He leído hace poco sobre un tipo de persona que me ha llamado mucho la atención, el del sincericida. Un sincericida es una persona que dice todo lo que piensa sin filtro, sin sensibilidad ninguna. Dice la verdad de manera perversa, con palabras duras, sin importar el daño que puedan producir esas palabras.
No me he encontrado muchos sincericidas en el trabajo, la verdad sea dicha, aunque alguno que otro sí que he visto. Más bien al contrario, dicen las estadísticas que mentimos continuamente, de media unas veinte veces al día. Los motivos son de lo más diversos: exagerar algún logro personal en busca de mejorar la autoestima, mantener tu status social, evitar conflictos, el deseo de tener razón y salirnos con la nuestra en una discusión, la manipulación a otras personas para conseguir nuestros objetivos…
De hecho, creo que la mentira está bastante establecida en la mayoría de los trabajos. No me refiero a grandes mentiras corporativas, a trampas o a fraudes financieros, que afortunadamente no son habituales, sino a pequeñas mentiras del día a día laboral. Cuantas veces damos una fecha prevista de cumplimiento de un hito en algún proyecto sabiendo de antemano que va a ser prácticamente imposible de cumplir. O no damos un feedback sincero a alguien por no quedar mal y ganarte un enemigo de por vida. O decimos medias verdades, donde junto a una afirmación cierta escondemos otros hechos no tan ciertos.
Mentiras aceptadas universalmente que normalmente no tienen un gran impacto. Es más, permiten una convivencia armoniosa en la empresa. Los sincericidas son en general gente tóxica, para los que la sinceridad está por encima de todo, por dura y cruel que sea. No te pregunta si deseas escuchar lo que piensa, sino que te lo suelta por las buenas, justificándose en que “lo hace por tu bien”. Probablemente el filósofo Immanuel Kant era uno de estos sincericidas porque en su defensa de decir siempre la verdad, decía que si llamara a la puerta de nuestra casa un asesino con la intención de matar a una de las personas que viva con nosotros, no se debería mentir al asesino diciendo que la potencial víctima no se encuentra en casa sino que habría que invitarle a pasar para que cumpliera su objetivo.
¿Cómo debemos comportarnos en el trabajo? Pues ni sincericidas ni mentirosos. Creo que ser sinceros debe ser nuestra prioridad porque a largo plazo es lo que te garantiza el respeto de los demás. La confianza es la base de cualquier relación personal y la confianza se sostiene con la sinceridad. El famoso dilema del prisionero enseña que por lo general, la cooperación es la mejor estrategia para todos. Muchas ideas empresariales un tanto suicidas salen adelante porque nadie se atreve a decir al jefe de turno que eso que propone es una locura y no puede hacerse, es decir, nadie quiere ser demasiado sincero. No obstante, es indudable que en la empresa hay una serie de simulaciones aceptadas por todo el mundo. La mentira a sabiendas es en muchas ocasiones hasta un delito, pero hay un amplio abanico de situaciones en las que hay que plantearse el grado de ocultamiento de información que es justificable. ¿Deberíamos comunicar a nuestros clientes abiertamente cuales son las debilidades de nuestro producto? ¿Tendríamos que decir abiertamente lo que pensamos de nuestros compañeros en una reunión? Sinceros, sí, pero son llegar a sincericida.