12 minutos al año. Ese el tiempo que los jefes dedican a enseñarnos cómo hacer mejor nuestro trabajo. 3 líneas parece ser la longitud media del email en el cual nos encargan una tarea.

No dudo de que lo hagamos en aras de “empoderar a las personas dándoles suficiente confianza para ejercitar su autonomía

Hacerlo es buena cosa en muchas ocasiones. Pero no siempre la confianza se forja así.   

Recuerdo bien mis comienzos en esto del mundo laboral como becaria. Cuando antes de asignarme mesa y ordenador, ya me habían presentado a un compañero-mentor al que pegarme desde el primer día.

Recuerdo igual de bien, el haber dedicado tiempo y explicaciones detalladas a las personas que se han ido incorporando en mis equipos a lo largo de los años.

Y también recuerdo, como si fuera ayer, las “charlas de despacho” de mis jefes ante el lanzamiento de un nuevo proyecto. Media hora mínimo para hablar de objetivos, interlocutores, plazos… y estrategias. Para lanzarme el encargo siempre acompañado con su visión de cómo hacerlo. Y de tu tiempo para mis objeciones y preguntas.

De media hora (o más) a 3 líneas (o menos).

Aunque sepas qué hacer, no saber cómo hacerlo o, cómo quieren que lo hagas, es la mejor manera de sembrar semillas de la inseguridad, de la falta de motivación y del desapego emocional al proyecto y al jefe.

Hierbas, todas ellas, que florecen rápido y que luego son bien difíciles de erradicar.

La falta de “acompañamiento” en la tarea nos hace sentirnos solos.

No damos importancia al sentimiento de soledad en el trabajo

Porque ni se habla de ella, ni suele asociarse de forma directa a resultados.

La soledad en trabajo no surge solo cuando hay aislamiento físico. De hecho, es más pronunciada cuanto más gente tenemos alrededor ante una situación que percibimos como de falta de apoyo.

La soledad, como el resto de las emociones, es producto de no poder satisfacer una necesidad vital. Solo nos sentimos “solos ante el peligro” cuando necesitábamos ese apoyo que no hemos tenido. Si lo tenemos claro, no hay sentimiento de abandono alguno, por muy solos que estemos.

Son, por tanto, cuestiones como el nivel de experiencia de cada uno, la “novedad” o porcentaje de reto de la tarea, la necesidad (o no) de validación del trabajo por el superior, o la falta de colegas a quienes consultar, los principales factores de riesgo potencial.

Y por supuesto, el contexto importa.

La cultura también suma. Entornos demasiado competitivos o exigentes y muy centrados en los logros individuales tampoco ayudan.

Si te sientes solo… tu trabajo se ve afectado

Sea como fuere, la realidad es que, cuando no te sientes (y ojo que no digo cuando no estás) suficientemente acogido, pasan cosas cómo éstas:

  • Tu proactividad baja. Dejas de querer a quien sientes que no te quiere a ti. Tiras las riendas y dejas que sea el carro quien te lleve a ti.
  • Tu rendimiento baja. Y te distraes con el vuelo de una mosca, dejando espacio tareas evasivas, a pensar en buscar otro trabajo o regodearte en tu propia soledad.
  • Tu ejecución se resiente. Y el proyecto se convierte en algo gris que incluso acaba muriendo al primer escollo por falta de motivación y apoyo.
  • Y tu pasión y con ella tu creatividad y tus ganas de madrugar, se multiplican por cero.

Malo para ti. Malo para tu empresa.

Y ya sabemos adónde lleva eso.

Es verdad que podemos combatir la soledad en solitario

Buscando conocimiento por nuestra cuenta o tirando de agenda para buscar inspiración, formación y tal vez guía estratégica entre nuestros contactos.

Abriendo ojos y oídos en las redes sociales corporativas o incluso en las comunidades online de nuestro sector.

Pidiendo comentarios a nuestros compañeros, aunque nos toque invitarles a un café o a una comida.

Reclamando con insistencia, forzando si es necesario, reuniones de seguimiento para ver avances con quien encargó el trabajo.

O pasando de todo, asumiendo que no es personal y haciendo cada vez más gruesa tu coraza. Ante la soledad y también (van de la mano) ante el resultado del proyecto.

Pero mucho mejor si lo hacemos entre todos

Necesitamos entender que, cara a cara, por videoconferencia o vía email, tenemos que dedicar más tiempo al otro. Al cliente, al jefe, al subordinado, al compañero… o al que pasa por ahí y nos hace una pregunta.

Ello implica:

  • Dedicar más tiempo a explicarnos cuando hacemos una petición, una pregunta o un encargo. Y ello no implica necesariamente “perder el tiempo” una reunión cada vez que se abre un melón. Pero sí, escribir con más detalle ese email, compartir más información de contexto y dejar caer algún hilo de lo que tenemos en mente (aunque sea en forma de sugerencia) para que el otro pueda tirar.
  • Dedicar más tiempo a interactuar. Porque a veces parece que, tras el titular debiéramos pasar al proyecto terminado sin mediar palabra. Y si antes te apañabas persiguiendo a tu jefe por los pasillos, ahora te quedarás muerto de asco en su bandeja de entrada.
  • Dedicar más tiempo a las “pruebas parciales”. Insistiendo en pedir referencias y validaciones, aunque para ello nos toque elaborar y presentar a ciegas más bocetos y borradores.
  • Dedicar nosotros mismos más tiempo a ayudar a los demás. Compartiendo información y referentes de manera proactiva, elaborando con más detalle las exposiciones que nos toca prepara, y ofreciéndonos abiertamente para comentar y acompañar a otros como parte de nuestra contribución al equipo.

Dejando claro que “nuestra pantalla” está siempre abierta.

Que, por muy ocupados que estemos, las personas nos importan.

@vcnocito