalmente, en muchas ocasiones no tenemos nada que ver en la toxicidad del personaje que trabaja junto a nosotros. En ese caso, hay que procurar actuar con empatía y tratar de entender la situación de la otra persona por si vemos algo que explique sus actuaciones. En esos casos, hay que intentar resolver la situación hablando con “el tóxico” en lugar de criticarlo a sus espaldas, porque quien sabe si todo empezó por un malentendido, Normalmente los conflictos personales deben resolverse conjuntamente entre las dos partes. No demos por hecho que todo lo que viene de esa persona tóxica es necesariamente malo, porque también puede haber brotes verdes a los que agarrarse.
Lo curioso de estos personajes tóxicos es que, según un estudio del año 2015 realizado en la universidad de Harvard, se percibe que los trabajadores considerados como “tóxicos” trabajan mejor y son más productivos que la media, por lo que se suelen considerar buenos profesionales a ojos de la empresa, lo que dificulta que sean detectados como tóxicos, y cuando lo son, ya es demasiado tarde porque ya se ha sembrado el mal ambiente en el seno de la empresa. Algo parecido ocurre con los jefes tóxicos, que suelen esconderse bajo una apariencia de buenos y eficientes gestores mientras el daño que causan se tapa con buenos (pero momentáneos) resultados. Así que en un afán por proteger los resultados a corto plazo, las empresas renuncian a tomar medidas contra estos jefes manifiestamente tóxicos aunque pasado un tiempo, el equipo revienta y esos buenos resultados desaparecen de un plumazo.
De todas formas, no es nada fácil enfocar la relación con este tipo de personas. Decía Mario Benedetti que “cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo”, o dicho con otras palabras, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Todos tenemos algunas gotas de toxicidad (“Tóxico” proviene de la palabra griega “toxon”, que era el veneno que se aplicaba en la punta de las flechas contra el enemigo), lo que nos lleva a tener dificultades para entender el punto de vista de los demás y llegar a ponernos en su lugar. Pues eso, el que esté libre de pecado…