Estos días he escuchado por primera vez hablar de digiticidio leyendo el estupendo blog de Juan Carlos Cubeiro, Hablemos de TecnoTalento. Me ha parecido tan acertado el palabro que, con su permiso, se lo voy a tomar prestado.
Juan Carlos, que acuña el término con sus compañeros del Human Age Institute Álex Rovira y Fernando Trías de Bes define digiticidio como una “obsesión digital sin cultura de innovación”.
Ellos lo explican genial en un artículo que te recomiendo denominado ‘El Digiticidio: ¿Obsesión digital sin cultura de innovación?’, donde explican alto y claro los riesgos de corren las empresas cuando pretenden hacer su revolución tecnológica sin abordar en paralelo una auténtica transformación cultural. Loa autores abogan por el cambio de hábitos como base del éxito, mostrando incluso cómo sin él, la empresa en cuestión podría acabar desapareciendo.
Me siento identificada. Si algo he aprendido en más de 30 años ayudando a incorporar con rentabilidad tecnología en las empresas, es que ninguna herramienta, por potente que sea, garantiza el éxito. Que son más bien nuestras actitudes y, sobre todo, nuestras emociones, reconocidas o no, quienes lo hacen o no.
Y, estando de acuerdo con estos maestros en que, la revolución digital es, en esencia un cambio de valores, y por consiguiente de actitudes, me llevo con su permiso hoy el término al terreno de lo personal.
No te digiticides
La Tecnología es un aliado poderoso. Tan poderoso que puede darte alas para volar. Pero también ahogarte en un mar de agobios robándote tu bien más preciado que es tu tiempo.
Pero resulta que las herramientas no son buenas ni malas, porque son sólo eso, herramientas. Así que solo de ti depende cómo las incorporas a mejor en tu vida. O como te amargas la vida con ellas.
Las aplicaciones y los algoritmos pueden hacer muchísimas cosas (buscar información, recopilar datos, analizarlos…) mucho mejor que nosotros. Pero es nuestra la decisión sobre su conveniencia y su eficacia en cada tarea.
No es posible vivir en el siglo XXI sin aprender a relacionarnos con las herramientas digitales para aprovechar su enorme potencial sin dejar que se nos suban a la chepa.
Y para ello, sólo hay una receta: cabeza y sentido común.
Cada uno con sus circunstancias debe plantearse cuál y cómo debe ser el uso responsable de las capacidades que la tecnología pone a nuestro alcance, y tomar sus decisiones con un propósito: contrarrestar cualquier efecto negativo sin renunciar a ninguna de sus ventajas.
Tenemos un arma poderosa en la que confiar para evitar la caída a los infiernos: nuestro coco. Y la posibilidad de tomar el “control manual”.
Como esos astronautas del Apolo 13 que, cuando por una explosión de los tanques de oxígeno tuvieron que abortar la misión original de llegar a la luna, “pasaron” de automatismos para improvisar un paracaídas para su módulo lunar y regresar sanos y salvos a la tierra.
El control de lo digital conlleva cambiar de mentalidad
Ser digital no va de usar más chismes y más aplicaciones.
Ser digital va de cambiar por dentro, como con el bifidus. Planteándonos cómo cada nueva herramienta puede ayudarme en la gestión de mi tiempo, en la construcción de eso que quiero ser de mayor.
Aprovechar las nuevas oportunidades que surgen en una sociedad digital nos obliga a repensarnos por dentro.
Obligándonos a entender quiénes somos y quienes queremos ser, a sacar a flote nuestras fortalezas, a cubrir eso que ahora pudieran ser nuestras carencias básicas.
Obligándonos a buscar un valor que ofrecer a los demás. A aprender a incorporar la lógica y los valores del mundo digital a la mejora de nuestras vidas.
Sin que esto nos obligue a atiborrarnos a herramientas y a prácticas que nos dejen cansados y agobiados. Porque, desde luego, ser digital no tiene nada que ver con desperdiciar horas muertas vagabundeando por Internet y las redes sociales. Es, más bien al contrario, una obligación el aprender a hacer que trabajen para ti.
Tú eliges cómo vivir la revolución digital
Si amargado o empoderado.
Es humano dejarse llevar por la inercia. Las adiciones son parte de nuestra química y está demostrado que hay componentes en la vida digital que producen adición. Igual que está demostrado que lo hace el alcohol o el tabaco.
Pero una copa de vino es un placer exquisito, al que debes, encontrar el momento, el lugar y la frecuencia que lo conservan como tal. Porque sin esa “medida” y sin ese “encaje” en el momento en el que a ti te aporta, pronto se convierte algo que no se aprecia, en algo que se toma sin pensar, o en algo que te domina.
Con la tecnología sucede lo mismo. Exactamente lo mismo.
Disfrutarla implica redefinir tu sistema de relaciones, de comunicaciones y de intercambio de valor.
Haciéndolo sin perder de vista lo que de verdad importa.
- Tu humanidad, que demuestras con tu esfuerzo por conectar y llegar a otros, en tu vocación por usar el medio digital para llegar a más y ofrecerles tu ayuda en su camino.
- Tus hábitos, que a veces son aliado y a veces enemigo. Sabiendo que tendrás que despedirte de algunos de la misma forma que tendrás que dar la bienvenida a los nuevos.
- Tu parte de responsabilidad. Asumiendo nuevos roles, sintiéndote poderoso y dejando de esperar a lo que hagan o digan. Porque gracias a lo digital, ahora puedes. Así que ahora te lo debes.
- Tus estímulos. Ábrete y abraza sin miedo nuevas oportunidades individuales y colectivas. Habla, debate, conversa. Mira cómo lo hacen otros, busca tus referentes
- Tu actitud. Esa que busca emocionar buceando desde tu propia pasión y entusiasmo. Esa osadía de saber que ahora muchas cosas son posibles. Esa energía que no pide permiso. Que, si se cuela, acaso pide perdón.
Como no es posible revertir el proceso de aceleración tecnológica que vivimos, no malgastemos tiempo y fuerzas en decidir si nos subiremos o no al carro de la tecnología. Empleemos toda nuestra energía en servirnos de ella, ideando usos y aplicaciones que nos ayuden a avanzar.
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